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Gestión del Espacio Público


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La especie humana está definida por su deseo de gregariedad. Desde la más remota antigüedad los hombres se apropiaron del espacio público para establecer allí su vida de relación.
La ciudad contemporánea se ha separado de este esquema fundante. El carácter
social que tuvo históricamente el espacio urbano ha sido sustituido por el tránsito masivo y polucionante de les automotores. Sus habitantes han quedado relegados a las veredas, angostas fajas peatonales que solo pueden abandonar cuando media la autorización del semáforo.
Se suele definir la ciudad contemporánea como un espacio de operaciones para
los emprendimientos de capital. Una ciudad para los negocios. Este contenido pervierte los objetivos humanos de la ciudad. El poder económico no está interesado en estos objetivos.

Cuando se rompe la correspondencia biológica entre la ciudad y la vida se acrecientan las patologías del habitante urbano. Al deshumanizarse, la ciudad enferma a su población. Con la pérdida de los ámbitos del encuentro, donde la población se convocaba para estrechar vínculos, se han debilitado la pertenencia comunitaria y el ejercicio de la participación.
Existen fuertes relaciones entre la configuración del espacio público y el desarrollo de la vida colectiva. De la misma manera come podemos proyectar un edificio que
promueva o desaliente el vínculo entre los habitantes. podemos estimular la vida colectiva a través de una organización intencionada de los ámbitos urbanos. La socialidad se asienta en el espacio, por lo tanto depende de el.

La cuestión, para los arquitectos, no consiste tanto en la adquisición de nuevos
repertorios de proyecto, como en tomar conciencia del enorme valor que representa la integración social para la calidad de vida de la población.

El espacio público según los sectores de la población

El idioma cotidiano usa indistintamente las expresiones espacio público y espacio
social para referirse a los ámbitos colectivos. Sin embargo existe un matiz diferenciador: "espacio público" alude a la propiedad del espacio, mientras que "espacio social "se refiere a su uso como hábitat. Al marcar esta diferencia estamos señalando la divergencia fundamental acerca del uso y del sentido que asumen los ámbitos colectivos para la vida urbana. La cuestión está en si el espacio intersticial urbano, constituye "vía pública" o una región para la comunicación y la convergencia social. El tema es vital. Está señalando dos nociones diferentes de ciudad.

El instinto gregario

Se suele hablar del habitante urbano como si fuera una categoría homogénea. No lo es. La actitud de los diferentes estratos económico - sociales ante el espacio
de la ciudad no es coincidente. Los sectores de ingresos altos no utilizan mayormente el entorno de su vivienda.
El uso de las calles es estrictamente circulatorio. Hay un rechazo a la idea de un espacio apropiado por las actividades colectivas. La idea del barrio como comunidad


les es ajena.
Valoran el marco virtual y eligen para habitar los mejores parques urbanos o el paisaje certero. Su mundo social está fuera del área barrial.
Los sectores medios sí habitan el barrio. Los ancianos, los adolescentes, los niños y los adultos en sus horas libres, utilizan sus lugares: las plazas, el centro comercial, los equipamientos recreativos y las propias calles, como ámbitos de paseo. Sus vínculos amistosos residen en cierta medida, dentro del hábitat cotidiano, aunque mayoritariamente están dispersos en la ciudad.
Para los sectores de recursos bajos, el espacio social es una prolongaci6n del ámbito domestico. Aparecen múltiples formas de vida colectiva y de prestaciones de ayuda, que involucran a los vecinos con la vida privada de cada familia. Sus viviendas desbordan sobre el espacio colectivo, expulsados sus habitantes por el hacinamiento y la insalubridad del espacio interior. Casi todos sus vínculos sociales se dan en el lugar. El barrio popular se organiza espontáneamente porque la comunidad es una estrategia para la supervivencia.
En definitiva, solo uno de los sectores, el superior se desentiende de los ámbitos de la vida colectiva. Los otros dos, aunque de diferente manera, viven en el espacio social.
Conclusión 1: Se puede demarcar, a grandes rasgos, una cultura urbana compartida por la gran mayoría de la población, en la que el espacio público se identifica como hábitat.
Conclusión 2: Los sectores altos que operan económicamente sobre la ciudad, poco numerosos pero influyentes, proponen un espacio público para el tránsito y el paseo, bello, ordenado y vacío de actividades colectivas. F
Este conflicto subyace en la mayoría de los debates sobre política municipal y sus códigos de convivencia.
Si bien en una visión macro, el poder económico es el que determina las estructuras de la ciudad, en una visión más cercana se comprueba que grandes áreas del espacio urbano no están controladas por la macro economía. En las escalas barriales ast posibilidades de inversión son limitadas. El poder económico actúa débilmente sobre estas áreas. Por lo tanto, en los barrios el espacio social es viable. Es allí, precisamente donde crecen las prácticas participativas de la comunidad.

