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Madrid III

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Luis Enrique Otero Carvajal

Profesor Titular de Historia Contempor�nea. Universidad Complutense. Madrid.
Espa�a (Spain).

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Madrid, de territorio fronterizo a regi�n metropolitana (y III). web optimizado para su visi�n a 800x600

Autores:

Angel Bahamonde Magro.

Catedr�tico de Historia Contempor�nea. UCM.

Luis Enrique Otero Carvajal.

Profesor Titular de Historia Contempor�nea UCM.

Publicado en: FUSI, J. P. (dir.): Espa�a. Autonom�as. Madrid, Espasa Calpe, 1989. ISBN: 84-239-6274-1 (tomo V)

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INDICE

Los primeros restos humanos: del Pleistoceno a la ocupaci�n musulmana.

Madrid territorio fronterizo: Mayrit ribat musulm�n.

Madrid territorio castellano: la campa�a de Alfonso VI.

El conflicto con Segovia por el Real de Manzanares.

La presencia de las �rdenes militares.

Los avances del feudalismo.

La resistencia antifeudal.

Madrid en tiempos de los Reyes Cat�licos.

Hacia la capitalidad.

La formaci�n de la provincia: de la discontinuidad del Antiguo R�gimen a la divisi�n provincial de Javier de Burgos.

Madrid capital del Imperio: las relaciones entre la ciudad y su territorio.

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La macrocefalia de Madrid capital en el conjunto provincial.

La dualidad econ�mica y social de Madrid. Economia y sociedad de la capital y de la ciudad.

Madrid, capital del capital espa�ol.

La economia de la ciudad. El mundo de los oficios y del comercio.

Nobles y burgueses.

El horizonte de las clases medias.

Las capas populares. El lento trancurrir hacia la clase obrera.

Las consecuencias del proceso desamortizador en la provincia.

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Madrid, polo de atracci�n de la intelectualidad espa�ola.

Madrid durante el primer tercio del siglo XX.

La crisis de la sociedad tradicional. El primer despegue industrial.

El comportamiento pol�tico madrile�o. Republicanos y socialistas a la conquista de la hegemonia.

De la posguerra al Plan de estabilizaci�n, 1939-1959.

La creaci�n del �rea metropolitana . La suburbanizaci�n de la provincia, 1960-1975.

De la prosperidad a la crisis. La evoluci�n econ�mica, 1960-1975.

Transformaciones sociales y contestaci�n a la dictadura de Franco.

El impacto de la crisis sobre el territorio, 1975-1988.

La creaci�n de la Comunidad Aut�noma de Madrid.

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MADRID, POLO DE ATRACCI�N DE LA INTELECTUALIDAD ESPA�OLA

Hablar de cultura en Madrid, en buena medida significa hablar de la cultura espa�ola y no madrile�a exclusivamente. En efecto, la instalaci�n de la capital en Madrid, y con ella la radicaci�n en la ciudad de la Corte y de las principales casas nobiliarias, hicieron pronto de la villa lugar de peregrinaci�n obligada para todo aquel que pretendiera triunfar en el mundo de las letras y de las artes. Escritores de la categor�a de Quevedo, Lope de Vega o G�ngora, por citar algunos nombres representativos de las letras espa�olas, o pintores como Vel�zquez o Ribera, encontraron en la capital el acomodo y el mecenazgo necesario para producir sus obras. Sin embargo, y salvo raras excepciones, la residencia en Madrid no signific� que sus obras puedan catalogarse como estrictamente madrile�as, en el sentido de inspirarse o reflejar la vida y costumbres de la ciudad; en general ser� la Corte y no Madrid el motivo que les lleve a hacer correr la pluma o deslizar el pincel sobre el papel o las telas.

Con la llegada del siglo XIX se aprecia un cambio en la consideraci�n de Madrid como tema literario y pict�rico, cuya ejemplificaci�n m�s excelsa la encontramos en la obra de Goya, donde Madrid, sus gentes, sus costumbres y los acontecimientos que se sucedieron en �l adquieren categor�a propia en su pintura, se convierten en objeto de algunas de sus m�s logradas obras. Ser�, sin embargo, en el plano literario donde este cambio adquiera mayor resonancia, desde los art�culos de Larra al costumbrismo de Mesonero Romanos, pasando por la denominada literatura popular, Madrid se erige en protagonista literario.

Hablar, por tanto, de cultura en Madrid no deja de ser un ejercicio problem�tico, en la medida que la ciudad conjuga la doble naturaleza de centro urbano y capital del Estado. De tal modo que la producci�n cultural est� mediatizada por este doble hecho.

En el campo de las instituciones oficiales, Academias y Universidad, Madrid es la c�spide de la carrera profesional y acad�mica. La propia estructuraci�n piramidal de la Universidad liberal desde la Ley Moyano de 1857 no hizo sino sancionar una tendencia que encontraba sus antecedentes en el traslado de la Universidad Complutense desde Alcal� de Henares a la capital dos decenios antes. El propio nombre de Universidad Central es todo un s�ntoma de lo que decimos. Como han estudiado Mariano Peset, Jos� Luis Peset y Elena Hern�ndez Sandoica, la Universidad Central es la meta de todo aquel que quiere triunfar tanto pol�tica como acad�micamente; su monopolio de las c�tedras de Doctorado y la misma expedici�n de ese t�tulo reflejan esta situaci�n de claro predominio. Por otra parte, la c�tedra en Madrid se convirti� en un continuado mercadeo de prebendas con lo que el sistema pol�tico premiaba los servicios prestados hasta bien entrado el presente siglo.

