El desastre de la Invencible
EL DESASTRE DE LA ARMADA INVENCIBLE
Felipe II concibió la armada en sus residencias habituales del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, al noroeste de Madrid. La idea cobró cuerpo a través de numerosos escritos a sus secretarios o misivas en su nombre. Varios supuestos de orden católico, unos derechos hereditarios poco sólidos del monarca Felipe II sobre Inglaterra y el plan concebido por el marqués de Santa Cruz en el que se pretende crear una gigantesca armada llevaron al monarca en el año 1584 a empezar a reunir un gran número de barcos para lograr este fin.
LA ARMADA
Tres años después la impaciencia se aceleró. Numerosas cartas procedentes de El Escorial partían con la intención de conseguir buques de guerra y un armamento acorde a tan magna gesta, Nápoles, Cartagena, Málaga, Génova, Vizcaya e incluso el Adriático, contribuyeron a ello.
LA
MARCHA SOBRE INGLATERRA
Siete años después de la conquista de Portugal
Felipe II ordenó la conformación de una vasta
flota naval en el puerto de Lisboa. Navíos españoles
y portugueses, mejor equipados, estaban preparados para
zarpar. Aunque se creía que la consigna general era
marchar hacia las Indias, la realidad es que la empresa
se había convertido en un secreto a voces entre los
miembros que formaban la tripulación, la conquista
de Inglaterra, al mando del duque de Medina Sidonia, D.Alonso
Pérez de Guzmán el Bueno, que contaba en ese
momento con 37 años de edad.
LA FELICISIMA ARMADA
En medio de grandes fastos se celebró la bendición
de la armada oficiada por el arzobispo de Portugal en el
mes de abril de 1588. Terminada la ceremonia se realizó
una procesión oficial majestuosa. El conde de Medina
Sidonia sostenía en la mano una orla del estandarte
real en la que resaltaba el Escudo real de España.
A un lado se podía contemplar la imagen de la Virgen,
al otro Cristo crucificado y debajo una inscripción
EXURGE DOMINE ET VINDICA CAUSAM TUAM -Alzate, ¡Oh!
Señor y defiende tu causa-. Los españoles
la llamarían desde entonces la Felicisima
Armada. Meses después del fatal desenlace los
ingleses y protestantes comentaron irónicamente que
“con tantas oraciones, a los españoles se les
había ido al cielo su Armada”.
LA
FLOTA
Más de 30.000 personas componían la expedición.
La necesidad de mantener a este numeroso grupo de personas
causaba estragos en la vida cotidiana portuguesa, los mercados
no daban abasto y los precios no paraban de aumentar. Era
necesario emprender la marcha con celeridad. Un día
de mayo de 1588 se dieron las condiciones propicias y así
lo hicieron. Sesenta y cinco buques
de guerra, veinticinco cargueros procedentes del Báltico,
treinta y dos barcos más ligeros, cuatro galeazas
napolitanas y un centenar de embarcaciones menores, se aprestaron
a partir. Sólo un total aproximado de veintinco barcos
que zarparon se podían considerar auténticos
buques de guerra pero se inflaron las cifras con la intención
de causar una fuerte impresión entre los ingleses.
EL
FRACASO DEL PRIMER INTENTO
La
flota naval se encontraba cargada de moral y en actitud
favorable para iniciar la batalla, en parte debido a los
continuos sermones preparatorios a los que fueron sometidos
antes de partir: El botín si conseguían vencer
y el cielo si fracasaban”.
Sin embargo, la flota tuvo que suspender su marcha cuando sólo habían transcurrido siete millas de trayecto. El motivo fue el fuerte viento que se había levantado y que hacía imposible la navegación de la flota más numerosa de la historia naval, creada hasta el momento. No sólo no habían avanzado nada sino que se encontraban todavía más lejos de Lisboa que cuando se ordenó la orden de partida. Felipe II ordenó al duque que solucionase los problemas de inmediato y diera la orden de salida en las condiciones que fuesen.
LOS
INGLESES SE ADELANTAN
Drake
consiguió un permiso de la Reina
Isabel de Inglaterra por el cual tenía carta
blanca para realizar una incursión en tierras españolas
con la intención de desbaratar los preparativos de
la armada. El 29 de abril cayó por sorpresa atacando
la Bahía
de Cádiz. En la emboscada fueron arrasados un
buen número de navíos españoles. Drake
se dirigió hacia las
Azores donde capturó el buque San Felipe, un
gran barco portugués, que contenía un gran
número de provisiones muy valiosas para la armada.
