CVC. Anuario 2005. Introducción histórica. Justo Bolekia Boleká.
Panorama de la literatura en español en Guinea Ecuatorial
Justo Bolekia Boleká
Antes de abordar en profundidad el tema objeto de este trabajo conviene, como es de recibo, aclarar dos cuestiones previas. En primer lugar, justificar, desde una visión histórica, la presencia de la lengua española en Guinea Ecuatorial con todo lo que supuso desde el punto de vista cultural, político, social, etc., tanto para los colonizadores españoles como para los colonizados. En segundo lugar, el uso de esta lengua por parte de sus hablantes y también propietarios negroafricanos o guineoecuatorianos, un uso manifestado en la producción literaria de obras producidas por los «guineanos» (como el más alto dominio que puede hacerse de cualquier lengua), su posterior oficialidad o su conversión en lengua primera en muchas familias de Guinea Ecuatorial.
Dicho lo anterior, empezaremos afirmando que el descubrimiento de los nuevos mundos por parte de los españoles no podría haberse llevado a cabo sin África, si tenemos en cuenta que este continente se encontraba en el camino entre Europa y las Indias de Colón. Tal descubrimiento supondría la posterior apropiación, por parte de los «descubiertos», de la esencia cultural que definía a los exploradores, colonizadores, negreros, etc., concretada y definida en la lengua española como soporte de la identidad cultural de los descubridores. Pero a pesar de la expresa oscuridad histórica que éstos (desde su óptica histórica) han impuesto a África, no debemos ignorar la existencia de los pueblos que pasaron a formar parte del universo blanco del viejo continente europeo, y en el que la misma lógica de la guerra del hombre le llevó a apropiarse de cualquier objeto y abusar de él, yendo así al traste con la misma singularidad y realidad del hombre negro en su percepción de los valores de su mundo negro, o su manera de identificarse con éstos.
El espacio geográfico, cultural, «nacional» (por la existencia de un grupo humano que comparte origen, lengua, tradición, ritos, etc.), demográfico, etc., que más tarde se convertiría en el actual Estado de Guinea Ecuatorial, empezó a fraguarse desde el mismo momento en que algunos de sus territorios fueron descubiertos por los navegantes blancos en el siglo xv, entre 1470 y 1472, siempre según el cronista de turno, iniciándose inmediatamente la aculturación, primero, y la reinculturación, después, proceso que eufemísticamente pasaría a denominarse «pacificación» de la Guinea Española, que no era más que la conversión de todos sus habitantes en sumisos negros que hubieron de aprender pronto a imitar a los amos españoles en el hablar, vestir, vivir, consumir, etc. Esta imitación obligada tenía el oculto objetivo de hacer vivir a los imitadores la fatal experiencia vital de la derrota, la servidumbre, el menosprecio hacia sí mismos, etc., sobre todo al ser testigos de la difamación y el desprecio hacia su propia cultura, tanto por estos nuevos habitantes blancos como por los mismos y futuros negros guineoecuatorianos. Durante este período de racialización1 y reinculturación dominantes, el espacio guineoespañol costero (recordemos que toda la actividad comercial se desarrollaba en la costa) fue utilizado como centro de almacenamiento de las mercancías que tenían como destino final las Américas. Dicen las buenas (o malas) lenguas que lo que eufemísticamente denominamos «mercancías» eran los hoy seres humanos negros, ya que ayer fueron desprovistos de «alma» por, entre otros, el mismo promotor de su forzosa deportación a las Indias de Colón, el entonces conde de Floridablanca José Moñino. Si ya en aquellas lejanas épocas los negros habían sido objeto de las peores vejaciones derivadas de las impertinencias humanas, los políticos españoles encontraron el aval que necesitaban para no considerar humanos a estos también futuros «hijos de Dios», siendo capturados y atados como animales sin ningún grado de dignidad.