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El car�cter oficial de la Universidad de Madrid provoc� su encorsetamiento ideol�gico con el advenimiento de la Restauraci�n. La separaci�n de las c�tedras por motivos pol�ticos, las famosas Cuestiones Universitarias, en las personas de Giner de los Rios, Gumersindo de Azc�rate y Nicol�s Salmer�n, alejaron de las aulas universitarias a algunas de las m�s renombradas figuras de la cultura espa�ola del momento, generando la conciencia en un amplio sector renovador de la imposibilidad de abrir las puertas a las nuevas corrientes de pensamiento desde la Universidad. Surgi� as� la iniciativa de la Instituci�n Libre de Ense�anza bajo el impulso e inspiraci�n de Giner de los R�os, que, imbuido del esp�ritu krausista introducido por Sanz del R�o, trataba de renovar el sofocante y estrecho marco en el que se desarrollaba le ense�anza en nuestro pa�s. Su fundaci�n en 1876 pretend�a presentar una alternativa a la anquilosada ense�anza universitaria. Con el retorno a las c�tedras de los profesores afectados por la Segunda Cuesti�n Universitaria en 1881, la Instituci�n volc� sus esfuerzos pr�cticos en la renovaci�n de la primera y segunda ense�anza; desde el Museo Pedag�gico de Albareda en 1882 al Instituto-Escuela de Alba en 1918, la Instituci�n protagoniz� los m�s importantes esfuerzos para el remozamiento del panorama acad�mico. Con ser esta una labor ingente, que encontr� posterior continuaci�n en la Junta para ampliaci�n de Estudios e Investigaciones Cient�ficas, fundada en 1907 por Amalio Jimeno, el Centro de Estudios Hist�ricos y la Residencia de Estudiantes fundada en 1910 por Jim�nez Fraud, o en los organismos de la propia administraci�n p�blica como la Direcci�n General de Primera Ense�anza o la Escuela Superior de Magisterio; la labor de la Instituci�n no se par� aqu�, su influencia excedi� con mucho los l�mites del marco educativo, impregnando al conjunto de la cultura espa�ola, a trav�s de las actividades que como entidad cultural desarroll�, de tal manera que el esp�ritu institucionista alcanz� a buena parte de la flor y nata de lo que ser�a la intelectualidad espa�ola del primer tercio del siglo XX, donde Madrid actuaba como referente de obligado paso y peregrinaci�n.

En el terreno de la instrucci�n de las clases populares madrile�as, la actividad desarrollada desde la segunda mitad del siglo XIX fue numerosa. Las iniciativas que surgieron estuvieron inspiradas por muy diversas instituciones y movimientos, que abarcaban desde el catolicismo social al socialismo pasando por las de la propia Instituci�n. El Fomento de las Artes, desde 1859, fue la iniciativa se�era en este campo, continuador de la Velada de Artistas, Artesanos, Labradores y Jornaleros, fundado en 1847, impregnado de la ideolog�a social del primer obrerismo democr�tico y de los postulados del socialismo ut�pico, se propuso como objetivo elevar el nivel cultural de los trabajadores madrile�os como instrumento necesario para la liberaci�n de los mismos. Desde 1876 se transform� en un centro de ense�anza primaria y profesional, que no descuid� su vertiente cultural a trav�s de los ciclos de conferencias y la organizaci�n de exposiciones industriales, entre las que destacaron la de Artes y Manufacturas de 1883 o el Primer Congreso Nacional Pedag�gico de 1882; en esta nueva etapa sus planteamientos se abrieron hacia nuevas �reas, pasando a un segundo plano su inicial obrerismo. Desde el campo del catolicismo merecen destacarse la Real Asociaci�n de Escuelas gratuitas dominicales, surgida en 1857; la Asociaci�n Cat�lica de Se�oras de Madrid y la Asociaci�n protectora de Artesanos J�venes, fundadas en 1870, entre otras, en las que junto a una formaci�n b�sica, consistente en ense�ar a leer, escribir y las cuatro reglas, se conjugaba con una labor de proselitismo religioso que contrarrestase la naciente influencia de las corrientes obreristas presentes en Madrid. Con el asentamiento del socialismo en Madrid, la labor de instrucci�n impulsada desde la Casa del Pueblo y las agrupaciones ugetistas dio un salto cualitativo con la fundaci�n en 1911 de la Escuela Nueva, por Manuel N��ez Arenas, que desempe�� un papel de primer orden en el acercamiento y posterior incorporaci�n de numerosos intelectuales a las filas del socialismo, a la par que desarrollaba una important�sima labor cultural en el Madrid del primer tercio del presente siglo.

foto15.jpg (41402 bytes)Dentro del panorama cultural de la �poca brill� con luz propia la actividad del Ateneo de Madrid, como ha estudiado Francisco Villacorta, cuyos or�genes se remontan a la temprana fecha de 1836. Nacido bajo la �gida de la revoluci�n liberal, en su primera etapa cumpli� un destacado lugar en la introducci�n de las nuevas corrientes del pensamiento europeo. Asentado como una de las principales instituciones culturales del Madrid decimon�nico, su intensa actividad a caballo entre la disertaci�n cient�fica, la erudici�n acad�mica y la reflexi�n pol�tica, las salas y biblioteca del nuevo edificio, inaugurado en la calle del Prado en 1884, constituyeron un punto de fundamental de la creaci�n literaria y art�stica, a la par que espacio acogedor de la bohemia cultural. Su tradici�n afecta al liberalismo, en su vertiente progresista y republicana desde el Sexenio, hizo de �l punto de encuentro de la contestaci�n cultural al sistema de la Restauraci�n. Los intentos de transformarlo en una Universidad paralela apuntados por Giner en 1865 y ratificados por Labra en 1878 no llegaron a fructificar, aunque la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo, que funcion� entre 1896 y 1907 a iniciativa de Segismundo Moret, realiz� una labor esencial en la difusi�n de las corrientes cient�ficas internacionales en boga, tanto del positivismo como del evolucionismo. En los a�os ochenta la actividad del Ateneo registr� una reorientaci�n, cobrando mayor pujanza la proyecci�n cultural hacia el exterior de sus muros, a trav�s de la multiplicaci�n de las conferencias divulgativas y de la acogida en su seno a todo tipo de reuniones y congresos de la m�s diversa �ndole. La resonancia de tales actividades en la prensa de la �poca acrecent� notablemente el n�mero de sus socios y atrajo cada vez m�s la atenci�n del mundo intelectual. Con el cambio de siglo, y especialmente durante la secretar�a de Aza�a entre 1912 y 1921, el Ateneo se convirti� en el centro de reuni�n de los descontentos con el r�gimen, acogiendo a los intelectuales que desde posiciones regeneracionistas evolucionaron, ante la imposibilidad de renovaci�n interna del sistema de la Restauraci�n, hacia posturas de franca ruptura con el mismo, hasta su intervenci�n gubernamental con la llegada de Primo de Rivera al poder.