Vida social integrada y espacio barrial

De todas las escalas urbanas las barriales y vecinales son las más apropiadas para la comunicación. El barrio es el territorio urbano que mejor se identifica con la noción de hábitat. Tiene la característica de ser la mayor escala física y social en la que puede expresarse el habitante desde su propia individualidad, sin delegarse en representantes.
El diálogo entre cada individuo y su colectividad es directo. En el espacio barrial la identidad y las actividades colectivas se expresan con mayor plenitud que en otras escalas territoriales. Puede afirmarse que sin barrios hay aglomeración, pero no vida colectiva

Definiremos tres conceptos aclaratorios:

Identidad: ¿que es lo que une a los habitantes del barrio, lo que hace que se sientan parte de la misma comunidad?
Los afectos recíprocos, el territorio compartido, la historia en común y las actividades colectivas.
La identidad comunitaria implica compartir con nuestro grupo de pertenencia ciertos aspectos que nos pmlan como un conjunto característico y distinto.
Estas relaciones despiertan solidaridades y generan acciones en común.
El territorio barrial, escenario de nuestra infancia, es sentido como terruño, con un arraigo profundo que mucho tiene que ver con el sentimiento de patria.

Participación: mediante ella el habitante, incluye re persona y su creatividad en la vida comunitaria. Es la condici6n y la energía de las actividades colectivas.
En general la participación involucra el concepto de gestión, es decir, un conjunto de acciones institucionales o no, que permiten que la ideaci6n colectiva se concrete en realidades.
El impulso hacia la participación florece desde el sentimiento de pertenencia, es decir desde la identidad comunitaria.

Apropiación: es el modo de integrar la actividad con el espacio.
Se produce cuando un grupo ocupa y reinstala en un ámbito para desarrollar una actividad.
Al apropiarse del sitio los grupos entrelazan su vida con el espacio social, e instalan en él un nuevo acontecimiento que se agrega a la historia del lugar. Cuando hay
apropiación el espacio está vivo.

¿Cuál sería la justificación para proponer el desvanecimiento del barrio si la integraci6n social y la vida colectiva son los grandes objetivos de la vida urbana?
Si la conformación de la ciudad en barrios estructura la Comunidad urbana, deben ser cuidadosamente conservados. La vida barrial merece ser reforzada y los sectores urbanos peroMri~os a una pertenencia barrial, deben ser estructurados mediante la organización de nuevas centralidades.


Apropiación del espacio público
1. Artistas trabajando
2. Fiesta en la plaza
3. Rudimentario puesto de venta


Sin embargo hay quienes afirman que el barrio debe desaparecer, porque es una configuraci6n antigua y perimida, que no responde a los vhculor contemporáneos. Esta es, justamente la ideología urbana del mercado. Al proponer que la ciudad entera funcione como un conjunto indivisible, eliminan justamente la escala donde se gesta la organización social.
La aptitud comunitaria de la escala del barrio está corroborada por la estructura de los partidos políticos y por la organización parroquial de las iglesias. También por las modalidades electorales de nuestra sociedad, que elige sus representantes por circunscripciones. conceptualmente afines con la noción del barrio.
La descentralización del gobierno municipal actualmente en debate, en gobiernos barriales, representativos de la población local, constituye la mejor organización política para estimular la participación. En este contexto la identidad comunitaria llega a su máxima expresión, se eleva la responsabilidad cívica y la vida urbana se llena de vitalidad.
Los conceptos de barrio que estamos manejando no deben confundirse con las divisiones administrativas de la ciudad, planteadas para organizar las infraestructuras y servicios urbanos.
En la ciudad de Buenos Aires los barrios son mucho más numerosos que las circunscripciones.