Como animales que somos, a pesar de nuestra reconocida racionalidad unilateral, y siempre dentro del universo blanco, tenemos tendencia a imitarnos los unos a los otros. Y como he manifestado antes, los negros imitamos imperativamente a los nostálgicos y esclavistas blancos en su forma de ser, de hablar, de vestir, de gobernar con mano dura, etc. Es conveniente resaltar todo esto para comprender el proceso de despersonalización que hubieron de vivir los antiguos guineoespañoles (hoy guineoecuatorianos o simplemente guineanos), para que hayan podido adoptar la lengua española como uno de los soportes de su identidad, por no decir el único (a pesar de la presencia del pidgin-english, el francés [elevado al grado de lengua oficial por decreto del presidente Teodoro Obiang Nguema en 1996] o de las lenguas nacionales en dicho reducido espacio), si tenemos en cuenta la progresiva pérdida de las singularidades étnicas que deberían caracterizarles, es decir: reconocimiento del conjunto de sus propios valores y técnicas, y la manera de servirse de ellos en un determinado momento y espacio.
1. Orígenes del español en Guinea Ecuatorial
Fueron Fernán do Poo y Juan de Santarem (ambos procedentes de Celtiberia o península Ibérica) quienes descubrieron las islas Formosa (nombre dado por su descubridor) o Fernando Poo (denominada así en honor a este mismo descubridor) y Annobón (al ser descubierta en año nuevo). Pero hasta el último cuarto del siglo xviii, estos territorios no pasarían a formar parte de la Corona española, como consecuencia del fin de la guerra entre España y Portugal. El protagonista de este trueque fue el esclavista y negrero conde de Floridablanca, representante español en las negociaciones hispanolusas que se desarrollaron en la Granja de San Ildefonso (Segovia). Por aquellas fechas, prácticamente todos los estados europeos centrales se dedicaban al comercio de esclavos, una actividad que reportaría pingües y seguros beneficios.
Fruto de esta negociación desarrollada entre 1777 y 1778, España tomó posesión de los territorios de Fernando Poo, Annobón, Corisco, las dos Elobeyes y unos trescientos o quinientos mil kilómetros cuadrados de tierra continental africana. Pero las adversidades climáticas de dichos lugares, al diezmar a gran parte de la tripulación espa ñola que se aventuró en la tarea de afincarse allí, frenaron cualquier iniciativa de ocuparlos y colonizarlos de inmediato, sin olvidar los ataques que los buques españoles sufrían por parte de los ingleses, holandeses, etc., en aguas africanas. Este abandono español fue aprovechado por los ingleses para ensanchar sus dominios, bajo el pretexto de instituir un tribunal para la captura y represión de los negreros europeos.
La presencia inglesa en Fernando Poo, Annobón y los otros territorios cedidos por Portugal (Corisco, Elobey Grande, Elobey Chico y más de trescientos mil kilómetros cuadrados de costa entre las desembocaduras de los ríos Níger [Nigeria] y Ogüé [Gabón]), se sitúa entre 1778 y 1848, tiempo suficiente para que los habitantes de dichos territorios, sobre todo los que se encontraban en los núcleos demográficos controlados por los blancos (como Fernando Poo, con la Ciudad de Clarence como centro neurálgico), abrazaran la vida y costumbres británicas (lengua inglesa o pidgin, establecimiento del sistema de clases sociales promovidas por los mismos ingleses, siempre y cuando el negro africano pudiera demostrar su relación consanguínea con algún ascendiente oriundo de alguna parte del imperio británico inglés en África, etc., sin olvidar la religión metodista, los valores contenidos y transmitidos en estos negros «britanizados», etc.). Y fueron los ingleses los que fijaron las bases de las posteriores aglomeraciones humanas. El puerto donde estaban anclados sus barcos de vela lo denominaron Port Clarence, en honor al duque de Clarence (Guillermo iv), y la ciudad que construyeron en dicho puerto la denominaron Clarence City2 (con fecha de construcción el día del Señor del 25 de diciembre de 1827), así como otros lugares como West Bay (lugar que los españoles denominarían San Carlos). Cabe decir que durante esta etapa que va de 1778 a 1848, las posesiones españolas en el Golfo de Guinea sufrieron una fuerte britanización, proceso que fue frenado, o controlado, gracias a la intervención militar española en la guerra de Independencia norteamericana contra Gran Bretaña. En conclusión, aunque aquellas tierras fueran «españolas», no hubo ningún interés en convertirlas en reales posesiones hasta las postrimerías del siglo xix, como consecuencia de la pérdida de Cuba y Filipinas.