foto13.jpg (52851 bytes)La atracci�n que ejerc�a Madrid sobre los que quer�an triunfar en el mundo de las letras era irresistible. Conforme avance el siglo XIX esta tendencia no har� sino acentuarse. A Madrid se viene a triunfar, a buscar el reconocimiento, la fama y un p�blico lector, entre tanto se subsiste precariamente merced a las colaboraciones en los cada vez m�s numerosos medios de prensa. Las p�ginas de El Imparcial, bajo la direcci�n de Ortega y Munilla; El Liberal o posteriormente El Sol, por citar algunos peri�dicos madrile�os, la colaboraci�n en alguna revista como La Revista Nueva, Germinal, Alma Espa�ola o Europa, m�s tarde Espa�a, La Pluma, Revista de Occidente, etc., sirvieron de primeras tribunas en las que iniciarse en el oficio de la pluma o para darse a conocer, a la vez que representaba un ingreso suplementario en sus generalmente maltrechas econom�as. El florecimiento de las tertulias en los caf�s como introducci�n en los c�rculos culturales madrile�os constitu�a una inapreciable escuela en la que se entraba en contacto con las m�s diversas corrientes de pensamiento y art�sticas, a la par que se pasaban las largas horas de la tarde bajo techo, al amparo de un caf� o un vaso de leche antes de retornar a las fr�as y destartaladas habitaciones de las tristes pensiones madrile�as.

foto8.jpg (27339 bytes)As� pues, Madrid, desde la segunda mitad del siglo XIX, se constituy� en el polo de atracci�n de la cultura espa�ola, hasta llegar a ser con el cambio de siglo la capital cultural de Espa�a, sin menoscabo de la importante actividad que en este terreno desempe�� Barcelona, cuna del modernismo. El peregrinaje a Madrid en muchos casos se convierte en estancia definitiva: Gald�s, Baroja o Azor�n, por citar algunos ejemplos, aunque no siempre ocurri� as�: Unamuno retorn� a Salamanca huyendo de la, a su consideraci�n, fatuidad de la vida capitalina; Machado fue a Soria a ocupar su c�tedra de franc�s.

Con la llegada del nuevo siglo aparece la figura del intelectual �ntimamente ligado a Madrid. Dos son los acontecimientos que marcan su nacimiento: la solidaridad con los procesados de Montjuich y el desencadenamiento de la primera guerra mundial. Las aspiraciones renovadoras plasmadas en la Instituci�n Libre de Ense�anza encontraron un aldabonazo en el desastre del 98, que con sus reacciones al proceso de Montjuich hacen que escritores, periodistas, abogados, etc., den un paso m�s all� de la mera cr�tica de los males del pa�s; surge la necesidad del compromiso. Compromiso con la renovaci�n y regeneraci�n de Espa�a, en la que ellos como intelectuales se encuentran llamados a jugar un papel de primer orden. Es en estos momentos cuando se produce el acercamiento al recientemente constituido movimiento obrero, en unos casos de manera circunstancial, como Unamuno y Ortega y Gasset; en otros de manera permanente como Besteiro, Fernando de los R�os o Araquistain. En Madrid se encuentra el Poder, el pol�tico y el econ�mico, pero tambi�n el cultural; en �l est� la c�spide del Saber: tanto oficial, la Universidad Central y las Academias, como cr�tico, la Instituci�n, el Ateneo... Adem�s, es el lugar donde se concentran las editoriales y los grandes diarios, y la naciente opini�n p�blica tiene en la capital su principal acomodo. No es extra�o, pues, que Madrid se constituya en el m�s importante foco de la intelectualidad espa�ola; aqu� se dan cita los principales instrumentos del poder intelectual.

ortega1ca.JPG (21835 bytes)En Madrid los intelectuales encuentran todos los �rganos, todos los atributos del poder intelectual: un peri�dico, una editorial, una c�tedra, una tribuna, una cr�nica, todo aquello que, al favorecer la publicidad de su pensamiento, parece otorgarles cierto protagonismo. Es decir, la posibilidad, la necesidad o la ilusi�n de tener un p�blico y de hablar por fin en nombre del pueblo legitimador, como ha se�alado Paul Aubert.

En la capital se hallan los elementos que dan raz�n de ser al intelectual, que toma carta de naturaleza en su actuaci�n pol�tica. La palabra se convierte en un contrapoder, que encuentra su fuerza en la elaboraci�n de un discurso en el que se reconocen como grupo coherente, cuya articulaci�n se traduce en la construcci�n de una alternativa pol�tica y cuya legitimaci�n descansa en el pueblo al que se pretende liberar mediante la reforma de la sociedad. De esta manera, la cr�tica se transforma en oposici�n pol�tica, que en el caso de Ortega desemboca en su aspiraci�n a crear un partido de la intelectualidad, cuya manifestaci�n m�s aproximada se encuentra en la Alianza al Servicio de la Rep�blica, constituida el 10 de febrero de 1931.

