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IMANOL VILLA

Domingo, 23 de diciembre 2007, 03:25

Barrigón, barbudo, sucio de carbón, descuidado en el vestir y con una nariz marcada por una evidente tendencia hacia el alcohol, el Olentzero es ya, de un tiempo a esta parte, figura indiscutible de las navidades vascas. Este personaje, llegado para sustituir al advenedizo Papa Noël o a los omnipresentes Reyes Magos, acoge en el fondo una significación mucho mayor que la que pudiera parecer a todos los que lo consideran como una tradición excesivamente cercana. Como afirma el escritor Claude Labat, da la sensación de que «con el paso del tiempo, el polvo de carbón que le cubre, ha terminado por nublar nuestra memoria». Tal es así que no son pocos, hoy en día, los que consideran la figura del Olentzero como una recreación singular, adaptada para los vascos, del gordinflón y bonachón Papa Noël.

Tampoco faltan los que, aún reconociendo su antigüedad en el tiempo, lo entroncan con remotas tradiciones cristianas. En este sentido, Ponciano de Arrugaeta escribía en la década de los sesenta, que la «época de Navidad, misterio entrañable, que conservaremos toda la eternidad, nos muestra una típica manifestación, que acapara un significado hogareño y cristiano que recibe el nombre de Olentzaro». Sin embargo, y a pesar de que testimonios como el descrito ponen de manifiesto la «veteranía» del personaje en cuestión, sus orígenes aún se remontan mucho más atrás en el tiempo.

Solsticio de invierno

¿Quién es Olentzero? ¿De dónde procede este personaje tan singular que a los niños trae regalos y al que, curiosamente, se le prende fuego mientras se canta una canción en su honor? Canto éste que, por cierto, no le describe de forma muy digna. Y es que, el aspecto del Olentzero es, ya de por sí, bastante desastroso. De burda apariencia ha sido satirizado hasta el extremo de calificarle -según escribió el P. Donosti-, como «cabezón sin inteligencia» o «puerco barrigudo». Ciertamente, no le acompaña el aspecto al personaje en cuestión, aunque para nada debe considerarse una incoherencia y mucho menos un descuido manifiesto de la costumbre.

Todo lo contrario. Buena parte de los estudios realizados hasta la fecha coinciden en atribuir a este protagonista navideño una antigüedad mucho mayor que la que por tierras vascas tuvieron las creencias cristianas. Tal y como apunta Claude Labat, «el personaje del Olentzero debe ser ubicado dentro de las celebraciones del solsticio de invierno». En los territorios que hoy conocemos como Euskadi y en el País Vasco francés, existía una tradición muy extendida por la cual durante los días cercanos al solsticio de invierno se conmemoraba la necesaria renovación de la naturaleza y del hombre. Así, se creía que a la muerte le seguía la vida. Es, precisamente, esta idea de renovación, de revitalización la que simboliza la figura del Olentzero. De ahí su aspecto viejo y caduco, cercano a la degeneración, porque lo que en el fondo representa es el tiempo pasado que está a punto de morir. Y por eso también, su posterior desaparición con la que da paso al año nuevo lleno de vida.

Esa idea del ciclo que termina o del año que agoniza ha quedado recogida en muchas tradiciones celebradas en algunas zonas del País Vasco. En lugares cercanos a Vitoria se decía a los niños durante la Nochevieja que salieran a la calle para ver al hombre que tenía tantos ojos como días tiene el año. La misma costumbre existía en Pamplona. Y en Larraun se definía al Olentzero como el hombre de los 366 ojos. También el final dramático que tiene este personaje navideño responde y concuerda con su carga simbólica. El fuego, bajo el que sucumbe el Olentzero, no sólo purifica sino que significa la desvinculación total de la comunidad con el tiempo que ha pasado. Su desaparición bajo las llamas, como señala J.M. Satrústegui, «supone dejar el camino libre al año que llega».

Con la llegada del cristianismo y el abandono progresivo de las prácticas religiosas paganas, el Olentzero dejó su papel de anunciador de la renovación de la naturaleza y se convirtió en el portador de un mensaje con profundo calado cristiano: el nacimiento de Jesús. Así, en su nueva versión, tras ir al monte a hacer carbón regresa presuroso para anunciar la venida del Salvador. Sin embargo, en ese proceso de adaptación a las nuevas creencias, el Olentzero no sufrió cambio alguno en su aspecto. Esa es la razón por la que muchos, fundamentalmente en el País Vasco francés, han visto en esa adecuación del antiguo mito una especie de adaptación regional del universal personaje de Papá Noël.

La teoría de Caro Baroja

El mayor arraigo del mito del Olentzero se encuentra en Navarra, Guipúzcoa y algunas zonas de Álava. En cuanto al origen de su nombre hay diversas teorías. Mientras que en la mayor parte del territorio guipuzcoano se le conoce como Olentzero, hay pueblos navarros en los que la denominación cambia y así se le llama Olentzaro, Orantzaro -Berruete y Leiza-, y hasta Onontzaro, como en Larraun. Lope de Isasi señaló, allá por el siglo XVII, que el nombre bien podía provenir del término Onenzaro, es decir, el tiempo de lo bueno. Siglos más tarde, Azkue confirmaría esta teoría.

Para otros, sin embargo, el núcleo 'Olen' no sería más que un baile de letras del término francés Noël. Para Caro Baroja, el término Olentzero estaría relacionado con el ciclo litúrgico comprendido por las antífonas de la 'O', es decir, las que según la antigua liturgia cristiana cantaban los fieles durante los días comprendidos entre el 17 y el 23 de diciembre y que todas comenzaban por la letra 'O'. Otra teoría sitúa el origen del nombre del Olentzero en un término muy arraigado en las tradiciones vascas: 'Oles'. Era una expresión muy utilizada para las canciones de ronda y cuyo significado sería el de cuestación o petición de limosnas para una buena causa.

Sea como fuera, con mayor o menor arraigo, la figura del Olentzero, con su aspecto sucio y descuidado, forma ya parte ineludible de las Navidades en todo el País Vasco. Aunque, en verdad, su significado se haya reducido al simple hecho de ejecutar la gustosa tarea de acarrear regalos para los más pequeños. Son estos, por cierto, los únicos que mantienen la magia a un personaje que, de alguna manera, renueva ilusiones y da vida y alegría para todo el año.