La Centralidad Barrial

Una centralidad clara es condición fundamental para organizar la vida del barrio_ Sus calles y plaza se caracterizan por la concentración de equipamientos de uso colectivo por la densificaci6n de las actividades y porque reljnen varios edificios significativos de la comunidad.
El centro es el área de mayor significaci6n de barrio.
El debilitamiento de su pulso equivale a la vida colectiva. Para evitarlo es necerario multiplirar las actividades orientando los programas hacia lograr un funcionamiento intenso, densificar la afluencia incrementando la densidad y caracterizar especialmente el área central.

Participación: tejiendo un techo para la plaza.

Las actividades del centro barrial requieren una caracterizaci6n multifuncional: la pareja y su hijo salen a la calle, saludan,. miran vidrieras, compran un libro, se detienen ante un artista callejero, leen una cartelera. Se sientan en una mesa de café, el niño juega, aprende.
Múltiples actividades se han superpuesto en esta descripción: paseo, abastecimiento, recreación, trabajo, vida social, educación y cultura, El espacio social cambió varias veces de contenido.
Los barrios puramente residenciales son artificiosos.
Las funciones urbanas se superponen "naturalmente en el espacio". La disociación de funciones simplifica la tarea del diseñador urbano pero, corrompe la vida colectiva" (C. Alexander).
El enriquecimiento de los programas y el aumento de la densidad habitacional son recursos fundamentales para el éxito de la centralidad.
Desde el punto de vista de la animación es mucho más efectivo un agrupamiento residencial compacto y dentro que otro de baja densidad, porque asegura la concurrencia del mayor número de personas en horarios diversos.
Los criterios de densificación residencial que se utilizan habitualmente son exiguos. Sostenemos que densidades cercanas a los setecientos habitantes por hectárea aseguran un buen nivel de actividad colectiva sin crear confusión ni anomia en la red social. Inclusive desde el punto de vista económico, la densificación representa una disminución del costo por habitante de los equipamientos, las infraestructuras y la seguridad. A mayor población más y mejores servicios.

Las dos tipologías más relevantes del espacio barrial

Desde los orígenes la plaza ha constituído un órgano biológico de la ciudad, incorporado a la vida de la comunidad como su espacio más convocante. Desde que en la prehistoria, las chozas de la tribu se agruparon en círculo, el espacio central empezó a cumplir la función de escenario de la vida comunitaria. Mucho después se incorporaba a la plaza una actividad principal, el mercado. Sus símbolos fueron la fuente de agua, y el monumento. La plaza funcionó, siempre como patio urbano y atrio de los edificios más representativos de la comunidad.

El espacio central: "Desde que en la prehistoria las chozas de la tribu se agruparon en círculo, el espacio central empezó a cumplir el papel de escenario".

También la calle atraviesa la historia como ámbito privilegiado de la vida colectiva, ocupado por múltiples acontecimientos y por el desborde de lar actividades del espacio privado. Hasta el advenimiento de la cultura de la corte, con la ciudad barroca, la población las habitaba permanentemente. Aún hoy, en las calles de las ciudades europeas medioevales laberínticas, intimistas y plenas de lugares propicios, el hombre moderno establece espontáneamente la vida social.

