Devocionario
PRESENTACIÓN
El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento. De este modo, el Vía crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico».
A
esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción
meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII
estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran
por él. No basta el simple sentimiento; el Vía crucis
debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza
«actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere
decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la Iglesia,
una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad;
por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia
al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne
el corazón de piedra y les daría un corazón de
carne (cf. Ez 11, 19). El Vía crucis nos muestra un Dios que
padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor
no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros,
hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras
amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz,
quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir
también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un
«corazón de carne» que no sea insensible ante la
desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor
que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús
acerca del grano, que él mismo trasforma en la fórmula
básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí
mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo,
se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16,
25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su
vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»).
Así se explica también el significado de la frase que,
en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales
de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Con todas
estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación
del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo
y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el
camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino,
el que nos quiere enseñar la oración del Vía crucis.
Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía,
en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de
la muerte y resurrección de Jesús. En ella Jesús
camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella
vez con los discípulos de Emaús.
ORACIÓN
INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
Señor
Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de
trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24).
Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí
mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo,
se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo,
nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino
guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú
te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos
nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres
guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce
a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos
pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también
con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor
es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una
manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de
Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me
ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame
para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo
sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte
no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con
el corazón, más aún, con los pasos concretos de
nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por
la vía de la cruz y sigamos siempre tus huellas. Líbranos
del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del
miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con
afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar
las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final,
sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer
apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte
en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder
la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente
nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado
a muerte
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió: «pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
El Juez del mundo,
que un día volverá a juzgarnos, está allí,
humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no
es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca
el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y
al final prefiere su posición personal, su propio interés,
al derecho. Tampoco los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús
son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés,
sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37),
cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios
acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una cruz...»
(Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia
de la muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan
los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería,
por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante.
La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre.
La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
ORACIÓN
Señor, has
sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán»
ha sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo
largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados.
Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito
a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra
vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo
hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada
penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. El
día de Pentecostés has conmovido el corazón e infundido
el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra
ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también
a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Stabat
mater dolorosa,
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
Jesús, condenado
por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge
cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder
ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad,
a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias
y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras
pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio,
el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser
escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey.
Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el
sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por
medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros
y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso
de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y
nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has
dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que
se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a
reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos
a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la
obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado
a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la
cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones
se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer
el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera
alegría.
Todos:
Cuius animam gementem,
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
contristatam et dolentem
pertransivit gladius.
TERCERA
ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
El hombre ha caído
y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura
de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador.
¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel
que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto,
sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no
es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio
resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los
Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó
de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz»
(Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo
el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para
liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro
orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a
ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando
a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión
contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios
creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La
humillación de Jesús es la superación de nuestra
soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce.
Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso
afán de autonomía y aprendamos de él, del que se
ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos
y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
ORACIÓN
Señor Jesús,
el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso
de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de
un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado.
Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos
en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos
lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que
puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros
experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la
muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar
cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor,
ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar
a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos
de nuevo.
Todos:
O quam tristis et afflicta
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
fuit illa benedica
mater Unigeniti!
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
En el Vía crucis
de Jesús está también María, su Madre. Durante
su vida pública debía retirarse para dejar que naciera
la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos.
También hubo de oír estas palabras: «¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos?... El que cumple la voluntad
de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi
madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de
Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón.
Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia
lo había concebido en el corazón. Se le había dicho:
«Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo...
Será grande..., el Señor Dios le dará el trono
de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el
viejo Simeón le diría también: «y a ti, una
espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría
recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado,
voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero
llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su
corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel
le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María»
(Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí,
con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad
de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita
tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando
venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
(Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste
es su gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María,
Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos
huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció
lo que parecía increíble –que serías la madre
del Altísimo– también has creído en el momento
de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la
hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la
Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes
a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras
de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quæ
mærebat et dolebat
Pia mater, cum videbat
Nati poenas incliti.
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
MEDITACIÓN
Simón de Cirene,
de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente
con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás
habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción
y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe
haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos
condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia.
El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente
conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15,
21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando
a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió
que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo.
El misterio de Jesús sufriente y mudo le ha llegado al corazón.
Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y
puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para
completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada
vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido
o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar
la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación
y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón
de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole,
al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer
a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros
proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer
como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que
así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo
que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de
este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así
podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est
homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
SEXTA
ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
MEDITACIÓN
«Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro» (Sal 26, 8-9). Verónica
–Berenice, según la tradición griega– encarna
este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo
Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios.
Ella, en principio, en el Vía Crucis de Jesús no hace
más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño
a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados,
ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de
la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón,
mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón
se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón –había
dicho el Señor en el Sermón de la montaña–,
porque verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica
ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto
de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús:
en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de
Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor
más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con
el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros.
Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.
ORACIÓN
Danos, Señor,
la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos
de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de
las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia
en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos
la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones,
para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Pro peccatis
suæ gentis
vidit Iesum in tormentis
et flagellis subditum.
SÉPTIMA
ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
MEDITACIÓN
La tradición
de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace
pensar en la caída de Adán –en nuestra condición
de seres caídos– y en el misterio de la participación
de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la
historia formas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla
de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne,
la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de
este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos
sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad.
Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en
la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado
al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad
del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la
corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo
olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre.
El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva
este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él
nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra
carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque
solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia.
En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón
de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías,
para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas
de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable.
Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder
resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades
interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos
para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de
toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el
mundo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis non
posset contristari,
Christi matrem contemplari,
dolentem cum Filio?
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús
cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran
por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo?
¿Se tratará quizás de una advertencia ante una
piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y
fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los
sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre.
Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros
mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio.
No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal
y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado
inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen
de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos
quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras
descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo
podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un
drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del
Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado
del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia
al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También
él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más
bien por vosotros... porque si así tratan al leño verde,
¿qué pasará con el seco?»
ORACIÓN
Señor, a las
mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del
Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez
del mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo
banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida
de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el
peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz
que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras
de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no
permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino
que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que
produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati
vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.
NOVENA
ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
MEDITACIÓN
¿Qué puede
decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la
cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres,
en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo
sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en
lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces
se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad
de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces
celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas
veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe
hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías!
¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su
sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!
¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué
poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual
él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También
esto está presente en su pasión. La traición de
los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de
su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa
el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo
del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos
(cf Mt 8, 25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente
tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas
por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña
que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos
nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos
ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también
en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos
en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos
levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída
de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás.
Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos.
Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos
a todos.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Eia mater,
fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam.
DÉCIMA
ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
MEDITACIÓN
Jesús es despojado
de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición
social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado
en público significa que Jesús no es nadie, no es más
que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos
recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido
en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en el mundo desnudo
y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más
la situación del hombre caído. Jesús despojado
nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura»
y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan
a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas
lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así
lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús:
todo se cumplió «según las Escrituras». Nada
es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra
de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta
todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada
uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención:
así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también
que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús,
«tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos
considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era
«de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant.
jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero
sumo sacerdote.
ORACIÓN
Señor Jesús,
has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado
de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo.
Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos
que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así
como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado
a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces
reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al
mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas
las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales
lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac ut
ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN
Jesús es clavado
en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos
una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús
no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente
todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado;
se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no
un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal
21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado...
Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos
ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle
en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar
sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente
materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia,
para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos
de descubir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el
Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de
la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la
cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión.
Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió
a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban,
por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del
Señor Jesucristo (1, 1). Dejémonos clavar a él,
no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas
que nos inducen a darle la espalda.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este
dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado
clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no
desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A
desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos
a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar en la
estrecha unión contigo la verdadera libertad.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Sancta
mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo valide.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN
Sobre la cruz –en
las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín,
y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo– está escrito
quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido
de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante
la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús.
Él mismo había declinado el título de Mesías
porque habría dado a entender una idea errónea, humana,
de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer
escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él
es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado».
En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente
el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo
y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor.
Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza.
Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
(Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la
humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando
de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido
y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico.
El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra
tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los
paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús
es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás
siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos
en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de
los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible.
Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el
que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí
has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos
a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la
necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en
esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac me
vere tecum flere,
Crucifixo condolore,
donec ego vixero.
DECIMOTERCERA
ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
MEDITACIÓN
Jesús está
muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano
mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos,
del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza
del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia.
A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados;
así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual
no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora
que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación
del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él
no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba
María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María
Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también
un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el
ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús
en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús
es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín
del que había sido expulsado Adán cuando se alejó
de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín
manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar.
Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al
que Jesús había anunciado el misterio del renacer por
el agua y el Espíritu. También en el sanedrín,
que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce
y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del
gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge
misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece
siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte,
el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador.
La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
ORACIÓN
Señor, has bajado
hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos
piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no
ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas
veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es
que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos:
Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que
tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche
el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad
que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento
de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de
nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos,
a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos
y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón,
nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede
tener lugar la resurrección.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Vidit
suum dulcem Natum
morientem, desolatum,
cum emisit spiritum.
DECIMOCUARTA
ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V
/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
MEDITACIÓN
Jesús, deshonrado
y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo
lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir
un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en
la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda
el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor.
Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios
es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado
para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón
de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también
lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde
en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos [...]
el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición
de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más
el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su
sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: «
Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero
si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es
el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la
gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos:
él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda
la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es
carne y también pan para nosotros, a través de la cruz
y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece
el misterio de la Eucaristía.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo,
te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso
del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre
la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná,
el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna,
a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra
cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para
que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo
a través de la muerte del grano de trigo, para que también
nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla;
a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano
de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico
y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos
para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en
este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño
y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro:
el sepulcro está vacío porque él –el Padre–
no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció
la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no
has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón
de Dios a la carne transformada. Haz que podamos ale-grarnos de esta
esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos
de tu resurrección.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quando
corpus morietur,
fac ut animæ donetur
paradisi goria. Amen.
BENDICIÓN
V /. Dominus vobiscum.
R /. Et cum spiritu tuo.
V /. Sit nomen Domini benedictum.
R /. Ex hoc nunc et usque in sæculum.
V /. Adiutorium nostrum nomine Domini.
R /. Qui fecit cælum et terram.
V /. Benedicat vos omnipotens Deus,
Pater, et Filius, et, Spiritus Sanctus.
R /. Amen.