A su regreso a Inglaterra la reina Isabel le instó
a finalizar las hostilidades creyendo que podría
conseguirse la paz.
LOS
ARDUOS PREPARATIVOS
El hacinamiento, la sobrecarga de municiones, personas y
alimentos, las enfermedades intestinales y las infecciones
-la comida se pudría- mermaron día a día
la moral de la tripulación. El pésimo estado
de salud que llegaron a alcanzar un gran número de
soldados y marineros hacía presagiar un difícil
enfrentamiento armado al llegar a Inglaterra, máxime
si se tiene en cuenta la velocidad media alcanzada por la
Armada en todo el trayecto, cuatro nudos. Tres semanas después
de salir del puerto de Lisboa todavía se encontraban
en La Coruña.
Vientos contrarios, víveres incomestibles y falta de agua potable comenzaban a crear quebraderos de cabeza al duque de Medina Sidonia. Un tercio de la Armada se encontraba indispuesta, enferma o muerta. El Rey desatendió las súplicas de sus jefes militares y ordenó una nueva salida para el 10 de Julio (en nombre de Dios y de su majestad).
Los preparativos de la Armada terminaron el 20 de Julio y zarparon el día 21 sin conocer que la flota comandada por Drake, Howard, Frobisher y Fenner se encontraban tan sólo a varios días de camino de la Coruña, donde pretendían llegar para sorprender a toda la Armada, desorganizada e indefensa en su puerto. Sin embargo, el mal tiempo les obligó a retroceder hacia Plymouth, con lo que el peligro de una emboscada desapareció.
LAS
CIFRAS ESPAÑOLAS
La línea delantera y principal estaba provista de
dos poderosas escuadras de diez galeones, los de Portugal
y Castilla, éstos últimos acompañados
de cuatro galeazas de Nápoles, comandadas por Hugo
de Moncada. En segunda línea cuatro grupos de diez
barcos cada uno. Contaba la expedición con 34 barcos
más ligeros y una escuadra provista de 23 barcos
más pequeños que disponían de víveres
y municiones. Entre toda la munición cabe destacar
los 2431 cañones, 123.790 balas de hierro y piedra,
5600 quintales de pólvora, un sinfín de provisiones
e indumentaria militar, animales de carga y otros utensilios
militares componían el potencial de salida unido
a los recursos humanos desplegados: más de 8000 marineros,
casi 19000 soldados y más de 2000 remeros.
El apoyo humano en tierra se resume a 146 hombres gentiles, 238 oficiales de reemplazo con sus correspondientes criados, funcionarios de justicia y más de 160 artilleros, 180 sacerdotes y frailes, seis cirujanos y seis médicos. No todos eran españoles pues se contaba con portugueses, italianos, alemanes, flamencos e incluso irlandeses y portugueses, en número aproximado de 4000 personas.
LOS
INGLESES
La flota inglesa se nutrió de los oficiales navales
y soldados más prestigiosos de su historia. Más
de 140 buques se encontraban en el Canal de la Mancha dispuestos
a la batalla. El navío Elisabeth Jonas, el Golden
Lyon, el buque insignia Ark de Howard, el Revenge
de Drake, el Victory de John
Hawkyns, el Triumph de Frobisher, el Dreadnought de
Beeston, el Nonpareil, Hope y un numeroso grupo de embarcaciones
menores muy ligeras, más maniobrables, componían
el grueso de su potencial naval. Felipe II acertó
al pensar que los ingleses preferirían atacar de
lejos porque aventajaban a la Armada en artillería.
EL
ORIGEN DIVINO DE LA EMPRESA
Era tal la obcecación del monarca en el origen divino
de la empresa que hizo confesarse a toda la armada antes
de partir. Todos debían recibir la absolución
antes de marchar y nadie debía blasfemar o encontrarse
en pecado mortal. Los pajes de los barcos debían
dar los buenos días al pie del mástil mayor
y al caer la noche debían recitar el Ave María
y los sábados la Salve.