La calle
Los peatones transitan la calle en diferentes actitudes.
Para el habitante del área, la calle es continuidad de su espacio doméstico. Esta significación, que es la que nos interesa, no es compartida por el transeúnte que la recorre apresurado hacia su lugar de destino ni por el paseante que lo hace en actitud contemplativa y esteticista.
En la calle predominan los vínculos no programados. Es decir, los de la asociación espontánea. Conectada con la vida doméstica, allí tienen su expresión más acabada los vínculos primarios de la vida vecinal.
En el ámbito barrial se pueden señalar dos tipologías: la calle vecinal y la calle de la centralidad. Desde un somero an6lirir constatamos que existe un modelo
de funcionamiento que depende del ancho de la vereda , las actividades frentistas, la intensidad de los flujos y la densidad habitacional del área. Como elementos
constitutivos identificamos la calzada, espacio de predominio vehicular, la vereda, franja de predominio peatonal, la esquina, ámbito de cruce y las fachadas, constituidas por la sucesión de edificios frentistas.
Comprender la vida callejera equivale a visualizar un programa de actividades. La gente se encuentra y se agrupa, las viviendas y los comercios asoman su actividad, se alinean las colas del transporte colectivo, los niños juegan, los vehículos estacionan. Vociferan los vendedores, se discute en las mesas de los cafés.... Los sucesos se superponen y se suceden unos a otros. Un buen análisis vivencial del contexto callejero permitirá comprender las claves del funcionamiento del espacio público y los fundamentos de un proyecto transformador.
En una visión peatonal se pueden diferenciar tres niveles perceptivos:
El inferior o primer nivel torna la altura de las plantas bajas. Es el nivel funcional, el de las actividades relacionadas con la vereda.
El segundo es solo de carácter perceptivo, e incluye el anterior. Corresponde a la altura abarcada por el ángulo visual del peatón cuando camina mirando al frente. Este nivel, que coincide con el que se suele denominar 'nivel de basamento', está limitado por el techo virtual de las copas de los árboles y por la sucesión de letreros comerciales. La altura del basamento se corresponde, para calles de ancho normal, con la de un edificio de 2 ó 3 plantas.
El tercer nivel se sitúa por encima del basamento y corresponde al fuste de las torres o a los pisos altos de los edificios, virtualmente separados de su nivel de
arranque por el techo del segundo nivel. El 1er. y 2do. nivel, los del espacio habitable, deben ser preservados cuidadosamente. La eliminación de los basamentos en los edificios en torre es negativo. La visión escultórica de un volumen que se eleva directamente desde el piso urbano, en búsqueda de predominio y monumentalidad es lamentable desde el punto de vista social . Al romperse la continuidad de las fachadas se descontiene el espacio peatonal, se canalizan vientos turbulentos, y la vida en la calle se torna inhóspita.

La vereda
No hace tanto que el automóvil irrumpió en la ciudad apretando la vida contra las fachadas. Fue entonces cuando se originó el actual concepto de vereda, en el que no tiene cabida el espacio colectivo. Pero los autos ya son parte de nuestra vida. Las propuestas para recuperar el espacio social deben incorporarlos.
Las veredas se organizan en tres franjas. La primera, pegada al cordón, es ocupada por elementos relacionados con el tránsito automotor: paradas de transporte público, semáforos, parquímetros, soportes para estacionamiento de motos y bicicletas. También hay allí carteleras publicitarias, columnas de iluminación, columnas de toldos y puestos de diarios o de flores. Además, los árboles.
En las ciudades del interior los vecinos frentistas, suelen colocar bancos a la sombra de su árbol respectivo, sugiriendo la existencia de un espacio de asociación
relacionado con el ingreso a la vivienda.
La segunda franja, la del centro, constituye el corredor peatonal que debe quedar expedito, sin equipamiento alguno.
La tercera franja está recostada sobre las fachadas.
Es la de las actividades sociales por excelencia donde exponen los comercios, los bares instalan sus mesas y donde se produce el ingreso y el egreso de los edificios.
Aquí aparece el umbral, punto tipológico de salida al espacio social. Un umbral y su hueco, un porche, un pequeño retiro de la edificación, constituyen sitios donde dos ó más personas pueden establecerse al costado de la circulación. La vereda se enriquece con el regalo de estos pequeños espacios contenedores.
Estimamos, sin ninguna pretensión de exactitud, que la primer franja, pegada al cordón, requiere 1,50m. de ancho. La segunda, para permitir el cruce de dos parejas que caminan en dirección opuesta, 2,00 m. Y otro tanto para la tercera, por sur múltiples posibilidades de uso. Surge así una dimensión de 5,50 m. como necesaria para las actividades de la vereda, especialmente en las calles centrales.
En las residenciales, disminuyen los flujos y las tres franjas tienden a unificarse. Aunque se incorporan otras actividades come el juego callejero, estimamos suficiente un ancho de 4 m. La continuidad de las fachadas es una condición para sostener la vida de la vereda. Las interrupciones del tejido implican su vaciamiento, como se puede observar frente a los grandes baldíos o a edificios con extensos frentes ciegos, (industrias, depósitos).
Estas discontinuidades seccionan el uso y pueden llegar a producir la segregación de bolsones de población.