1.1. Políticas de aculturación en los Territorios Españoles del Golfo de Guinea
El buen hacer de los europeos de los siglos xvi al xix era disponer de territorios extrafronterizos que pudieran procurarles aquellos recursos naturales de los que carecían en su subsuelo. Este ensanchamiento del universo europeo tuvo consecuencias desastrosas en otros pueblos (como los que ahora configuran el Estado de Guinea Ecuatorial), al imponerles unos sistemas como la esclavitud con sus más de ochenta millones de muertos, la división de etnias y familias, la configuración arbitraria de países, la despersonalización del individuo, la colonización, la aculturación de las sociedades posteriores a las independencias controladas, etc.
A pesar de su españolidad política, la presencia de los nuevos poseedores de los territorios negroafricanos no se haría efectiva hasta mediados del siglo xix, concretamente en 1843 (año del cambio del nombre de Clarence City por el de Santa Isabel, y que podemos denominar «principio de la racialización»). Hemos de decir que gracias a la oposición política española, el gobierno del regente general Espartero (de nombre Baldomero Fernández), presionado por las Cortes y por la opinión pública, firma un decreto el 23 de agosto de 1841 retirando el proyecto de ley relativo a la venta de las islas del Golfo de Guinea3. De inmediato se promovieron expediciones militares organizadas desde la metrópoli, las cuales pretendían justificar el interés mostrado por las autoridades españolas, cuya visión de ultramar se había centrado hasta ese momento en Iberoamérica y Filipinas.
Los dos grupos ideológicos destacables durante y después de dichas expediciones (la del conde Argelejo, la de Chacón, la de Lerena, etc.) fueron, en primer lugar, los militares (que tenían por misión dar protección a los súbditos españoles, a sus tierras y posesiones, y repeler cualquier ataque de buques que faenaran en sus aguas) y, en segundo lugar, los misioneros (encargados de controlar mental y socialmente a los colonos y autóctonos, velando por la moral pública que hoy podemos concretar en la ocultación de las «vergüenzas»4 de los negros al obligarles a ir vestidos si querían vender sus productos en el incipiente mercado para así procurarse ciertos productos de los que carecían, la prohibición de que los blancos convivieran con las negras, la obligatoriedad de utilizar el español en todas las transacciones comerciales, administrativas, etc.). Los primeros misioneros que se ofrecieron para la labor evangelizadora y transformadora de los negros de las tierras españolas fueron los jesuitas, aunque después serían expulsados (se retiraron de Fernando Poo en 1872)5al caer en desgracia en la metrópoli, siendo sustituidos por sus rivales los claretianos, los cuales comenzarían oficialmente su actividad en 18836, cuya presencia se mantiene hasta la fecha, ejerciendo una fortísima influencia en los autóctonos. En la década de los años setenta del siglo xix aparecieron los primeros centros educativos, cuya misión se centraba en tres objetivos: en primer lugar, promover el conocimiento y uso del español para así reducir el uso del pidgin-english por parte de los nativos de la futura Guinea Ecuatorial; en segundo lugar, frenar drásticamente la fuerte britanización que existía en los territorios regentados por España y, en tercer lugar, españolizar a todos los habitantes del país.