Las disputas y viejos rencores debían aplazarse hasta después de la expedición bajo pena de muerte por traición. Nadie debía llevar dagas para evitar roces con el resto de la tripulación. Existía un santo y seña para cada día de la semana: Lunes Espíritu Santo, martes La Santísima Trinidad, miércoles Santiago, jueves Los Ángeles, viernes Todos los Santos, sábado Nuestra Señora y domingo Jesús.
"Mares grandes y peligrosos, mas con Jesucristo crucificado todo se puede" era la consigna que parecía estar presente entre la tripulación, pues se creía fervorosamente en la ayuda divina.
EL
PLAN
Adentrarse en el Canal de Inglaterra llegando al Cabo de
Margate donde esperaría el Duque
de Parma para asegurar el paso de las tropas. Una vez
tomado Kent
debería prepararse el asalto sobre Londres al tiempo
que debían esperar pacientemente que los enemigos
de Isabel, en el norte, oeste e Irlanda se alzasen para
ayudar al ejército invasor para someter el reino.
No obstante, los especialistas pensaron que era un plan
peligroso y poco efectivo enviando una misiva al rey con
la intención de cambiarlo.
El Rey no cambió su plan. Sin embargo, era consciente de lo arriesgado de la empresa y en caso de no contar con esa ayuda local, el duque de Parma, debía solicitar tolerancia para la iglesia católica, rendición de las ciudades holandesas controladas por los ingleses y el pago de una indemnización de guerra.
El
DUQUE DE MEDINA SIDONIA
Alonso Pérez de Guzmán el Bueno procedía
de uno de los ducados más antiguos de España,
el ducado de Medina Sidonia, en Cadiz. El apodo del bueno
se remonta al siglo XIII en honor a las andanzas de este
linaje en sus enfrentamientos con los musulmanes que se
hallaban en nuestras tierras. Su padre murió cuando
sólo tenía cinco años encontrándose
con una vasta fortuna familiar procedente de las propiedades
de su abuelo y con el título de duque. Tomó
como esposa a Ana,
princesa de Eboli, a temprana edad y, llegó a
tener más de doce hijos. En 1588 ya tenía
cuatro.
El secretario del rey, Juan de Idiáquez, le envió la carta que le nombraba Capitán General del mar Océano y le otorgaba el mando de la flota naval española asentada en Lisboa, con la responsabilidad de conquistar Inglaterra, en nombre de Dios y del rey.
Uno de los motivos fundamentales era el mal estado de salud del Marqués de Santa Cruz, comandante en jefe de la flota naval. El Duque jamás aceptó de buen grado la misión encomendada alegando inexperiencia en asuntos navales, su ignorancia estratégica y táctica de la empresa.
Felipe II le recordó con una carta de donde procedía su casto y guerrero linaje familiar.
LA
MEDIA LUNA O EL PÁJARO
Los oficiales ingleses y los relatos legendarios de la batalla
señalan como la Armada española formó
como una media luna, o luna creciente. Sin embargo, otros
autores establecen que era todo un riesgo este tipo de formación
y que la decisión final fue mantener a la flota con
una formación más parecida a la de un pájaro,
pequeñas embarcaciones en el centro, a la cabeza
la magna escuadra del duque y al frente la formación
de la escuadra de Don Pedro Valdés.
Los flancos estaban protegidos por dos alas de galeones y otras embarcaciones que marchaban en línea recta. Todo su frente ocupaba una extensión de cuatro millas y las personas que la divisaran desde lo alto de un monte podrían comprobar su aspecto, muy parecido a una media luna.
En caso de que algún barco decidiera internarse por algunos de los extremos de la media luna sería atenazado de inmediato al cerrarse ambos flancos, quedando en su centro desguarnecida y a merced de los barcos centrales españoles.
LA
TOMA DE CONTACTO: UN RESPETO EVIDENTE
Ingleses y españoles entablaron una pequeña
toma de contacto con la intención de medir sus verdaderas
fuerzas. Ambos se respetaban y este hecho propiciaba la
cautela de las operaciones y condicionaba el modo de proceder
de ambas armadas.
La Armada realizó una formación cerrada confiada más en el poder del abordaje que en el de su propia artillería al contrario qu e los ingleses.
Las dos flotas más poderosas del mundo se habían armado con el propósito de enfrentarse de forma diferente. Cuando todo estaba dispuesto ninguna de ellas podía llevar a la práctica sus planes de combate por su diferente concepción en la forma de llevar a cabo el ataque.