El desenlace de la guerra civil signific� la desarticulaci�n de la brillante cultura espa�ola. El exilio exterior, la c�rcel y el exilio interior fueron el amargo destino de varias de las m�s esplendorosas generaciones que nuestro pa�s ha tenido en el campo de la cultura. Los que quedaron fueron condenados al silencio, bien mediante su encarcelamiento, como Buero Vallejo o Miguel Hern�ndez, o al exilio interior. Espa�a se convirti� en un aut�ntico p�ramo intelectual, en palabras de Jos� Luis Abell�n. Es cierto que hubo algunos intelectuales que se pasaron con armas y bagajes a las filas del bando vencedor, bien por convencimiento, como Pem�n o el marqu�s de Lozoya, bien por oportunismo, como Jacinto Benavente. Sin embargo, el r�gido encorsetamiento cultural y el f�rreo encuadramiento ideol�gico hac�an dif�cil la creaci�n cultural. En Madrid, revistas como V�rtice, El Espa�ol, La Estafeta Literaria, Escorial, controladas por la Falange, y Arbor desde par�metros nacional-cat�licos, concentraron las plumas de los intelectuales afectos al nuevo Estado, los Gim�nez Caballero, S�nchez Mazas, Edgar Neville, Eduardo Aun�s, Ridruejo, Fox�, Rosales, Men�ndez Pidal, Zubiri, La�n Entralgo, etc.

La disidencia no tardar�a en llegar, no s�lo desde el bando de los vencidos, como la Historia de una escalera, de Buero, o El Jarama, de S�nchez Ferlosio, sino tambi�n desde las propias filas del bando vencedor, en el que la publicaci�n de La Familia de Pascual Duarte en 1942 y La colmena en 1951 –prohibida en Espa�a- por Camilo Jos� Cela marcan un hito, que pronto ser�a seguido por Hijos de la ira, de D�maso Alonso, en el terreno po�tico. La disidencia se fue ampliando t�mida y lentamente. La�n publicaba en 1948 Espa�a como problema, la fundaci�n de la revista �nsula en 1946 iba en la misma direcci�n. La disidencia se convierte en crisis con los acontecimientos de 1956, que significan la ruptura con el r�gimen de numerosos intelectuales, procedentes originariamente de las filas vencedoras, la salida del Ministerio de Educaci�n de Ruiz-Gim�nez, las posturas de Dionisio Ridruejo, La�n Entralgo, entre otros, se�alan una nueva etapa. De la ruptura con el r�gimen se pasar� sin soluci�n de continuidad a la oposici�n al mismo, en el que revistas como Cuadernos para el Di�logo y Triunfo actuaron como faros de la oposici�n y aglutinadoras de la intelectualidad democr�tica. Se revela as� en toda su magnitud la crisis de hegemon�a de la dictadura, incapaz de ofrecer un marco adecuado para el desarrollo de la cultura; el aislamiento cultural del r�gimen es desolador y anticipa su imposibilidad de continuaci�n despu�s de desaparecido Franco.

MADRID DURANTE EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

La ciudad de Madrid entra en el siglo XX con alguna de sus caracter�sticas actuales francamente apuntaladas, y que en el per�odo 1900-1936 no hace m�s que confirmar. Ya es capital del capital espa�ol, desde mediados de la anterior centuria, y no s�lo por los servicios financieros que produce, sino sobre todo por el elevado porcentaje de la renta nacional que los actores de la econom�a de la capital, l�ase nobleza y alta burgues�a, canalizan hacia Madrid. Igualmente Madrid es el centro pol�tico por excelencia, lugar de residencia de los organismos medulares del Estado y centro vital en la toma de decisiones, en un esquema de fuerte impronta centralizadora contrarrestada por las resistencias de los nacionalismos emergentes. Asimismo, Madrid ya se ha transformado en el primer centro cultural del pa�s, m�s que por su pujanza creadora interna, por la propia l�gica del fen�meno de la capitalidad, que crea el caldo de cultivo suficiente para que germine la figura del intelectual, cuya implicaci�n en la escena pol�tica y social se incrementar� conforme se acent�e la esclerotizaci�n del sistema de la Restauraci�n.

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A lo largo del siglo XX la ciudad va a sufrir un proceso radical de transformaci�n, acelerado a partir de 1959. Hasta 1936, por poner como l�mite fronterizo la guerra civil, el proceso de cambio se perfila lento, lleno de altibajos, de flujos y reflujos que van configurando a Madrid como una metr�poli m�s moderna. No obstante, conviene no exagerar la profundidad de las transformaciones antes de nuestra guerra civil. Todav�a a la altura de los a�os treinta Madrid conserva abundantes elementos residuales de etapas anteriores que combinan con los nuevos embriones de la sociedad industrial, en la plena acepci�n del t�rmino. Ya hemos tenido ocasi�n en otro lugar de plantear esa especie de contradicci�n entre pervivencia y cambio, que acompa�a el transcurrir hist�rico madrile�o en el primer tercio del siglo XX: "en su demograf�a, en la configuraci�n de su espacio urbano, en sus actividades industriales, mercantiles y financieras se dibuja el choque entre dos mundos contrastados, la ciudad semiartesana, gremial y popular que se resiste a morir, y la ciudad que camina hacia la industrializaci�n y la segmentaci�n en clases, no s�lo social sino tambi�n pol�ticamente diferenciadas". En otras palabras, se asiste a la crisis de la vieja ciudad de los oficios y de los peque�os servicios, mientras la ciudad industrial pugna por abrirse camino en los intersticios urbanos, sociales y pol�ticos.