A los dos agentes ideológicos del Estado colonialista español se sumaron los maestros, generalmente misioneros, uno de cuyos cometidos, según hemos indicado anteriormente, era obligar a los autóctonos a aprender la lengua española, premiando a sus usuarios mediante la concesión posterior del grado sociocultural y económico de la emancipación. Esto equivalía a la equiparación entre blancos y negros en determinados espacios, ya que existía un camuflado apartheid en los lugares frecuentados por la sociedad minoritaria blanca. La realidad de esta naciente sociedad constituida por blancos, negros emancipados y negros tutelados, demostraba que el apartheidno solamente era socioeconómico, sino sociopolítico y cultural. Las diferencias entre los negros y los blancos se explicitaban en hechos concretos tales como la prohibición de que un negro permaneciera en una acera transitada por un blanco, la prohibición de que los negros (emancipados o no) ocuparan la parte trasera y cómoda reservada para los blancos en los locales de cine, o la parte delantera y cómoda en los coches de línea, etc. En algunas ocasiones, en las atrevidas parejas formadas por blanco y negra (con hijos), la negra estaba obligada a ocupar el lugar que le correspondía con sus hijos. Lo mismo ocurría en los coches de línea (los negros detrás, en los asientos de madera, y los blancos delante, con asientos tapizados) o en las iglesias (los blancos delante y los negros detrás). Lo curiosamente llamativo era que entre los negros existiera también un fuerte apartheid: primero los casados y emancipados, luego los emancipados, los casados y no emancipados, etc. El negro que había sido capaz de apropiarse de la lengua del colonizador español y pudiera demostrarlo llegaba a ocupar algún puesto en la administración colonial, siendo autorizado a comprar algunos productos de consumo exclusivos para los blancos, tales como vino o cualquier tipo de alcohol, harina, fiambres, etc., o incluso a llevar armas de caza. Todo esto nos hace comprobar que «en Guinea se va a practicar un colonialismo de dominio y se van a suplantar todas las costumbres locales imponiendo unas nuevas importadas, en las que el negro no tiene otro papel que el de servidor»7.
El conocimiento de la lengua española se convirtió en una especie de reconocimiento público y social, primero ante los colonos y, segundo, ante los mismos aborígenes. Esto trajo consigo una profunda transformación, concretada en los aspectos siguientes: la tradicional economía de subsistencia fue sustituida por la economía de producción y explotación para fines comerciales y enriquecimiento de los terratenientes blancos. El futuro guineoecuatoriano (o guineano) cambió sus hábitos y su actividad laboral pasó a estar centrada en el monocultivo del cacao en Fernando Poo y del café en Río Muni (o explotación de madera). Se aceleró la construcción de infraestructura viaria (carreteras, vías férreas, puertos, etc.), para transportar los productos derivados de este monocultivo del cacao en una zona y del café en otra, siempre bajo dominio blanco: propietarios, apoderados, habilitados, capataces, etc. El blanco era el amo, por consiguiente había que imitarle en todo: en su forma de hablar, de escribir, de leer, de vestir, de vivir, de pensar, de gobernar, etc., o, si se prefiere, de castizar. Para conseguirlo se echó mano de la Iglesia católica, en cuyos agentes la administración española encontró su «utilidad como españolizadores del territorio más que como pedagogos o apóstoles»8. En este sentido, tal como ya dijimos más arriba, fueron los jesuitas los encargados de transmitir los valores religiosos y sociales de la España de entonces. La presencia de estos seguidores de san Ignacio de Loyola en Fernando Poo va de 1848 a 1872, casi treinta y cinco años de evangelización y racialización, tiempo suficiente para abonar el terreno para una transformación integral del negro de la Guinea Española. En segundo lugar, tenemos la participación e implicación de los claretianos, cuya presencia en los Territorios Españoles del Golfo de Guinea va desde 1883 hasta nuestros días. Unos y otros jugaron un importante papel en la transmisión de la lengua española en esas tierras africanas demográficamente multiétnicas y pluriculturales, unas características que servirían de poco a la hora de salvaguardar las mismas lenguas autóctonas.
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