La esquina

Es una tipología fundadora del espacio social. Se trata del sitio más fuerte de la vereda, un punto con identidad y nombre propio. De los ámbitos de reunión
vecinal es el más utilizado para la cita y el encuentro. La escala de asociación más habitual durante la niñez y la adolescencia. Allí "para" la barra.
Por sus dimensiones constituye la segunda de las escalas tipológicas de asociación urbana, después del área de ingreso a los edificios. Probablemente las escalas de
asociación crecientes sean más trascendentales por la magnitud de los conjuntos que congregan, pero la vereda y la esquina, son los espacios urbanos más incorporados a la vida cotidiana.
De todas las esquinas la del café es el ámbito arraigado de la sociabilidad adulta en la escala barrial.
El café es parte misma de la esquina,"un solo corazón".
Los cafés más recordados los que la población adopta y populariza, son siempre esquineros.
Ampliar el ancho de las veredas es caro y dificultoso. Por su carácter puntual resulta mucho más factible operar sobre las esquinas. Proponemos 3 ejemplos:

  • Retrotrayendo la ochava puede incorporarse a la esquina el triángulo complementario interno. Este pequeño agregado de 9 m2, con la mejor configuración que aporta su perfil cóncavo, mejoraría significativamente la
    calidad albergante del lugar.

  • Incorporar una franja del lote esquinero de 4,24 m. de ancho (el cateto) recediendo toda la planta baja y el 1er. Piso del edificio. La superficie incorporada (37 m2 para un lote esquinero de 8,66m) admite algún equipamiento.
  • Donde resulte posible incorporar a la ochava todo el lote esquinero.

Estas ampliaciones de la esquina sin resultar mayormente onerosas para el municipio, permitirían, con una moderadísima modificación del tejido, realizar un aporte trascendental para la sociabilidad, incorporando al tejido un ámbito tipológico de mucho mejor calidad que la esquina tradicional. Pero más allá de su posibilidad
fáctica están señalando la posibilidad cierta de rehabilitar el espacio colectivo. En cada ciudad debiera organizase un debate público dirigido al mejoramiento del tejido local convocando a la imaginación para la concepción de nuevos ámbitos para la vida comunitaria.


Recuperación del espacio de la vereda.
Compatibilización de los habitantes y los automóviles en una calle residencial (Holanda).

Recuperación del espacio de la esquina.
Pequeño patio de esquina para uso infantil (Japón).

Recuperación del espacio de la vereda.
Estudio para el ensanche de veredas (Alemania).

Promoción de la vida de la calle
Desde el punto de vista del proyectista promover la vida de la calle significa concebir formas de organización, el espacio para alentar su ocupación. Pero este objetivo, en realidad forma parte de las políticas de promoción de la vida colectiva. La acción política no puede ser reemplazada por la labor del proyectista.
Toda decisión política tendiente a la inclusión de equipamientos y actividades en el espacio público puede considerarse beneficiosa a priori. La presencia en las veredas de vendedores, grupos artísticos ó mesas de café, en el marco de una reglamentaci6n ordenadora.. estimula la afluencia y la amenidad de la vida urbana. Hasta el espacio aéreo es un canal para la comunicación, como se muestra a través de los pasacalles, carteles transversales aéreos que ponen en el aire felicitaciones, avisos y declaraciones de amor.
Las ordenanzas municipales se han encargado, por lo general, de frenar esta vitalidad. Las normativas que emanan de un municipio demasiado preocupado por el desorden y por su saldo de caja se limitan a prohibir o cobrar, dificultando la vida del espacio colectivo.