Desde el punto de vista demogr�fico Madrid sigue el cambio de tendencia que se observa en el contexto de todo el pa�s. Se abre una etapa en la que toma cuerpo un nuevo modelo demogr�fico, que rompe con el modelo tradicional reproducido durante el siglo XIX. Las tasas de defunci�n caen vertiginosamente, como ha puesto de manifiesto Antonio Fern�ndez Garc�a: el 28 por mil de 1905 pasa a 17,90 por mil en 1930. Retroceso de la muerte, explicado por causas estructurales y por la desaparici�n de la mortalidad epid�mica, haciendo la salvedad de la crisis de gripe de 1918-20. Con un ritmo paralelo las tasas de natalidad descienden del 34 por mil en 1900 al 28 por mil de 1930. El desfase entre ambas tasas ejemplifica el enorme crecimiento vegetativo de este per�odo. Sin embargo, el aumento de la poblaci�n madrile�a entre 1900 y 1930 se debe m�s al mantenimiento de la tradicional corriente inmigratoria que recibe Madrid. S�lo as� puede explicarse que los 539.835 habitantes de la ciudad a principios de siglo se transformaran en 952.832 habitantes a la altura de 1930.

Madrid recibi� un total de 450.493 inmigrantes en este lapso de tiempo, algunos de los cuales s�lo recalaron provisionalmente en Madrid, como punto de partida para encontrar acomodo en las zonas de r�pida expansi�n industrial. La procedencia geogr�fica de estos inmigrantes perfila un mapa similar al de decenios pret�ritos, sino fuera porque se deja entrever una mayor presencia de elementos procedentes de las provincias de la Mesetas Sur y de Andaluc�a, que aunque minoritarios respecto de los procedentes de Castilla-Le�n, Asturias y Galicia, ya anuncian el cambio de origen geogr�fico que alcanzar� su m�ximo exponente a partir de 1959, con la crisis definitiva de la sociedad rural tradicional. En 1930 �nicamente el 37% de los habitantes de la ciudad eran aut�ctonos. No es extra�o, pues, que a Madrid cuadren acepciones l�ricas como rompeolas de todas las Espa�as o caracola del rumor hispano, como la calific� el escritor gallego Eduardo Blanco Amor. Pero el lirismo desaparece cuando se analizan las consecuencias de la riada migratoria sobre el espacio urbano. En aquella ciudad del primer tercio del siglo XX se acelera un proceso ya apuntado en los �ltimos decenios de la anterior centuria: la diferenciaci�n y segregaci�n social del espacio urbano. Los proyectos de Ensanche hab�an mudado de contenido su teor�a inicial, provocando el caos, la especulaci�n y la irracionalidad en la promoci�n del suelo urbano. Antes de que el Ensanche, planteado por Castro en 1860, se colmatara, hab�an surgido en Madrid zonas de poblamiento popular m�s all� del Ensanche, sin ning�n tipo de planteamiento: la Guindalera, Prosperidad, Tetu�n, Puente de Vallecas, hu�rfanos de equipamiento e infraestructura. En cualquier caso, la segregaci�n en vertical sigui� predominando sobre la segregaci�n en horizontal, dando lugar a una forma de convivencia social, que aunque se diluye, todav�a mantiene firme la noci�n de pueblo. De todas formas, las clases m�s acomodadas tienden a ocupar los distritos de Centro, Congreso, Buenavista, Hospicio y Palacio. Por el contrario, son zonas de asentamiento proletario los distritos de Universidad, Chamber�, Latina, Hospital e Inclusa, adem�s de los nuevos barrios del extrarradio antes aludidos, en el que encuentran asiento los emigrantes, plasm�ndose en el espacio urbano la diferenciaci�n social y pol�tica existente entre las clases trabajadoras madrile�as. Los distritos de la ciudad ser�n el lugar de residencia de los trabajadores artesanos herederos de una cultura urbana. El extrarradio ser� ocupado por los nuevos inmigrantes que surten las filas m�s bajas de los oficios madrile�os: jornaleros, trabajadores no cualificados, etc. Esta segregaci�n espacial encontrar� traducci�n en las respuestas pol�ticas de las clases trabajadoras madrile�as: la influencia de los socialistas se extender� fundamentalmente dentro del casco madrile�o; en los a�os treinta la penetraci�n del anarcosindicalismo y de los comunistas encontr� un caldo de cultivo propicio en los barrios del extrarradio.