LAS
PERDIDAS INICIALES O EL PRIMER ABANDONO
La Armada perdió la nave San Salvador por la explosión
de varios barriles de pólvora. La tripulación
huyó despavorida dejando a merced de los ingleses
un inmenso botín. La nave insignia de Pedro de Valdés,
Nuestra Señora del Rosario, chocó con una
nave andaluza y se quedó sin el mástil, al
intentar abordar dos embarcaciones inglesas. Otro buque
inmenso de 1150 toneladas se quedaba inoperante, rezagado
y a expensas del enemigo. Durante toda la noche no se realizaron
las operaciones oportunas y el navío cayó
sin oposición en manos de Drake.
EL
COMBATE MÁS ARDUO
En la mañana del 31 de Julio de 1588 el viento comenzó
a soplar de forma favorable a la armada española.
Sin vacilar, comenzaron los primeros enfrentamientos entre
ambos contendientes. Una lluvia de proyectiles, exagerada
por el fragor de las crónicas, comenzó a inundar
el cielo de Portland Bill que pronto cambió su tonalidad.
Sin embargo, la realidad fue otra.
El desatino de las andanadas artilleras provocó un enorme gasto de munición que ocasionó nimios daños a una flota inglesa que permanecía más bien expectante a la actuación inexperta de los navíos españoles. El combate se pareció más a una lucha en tierra que a un combate naval. David Howarth, especialista del tema lo resume de una forma muy hábil “mucho ruido y pocas nueces”.
¿ABORDAJE
O FUEGO ARTILLERO?
Fue realmente un combate decepcionante. Los españoles
esperaban la ocasión propicia para el abordaje, operación
para la que habían sido preparados, pero los ingleses,
sabedores de sus intenciones, se limitaron a evitar el enfrentamiento
cuerpo a cuerpo zafándose con extremada rapidez y
con una habilidad tal que era prácticamente imposible
perseguirlos con unos navíos españoles tremendamente
pesados y muy difíciles de maniobrar.
Varios días después, los navíos españoles se dirigieron a Calais con la intención de recoger los refuerzos del Duque de Parma que supuestamente les esperaban. Los ingleses les seguían a corta distancia y dispuestos a lanzar su artillería en cualquier momento.
EL DUQUE DE PARMA
El prestigioso político y militar español
había recibido las ordenes oportunas por parte de
Felipe II de mantener las negociaciones de paz con la intención
de distraer la atención de la reina Isabel de Inglaterra,
mientras la Armada terminaba sus preparativos. Sin embargo,
rotas las negociaciones de paz, el duque jamás creyó
en las posibilidades reales de la Armada y mantenía
una negativa constante a enviar sus embarcaciones menores
alegando dificultades de navegación desde el puerto
de Calais hasta las costas inglesas.
Esta colaboración resultaba imprescindible si se quería garantizar el éxito de la empresa. Las reticencias a intervenir por parte del duque de Parma se manifestaron continuamente porque siempre pensó que la idea de invadir Inglaterra era descabellada y desproporcionada.
Los retrasos fueron desastrosos para el desenlace final. Cuando al fin se decidió a reunir a un cuantioso número de embarcaciones de pequeño calado ya era demasiado tarde. Un día antes la armada había sufrido un estrepitoso descalabro del que no se recuperaría. El hecho ocurrió a tan solo doce millas de esta plaza.
EL
DESASTRE: LA BATALLA DE GRAVELINAS
Los ingleses utilizaron pequeñas embarcaciones con
todo tipo de productos inflamables que ardían rápidamente,
llamadas brulotes, y las lanzó en plena oscuridad
de la noche contra los barcos españoles. A pesar
de que el Duque de Medina Sidonia era conocedor de estos
planes e intentó paralizar el ataque colocando varias
pinazas en la trayectoria de los brulotes; estos consiguieron
avanzar hasta la línea de los barcos españoles
causando verdaderos estragos entre los navíos españoles.
La Armada se vio obligada a retirarse en franca desorganización hacia las Gravelinas.
Los españoles cometieron el grave error de quedarse sin apenas munición al comienzo de la batalla. Los ingleses sabedores de este hecho no dieron cuartel a los buques españoles que fueron continuamente asediados por una funesta lluvia de proyectiles que hacían blanco sobre los cascos españoles causándoles tremendos e irreparables daños. Afortunadamente para los españoles la munición de los ingleses se agotó muy rápidamente a consecuencia de su perseverante ataque y asedio de la retaguardia española. Mientras tanto la armada se limitaba a huir en desbandada.