Podemos identificar tres criterios de proyecto útiles para estimular las actividades de la calle:
Equipar el espacio público: Tiene la misma significación que hacerlo con los ámbitos interiores. La noción de mobiliario, que se refiere al conjunto de elementos
que permiten articular la dimensión humana con el espacio y la actividad, es decisiva para el anidamiento (permanencia en el sitio) de la actividad .
El mobiliario de la calle incluye módulos para puestos de venta callejera, asientos, refugios para pasajeros, bebederos, carteleras, papeleros, buzones, columnas de luz, etc.

Vitalizar el plano peatonal: su objetivo principal el enriquecer las actividades y la espacialidad de la vereda, generando expansiones, ya que los lugares que aportan
los edificios enriquecen la vida de la vereda. (una galería, un patio de frente, una recova)y promoviendo las relaciones de fluencia entre los edificios y las veredas, a
través de alentar la ubicación en planta baja de actividades relacionadas con la vida de la calle: comercios, bares, talleres, drugstores.

Intensificar la expresividad: Calificar visualmente el espacio público, densificando su imaginería mediante el color, la gráfica, la vegetación y el arte en todas sur formas.
Este criterio tiende a remarcar el área central y a definida como un escenario estimulante para la vida colectiva.

La plaza

En la plaza del medioevo se encuentra el modelo más expresivo: central, activa y apropiable. Ocupando casi siempre un vacío irregular del tejido, contenida por
el agrupamiento estrecho de los edificios y alimentada por un grupo de calles radiales, albergó una vida intensa y permanente.
La fuente, devenida en obra de arte, el mercado y los edificios frentistas reconjugaban: La fuente identificaba el lugar y apoyaba la actividad; la envolvente constituía su marco vive, y el mercado era la vida misma, la actividad y la comunicaci6n humana. Esta descripción responde cabalmente al sentido de la plaza entendida como ámbito integrador de la comunidad. La plaza contemporánea ha perdido el mercado. Un espacio bien configurado y bello no puede reemplazarlo, pero ni el conjunto de las actividades colectivas.
La plaza desempeña el papel protagónico entre los ámbitos de la centralidad barrial. Representa la identidad de lugar En la plaza se gesta la práctica democrática de la comunidad. Es allí donde el concejal o el diputado deben convocar a la población para conocer sus opiniones y discutir los contenidos de su representatividad.
Aunque desde la cultura liberal, las plazas urbanas se clarifican como espacios verdes, desde el enfoque que estamos desarrollando son parte de los equipamientos colectivos de la ciudad. La antinomia se expresa en el programa y en la organización pero la diferencia de fondo se aprecia en la cuestión del solado: en la plaza tradicional predomina el piso vegetal, con tratamientos de jardinería. Son plazas para el paseo y el reposo, salvo un sector equipado para la recreación infantil. Las plazas concebidas para las actividades colectivas requieren un piso predominantemente seco. organizado y equipado. Esto no significa erradicar la vegetación, sino minimizar el verde a nivel del solado elevándolo masivamente hacia la copa de los árboles, plantados en canteros o aberturas pr6cticar en el solado. El nivel cero queda reservado para el uso de los habitantes, cubierto por un techo arbóreo que proporciona sombra, frescura, y cumple, de todas maneras con la función de pulmón urbano.

Proyectar la plaza barrial significa crear un escenario para la vida colectiva Si nos preguntamos ¿a qué condiciones debe responder la concepción de un escenario? la respuesta será obvia: debe adaptarse a todo tipo de representación. Por lo tanto, su característica más intrínseca es la versatilidad. Esta aptitud se traduce en una organización del espacio capaz de contener acontecimientos diversos. Desde esta definición resulta claro que la plaza barrial no puede ser proyectada como espacio verde y tampoco como un espacio escultórico que se niegue al uso cotidiano de la población.
Por lo tanto, redefinimos el concepto de plaza barrial come un predio de libre apropiación, arbolado, de solado predominantemente seco, y organización versátil, equipado para sustentar actividades efímeras de todo tipo y tamaño.
Su programa incluye, en lo cotidiano, las actividades del tiempo libre, el juego, el descanso, el paseo y la reunión grupal. En lo periódico todo tipo de episodios colectivos.