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El caos urban�stico era causa y consecuencia de la falta de planeamiento, y esto a su vez repercut�a en la especulaci�n del suelo y alto coste de la vivienda. Como consecuencia el tema de las viviendas pas� a ocupar un primer plano de debate y pol�mica, a la par que las organizaciones obreras lo incorporaron a su discurso reivindicativo. Desde el primer decenio del siglo resulta cada vez m�s necesaria una decidida intervenci�n del Ayuntamiento que pusiera orden en el entramado urbano. Era preciso un plan general que tuviera en cuenta tanto la din�mica del viejo casco y del Ensanche planeado por Castro, como las nuevas realidades surgidas en el extrarradio; es decir, era preciso un plan conjunto que integrase estas tres estructuras urbanas. Un primer paso todav�a insuficiente corresponde al proyecto de Nu�ez Granes de 1911, suficientemente criticado por su falta de visi�n integradora. Habr� que esperar al decenio de los a�os veinte para que surjan los primeros intentos de un plan general para Madrid. Entre tanto la ley de casas baratas de 1921 se convierte en el primer ensayo de resoluci�n del acuciante problema de la vivienda popular, o sea, el ordenamiento para la construcci�n de barriadas econ�micas, dise�adas en teor�a como ciudades sat�lites aut�nomas en lo referente a sus propios servicios colectivos, y siempre buscando la proximidad a las grandes arterias de comunicaci�n o a los grandes centros de trabajo. De todas formas, esta ley no solucionaba el problema de la urbanizaci�n del extrarradio. A principios de 1922 en el Ayuntamiento madrile�o se present� un "Informe propuesta de un plan general de extensi�n de Madrid y su distribuci�n en zonas", elaborado por los arquitectos Jos� L�pez Sallaberry, Pablo Aranda S�nchez, Jos� Lorite y Juan Garc�a Cascales, que finalmente no supuso m�s que una importante aportaci�n te�rica a la cuesti�n del urbanismo, sin ninguna concreci�n pr�ctica. Despu�s de un denso proceso de recogida de datos sobre el estado de la ciudad y su zona de influencia, en junio de 1929 fue elaborada la Informaci�n sobre la ciudad, publicada por el Ayuntamiento. Para empezar tengamos en cuenta dos consideraciones: en primer lugar, Madrid era algo m�s que un municipio, es decir, cualquier reordenaci�n del espacio urbano pasaba necesariamente por una acci�n concertada con los municipios vecinos directamente vinculados a la capital; en segundo lugar, resultaba palpable que cualquier esfuerzo de reordenaci�n superar�a las disponibilidades econ�micas de la hacienda municipal, por lo que se hac�a necesaria la participaci�n del Estado.

El 26 de junio de 1929 se convoc� el Concurso Internacional de ordenaci�n de Madrid. El 30 de diciembre de 1930 fue elegido el proyecto firmado conjuntamente por Secundino Zuazo y el profesor Jansen de nacionalidad alemana, que dejar� una impronta imborrable en la futura planificaci�n urbana madrile�a. Zuazo y Jansen plantean el problema de la ciudad desde una comprensi�n global en la que son tomados en consideraci�n dos elementos directrices: la centralidad de Madrid como capital y nudo de comunicaciones, y la ordenaci�n del territorio m�s all� de los l�mites municipales, con el fin de proceder a una estructuraci�n racional de la extensi�n de la ciudad. Respecto de la primera cuesti�n, el plan Zuazo-Jansen la resuelve mediante la intensificaci�n de la funci�n simb�lica del eje Norte-Sur, por el que se ponen en relaci�n los diferentes componentes hist�ricos de la ciudad -casco, ensanche, extrarradio y extensi�n- con su car�cter de uni�n de las carreteras del norte y del sur del pa�s. El trazado propuesto por Zuazo-Jansen parte del encuentro de la carretera de Alcobendas con la Castellana, en donde estaba el Hip�dromo (Nuevos Ministerios), hasta su uni�n con el cruce de Bravo Murillo con la carretera de Maudes, y desde aqu� trazando su enlace con Fuencarral. Respecto de la segunda cuesti�n, la ordenaci�n de la extensi�n de la ciudad es resuelta mediante un plan general articulado en torno al trazado radial, delimitado por un cintur�n verde que rodea la zona de extensi�n; mientras que, el trazado radial del viario establece la conexi�n de la ciudad con el extrarradio existente, delineando el futuro crecimiento de la capital alrededor de las v�as as� planificadas. En el interior de la ciudad el Plan contempla dos objetivos: la descentralizaci�n del casco urbano y el saneamiento de los distritos insalubres, todo ello enmarcado en una concepci�n bastante avanzada de la planificaci�n urbana no exenta de contradicciones, al intentar conjugar la actuaci�n municipal sobre el suelo, a fin de evitar la especulaci�n del mismo, con la irrupci�n de capitales privados. Para ello se plantea la edificaci�n en vertical, como forma de rentabilizar la inversi�n, en forma de bloques paralelos, manifest�ndose contrario a la vivienda unifamiliar por la escasa rentabilidad del suelo y los altos costes relativos de edificaci�n y mantenimiento.

La propia globalidad de la intervenci�n urban�stica del Plan Zuazo-Jansen se convirti� en su principal obst�culo para materializarlo, las convulsiones pol�ticas que atraves� nuestro pa�s durante los a�os treinta, unido a las dificultades presupuestarias existente, con motivo de la crisis econ�mica, actuaron de r�mora a la hora de abordar tan ambicioso proyecto, finalmente la guerra civil termin� por imposibilitar su desarrollo. De tal manera que en los a�os de la II Rep�blica s�lo fueron puestos en marcha algunos aspectos parciales del mismo, en concreto la reforma de la Castellana, que sent� las bases para la posterior estructuraci�n del eje Norte-Sur, y los enlaces ferroviarios entre el norte y la estaci�n Sur (actual Atocha). Fue Indalecio Prieto el principal impulsor de estas reformas cuando ocup� la cartera de Obras P�blicas. En 1932 Prieto creaba el Gabinete T�cnico de Accesos y Extrarradio, encargado de analizar las propuestas contenidas en el Plan Zuazo-Jansen. Un a�o despu�s se aprob� el proyecto de prolongaci�n de la Castellana y de los Nuevos Ministerios y la primera propuesta para la estructuraci�n ferroviaria de Madrid. Al frente del Gabinete se encontraba Secundino Zuazo, que en 1934 present� su Plan Comarcal de Madrid, su �ltima gran actuaci�n de planificaci�n del territorio madrile�o ya que desde 1934 qued� relegado de las funciones ejecutivas. Con el estallido de la guerra civil cualquier plan de ordenaci�n urbana ten�a que relacionarse necesariamente con el hecho de la destrucci�n f�sica de una parte considerable del casco urbano. A este efecto, en 1937 se constituy�, en el seno del Ministerio de Comunicaciones, Transportes y Obras P�blicas, el Comit� de Reforma, Reconstrucci�n y Saneamiento de Madrid, con Juli�n Besteiro y Juli�n Garc�a Mercadal a su cabecera. Recogiendo las directrices de Zuazo, el Comit� elabor� el Plan Regional de Madrid, que sirvi� de inspirador en las posteriores propuestas de reforma urban�stica acometidas despu�s de la guerra civil.