Los ingleses decidieron esperar hasta el amanecer para atacar. La mañana siguiente comprobaron que la Armada se encontraba lejos pues se había marchado en franca retirada. Ésta no contaba ya ni con un solo proyectil. La mayor parte de los buques hacían agua y en las cubiertas se amontonaban los escombros y los enfermos.
LAS
CAUSAS DE UN DESASTRE ANUNCIADO
Felipe II creyó que podía organizar una gigantesca
flota naval desde su retiro en El Escorial. Nunca manfestó
su intención de visitar al ejército, ni a
sus oficiales, ni a sus tres comandantes de rango superior.
Felipe II tampoco reunió a su Estado Mayor para realizar los preparativos de tan magna empresa. La desorganización, descoordinación y despreocupación del monarca motivó en gran parte el fracaso final. Si a ello unimos los escasos conocimientos del monarca sobre navegación, la desatención de consejos de los profesionales del ejército y de sus cortesanos, el desenlace se aventuraba poco propicio para los soldados españoles.
Algunos autores han llegado a señalar que el Marqués de Santa Cruz falleció a causa de un infarto propiciado por los continuos reproches y negativas del rey a sus especializados consejos sobre la flota naval.
Felipe II creía que los protestantes ingleses eran una minoría despreciable y poco sólida mientras que pensaba que los católicos eran la mayoría. Su esperanza en la ayuda divina le hizo pensar que los ingleses se rendirían inmediatamente con solo ver a la Armada española cerca de sus costas y que aún no siendo así contaría con la inestimable ayuda y colaboración de los fieles católicos que se levantarían en armas en su favor a su llegada. Pero, sin duda, el error más grave, trágico y evidente fue pensar que Inglaterra le otorgaría los honores propios de un rey.
Los barcos ingleses contaban con una mayor capacidad de maniobra y disponían de unos mandos mucho más especializados -eran verdaderos marinos conocedores de la técnica naval-. Los españoles no dejaban de ser sencilla y simplemente militares y, por que no decirlo, un tanto inexpertos.
A todas las desgracias y despropósitos se unieron otras fatalidades, como por "castigo divino". El viento cambiaba continuamente de dirección desorientando a los barcos españoles y dejándolos en numerosas ocasiones a merced de los ingleses.
Finalmente, la mayor puntería de los proyectiles ingleses que, en Gravelinas comenzaron a impactar de forma más contundente sobre los buques españoles, decantó la victoria final en favor de los ingleses. Mientras tanto los proyectiles de los españoles detonaban a mitad de camino o se desviaban o no detonaban, en la mayoría de las veces.
Esto se debe, según coinciden un gran número de estudiosos, a que los españoles contaban con una muy deficiente munición y una pésima artillería. Entre sus cañones se pudieron verificar mucho tiempo después, algunos que no disponían del alma o estaban fabricados con defecto. Estas y otras causas condujeron a la derrota y al desastre final de la Armada Invencible.
SIR
FRANCES DRAKE
Nacido en el año 1540 y muerto en 1596. En el año
1577 realizó un viaje que dio la vuelta al mundo
a bordo del Golden Hill. Su flota atracó los puertos
españoles de la ruta y se apoderó de amplios
tesoros que tenían su destino en España. La
Reina Isabel le nombró Sir cuando llegó a
Inglaterra con un botín de más de 326 000
libras.
En abril de 1588 realizó una incursión en la costa de Cádiz, arrasando cuanto encontró a su paso y consiguiendo un enorme botín. A su llegada a Inglaterra la reina Isabel le instó a finalizar las hostilidades que ya se habían tornado imparables. La Armada estaba a punto de partir hacia Inglaterra.
BIBLIOGRAFÍA
Cesáreo Fernández Duro, La Armada Invencible,
Madrid 1885
Carlos Gómez Centurión, La Armada Invencible,
Anaya, Madrid 1987
David Howarth, La Armada Invencible, Argos-Vergara, Barcelona
92.
Geoffrey Parker, “Si la Invencible hubiese desembarcado…”,
Número 140, Madrid, Diciembre 1987, páginas
37-48.
Fuente: Investigación propia