Los equipamientos

Las actividades de la plaza se sostienen sobre la comodidad. La carencia de mobiliario, se traduce en posturas incómodas, desconcentración y cansancio, conspirando contra la duración y la reiteración de la actividad.
Tres instancias se deben considerar en este tema: los muebles propiamente dichos, especialmente asientos, que deben abastecer actividades diferentes, como el
descanso, las reuniones grupales y los eventos de mucho público; las redes y artefactos de la infraestructura como servicios sanitarios, iluminación, puntos de fijación para construcciones efímeras y los objetos de servicio como bebederos, carteleras, papeleros.
La plaza barrial requiere un centro de servicios para apoyar sus actividades, que bien pudiera constituirse en el objeto principal de la plaza, como lo fue la artística fuente del mercado medieval. Un ejemplo nos permitirá precisar el concepto: en las plazas de muchas ciudades latinas existe un pequeño edificio en forma de templete. Habitualmente está constituido por un basamento de tres metros de alto, cuyo techo funciona como una plataforma que balconea la plaza protegida por una baranda perimetral, que a su vez está techada por una liviana cúpula metálica, soportada por finas columnas de hierro. El basamento contiene los servicios para la plaza: dep6sito de elementos, baños públicos y el mostrador de un pequeño bar, con sus mesas exteriores. El balcón funciona habitualmente como mirador y área de estar, pero en los horarios del atardecer y de las noches templadas, cuando confluye la población y también en ocasiones festivas, se convierte en escenario y es ocupado por músicos, actores u oradores que convocan desde allí la atención de la gente.

Resulta muy difícil imaginar una plaza sin envolvente material. Seria un dibujo en el piso, error en el que suelen incurrir los proyectistas cuando no espacializan lo que dibujan o cuando no asignan a la plaza su rol de espacio contenedor. La plaza marcada en el piso es una ficción.
Su destino, un potrero. Es necesario un perímetro construído que contenga la espacialidad . Las fachadas exte ra~er de los edificios frentistas invierten su significación, mutando a fachadas interiores de un espacio exterior.

Conceptualmente la envolvente es parte misma de la plaza, no solo por darle limite material, sino también como generadora de actividades de borde. La ocupación de las plantas bajas por equipamientos de uso colectivo (bares. espectáculos, comercio, etc.) constituye un dato esencial para su vitalidad.


En todos los casos es necesario codificar la envolvente, estableciendo criterios morfológicos para asegurar la coherencia del marco (alturas de fachada, toldos,
marquesinas, colores, árboles e iluminación).
La posible expansión del solado de la plaza hasta alguna o todas las fachadas perimetrales potencia el conjunto, porque en esta situación, las actividades de borde se funden con la vida de la plaza. Precisamente, desde nuestro objetivo de integración de la vida social, la más interesante de las tipologías es la plaza reclusa, un espacio cuyo solado se extiende hasta los edificios frentistas, generalmente con recovas y sin tránsito vehicular en el perímetro. En nuestro te]ido amanzanado esta plaza puede constituirse de tres maneras diferentes: mediante la peatonalización de las calles perimetrales de una plaza existente, con la habilitación como plaza pública de un centro de manzana y por la apertura al uso público del patio central de un edificio público.
Entre las plazas reclusas se encuentran los ejemplos más hermosos y recordables de la historia de la centralidad urbana. Son reclusas las plazas de San Marcos en
Venecia, la de Siena, la Plaza Mayor de Madrid. la de Salamanca, la del Patio Central del Ayuntamiento de La Haya y otros ejemplos muy conocidos.
Tenemos reservas, en cambio, con la tipología de plaza cercada rodeada de rejas, a la que, se ingresa por puertas que se clausuran en determinados horarios, porque limita el uso y origina una sensación de ajenidad que no estimula la instalación de actividades colectivas.
Sin embargo estas plazas pueden representar un aporte diferente cuando se constituyen en lugares contenedores de arte, esculturas, fuentes, reliquias urbanas o una vegetación sofisticada, elementos que por su calidad y por el cuidado que requieren deben ser protegidos de robos, acciones vandálicas o del mero trato desaprensivo. Consideradas así, pueden constituirse en áreas muy edificadas del barrio y ser vividas por la población como un patrimonio colectivo.

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