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LA CRISIS DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL. EL PRIMER DESPEGUE INDUSTRIAL Antes hemos definido a Madrid como capital del capital espa�ol, y hemos concretado esta definici�n en el hecho de que Madrid concentra un porcentaje significativo de la renta nacional, porque en la ciudad reside lo m�s representativo de la elite econ�mica espa�ola. Durante el primer tercio del siglo XX Madrid consolida esta posici�n, a�adiendo nuevos elementos que permiten ampliar la definici�n con un nuevo t�rmino: Madrid capital de las finanzas. En efecto, uno de los cambios cualitativos m�s visibles en el transcurrir madrile�o hasta 1936 fue el impulso del sector servicios, reafirmando el papel de Madrid como pieza medular del capitalismo espa�ol. Madrid, confirma, pues, su papel como centro nervioso de las finanzas espa�olas, al cobijo de la reordenaci�n nacionalista de la econom�a espa�ola en el primer tercio del siglo XX, que encontr� uno de sus pilares de sustentaci�n en la consecuci�n de una red bancaria plenamente articulada con las necesidades econ�micas del pa�s. Esta situaci�n dejar�a su impronta en la propia fisonom�a de la ciudad, la reforma de la Gran V�a y de la calle Sevilla son el reflejo paradigm�tico del Madrid financiero. En el eje configurado por la calle de Alcal�, desde la Puerta del Sol hasta la Plaza de la Cibeles, se instalar�n las sedes centrales de los grandes bancos nacionales, bajo su sombra se emplazan toda una serie de establecimientos del terciario, como aseguradoras, sedes empresariales, oficinas, etc. Es una �poca de transici�n de un sistema financiero tradicional a otro de rasgos m�s modernos. En su formaci�n intervienen circunstancias hist�ricas favorables que van desde la acumulaci�n de capitales, conseguida durante la Primera Guerra Mundial, tal como han analizado Jos� Luis Garc�a Delgado, Juan Mu�oz y Santiago Rold�n, al cambio de comportamiento econ�mico de la elite madrile�a, que irrumpe con fuerza en el mundo de los negocios, superando la tentaci�n rentista de decenios anteriores. En 1922 funcionaban en Madrid 17 de los m�s importantes bancos del pa�s, que absorb�an aproximadamente el 40% de los recursos totales de la banca nacional: 315,7 millones de ptas. sobre un capital desembolsado global de 771,8 millones. Es la c�spide de una pir�mide societaria que ejemplifica a la perfecci�n la penetraci�n de la banca en otros �mbitos econ�micos. Entre 1900 y 1930 la mitad de las sociedades an�nimas constituidas fijan su residencia en Madrid. Conjunto financiero que trasciende de los l�mites de la ciudad para extenderse a lo largo y ancho de toda Espa�a, a trav�s de un sistema de sucursales que aseguran la vinculaci�n entre la capital de los servicios y los principales centros econ�micos.

En el plano industrial son visibles un conjunto de transformaciones que anuncian el despegue. La vieja ciudad artesanal entra en crisis. No es un proceso brusco de sustituci�n, sino un lento per�odo de transici�n en el que coexisten antiguas estructuras tradicionales y la moderna f�brica, impulsada por dos ramas en concreto: el sector de la construcci�n y la industria el�ctrica. De todas formas, contin�an dominando en el panorama madrile�o la multitud de peque�os talleres del mundo de los oficios, de muy reducidas dimensiones, que emplean poca mano de obra, y en los que los motores de sangre predominan sobre la m�quina. A principios de siglo, las �nicas empresas que aglutinaban a varios cientos de asalariados eran las del transporte ferroviario o los tranv�as, adem�s de la f�brica del gas y la de Tabacos, sujeta esta �ltima al monopolio estatal. En cambio, a la altura de los a�os treinta nacen empresas industriales de otra �ndole centenarias por su n�mero de trabajadores. Un sector punta es el el�ctrico, cuyos embriones surgen a finales del siglo XIX a trav�s de ensayos individuales que adquieren consistencia en los primeros decenios del nuevo siglo. Desde 1905 se observa un proceso de concentraci�n y racionalizaci�n en el sector, que da lugar al nacimiento de sociedades an�nimas y con ellas a la penetraci�n de la banca, configurando un esquema todav�a prematuro de capitalismo financiero, concretado en la iniciativa proveniente de los bancos de Urquijo y de Vizcaya, con la creaci�n de sociedades como la Hidroel�ctrica Santillana (1905), Hidroel�ctrica Espa�ola (1907) o la Uni�n El�ctrica Madrile�a (1911). En a�os posteriores la capacidad de generar demanda agregada de la electricidad trajo consigo la formaci�n de otras empresas afines, dedicadas a la fabricaci�n de material el�ctrico: desde AEG a Standard El�ctrica pasando por Philips.

Este inicial crecimiento de la industria madrile�a se inscribe en el despegue industrializador que recorre el pa�s. Si nos atenemos a los datos elaborados por Albert Carreras, entre 1913 y 1935 a escala europea, �nicamente Suecia ofrece un �ndice de crecimiento industrial superior al espa�ol, que alcanza su m�ximo apogeo en �poca de Primo de Rivera, per�odo en el que se hace m�s evidente la penetraci�n de la banca en otros sectores m�s all� del el�ctrico antes apuntado. Sobre todo en el ramo de la construcci�n se observa la formaci�n de sociedades an�nimas que desplazan al tradicional maestro de obras (Agrom�n, Fierro, Fomento de Obras y Construcciones,...), y en el ramo de los transportes como es el caso del Metropolitano madrile�o, cuya primera l�nea Sol-Cuatro Caminos se abri� al p�blico en octubre de 1919.

En el terreno comercial los cambios son menos apreciables. Pervive un arraigado minifundismo, como ha estudiado Gloria Nielfa, en donde la figura del peque�o tendero y del comercio de estructura familias es hegem�nico respecto del gran bazar. Este minifundismo se hace m�s presente en el comercio de alimentaci�n, equivalente al 70% del total, hecho demostrativo de que el incremento demogr�fico de la ciudad encuentra traducci�n a escala comercial en la floraci�n de nuevas tiendas de escala muy reducida, que incide negativamente en lo que los contempor�neos denominaron cuesti�n de subsistencias, es decir, el aumento de la poblaci�n tiene su correlato en una mayor atomizaci�n. Es en otros ramos del comercio donde se dan los primeros s�ntomas de concentraci�n ligados a la nueva funcionalidad de la ciudad: maquinaria, tejidos, art�culos de lujo y venta de muebles.

Con respecto al siglo XIX el tejido social madrile�o experimenta algunas transformaciones en consonancia con los cambios econ�micos analizados. Lo m�s significativo es la aparici�n en escena de una clase obrera, con los contenidos que E.P. Thompson da al concepto; las caracter�sticas espec�ficas de la ciudad dejaran su impronta en los comportamientos y actitudes de las mismas. De una parte irrumpen con creciente fuerza los obreros de mono azul, los proletarios propiamente dichos. De otra el obrero de cuello blanco, empleado en el pujante sector servicios, que busca su identificaci�n social m�s en los h�bitos de las clases medias a las que se aspira pertenecer, que con la problem�tica y mentalidad del obrero consciente, reproduciendo mim�ticamente la cosmovisi�n de estas clases envidiadas. A principios de la II Rep�blica sobre una poblaci�n asalariada de 350.000 personas aproximadamente, algo m�s de 80.000 est�n incorporados al sector de la construcci�n, otros 66.000 forman el mercado laboral industrial propiamente considerado. El ramo de los transportes emplea a 30.000. El sector servicios cuenta con 42.000 empleados de comercio, 25.000 en el sector financiero y 11.000 en la Administraci�n P�blica.

Otro cambio sustancial en el entramado social madrile�o es la consolidaci�n de una clase media profesional directamente imbricada en el sector servicios. A simple vista parece que aqu� no existe ninguna novedad, ya que una de las caracter�sticas del siglo XIX era la presencia de una mesocracia ligada a la Administraci�n P�blica. Sin embargo, aqu� reside la diferencia, en el primer tercio del siglo XX el fen�meno de la capitalidad sigue alimentando lo que gr�ficamente se denomin� en la �poca la empleoman�a, pero tambi�n es cierto que durante este per�odo surge un n�cleo de profesionales liberales que van a ser los gestores de ese primer despegue econ�mico, y cuyo modus vivendi no viene referido a los empleos estatales. Ser�an los abogados, arquitectos, profesores mercantiles y, sobre todo, los ingenieros industriales, sobre los que va a reposar en gran medida la iniciativa en la constituci�n y gesti�n empresariales.

En tercer lugar, cabr�a se�alar el cambio de criterio econ�mico de la elite madrile�a. La coyuntura ofrec�a nuevos cauces de reproducci�n patrimonial, que no se centraban ya fundamentalmente en el acopio de rentas originadas en la propiedad urbana y en la deuda estatal, ni tampoco en la tierra, una vez cerrado el ciclo desamortizador. No se trata de que la vieja elite rentista se convierta de la noche a la ma�ana en capitanes de empresa, s�lo en contadas ocasiones tom� la iniciativa empresarial, que m�s bien descanso en los profesionales antedichos, sino que las expectativas de beneficios abiertas atrajeron sus capitales, en la b�squeda de importantes plusval�as, tal como hab�an hecho anteriormente con sus inversiones en bienes inmuebles o t�tulos de la Deuda P�blica. No fueron m�s progresistas que sus hom�logos del siglo XIX, en todo caso fueron tan racionales como ellos, siempre que entendamos por racionalidad la obtenci�n de la seguridad y rentabilidad, que en el siglo XIX pasaban por los bienes inmuebles y las rentas del Estado, y en los a�os veinte de la actual centuria por la adquisici�n de valores empresariales.

EL COMPORTAMIENTO POLITICO MADRILE�O. REPUBLICANOS Y SOCIALISTAS A LA CONQUISTA DE LA HEGEMONIA

Las transformaciones econ�micas y sociales encuentran su correlato en la evoluci�n del comportamiento pol�tico madrile�o. Con la crisis del Estado de la Restauraci�n como trasfondo, en el mapa pol�tico se dibujan dos tendencias. En primer lugar, las repetidas consultas electorales muestran un relativo desinter�s de la poblaci�n madrile�a, constatable en los altos �ndices de abstencionismo que fluct�an desde un m�ximo en 1907, cifrado en el 65,2%, y un m�nimo excepcional del 34 por ciento en 1910, a�o de la salida a la escena pol�tica de la conjunci�n republicano-socialista. Un an�lisis m�s pormenorizado de la cuesti�n nos lleva a colegir que el abstencionismo se desarrolla sobre todo entre las capas populares. M�s que un desinter�s pol�tico parece emerger la conciencia de la imposibilidad del cambio a trav�s del mecanismo electoral tal como estaba planteado. A pesar de ello, el mapa pol�tico desde 1903 hasta 1923 marca una secuencia de auge de las ideas republicanas y socialistas, sujeta a altibajos, pero con una clara tendencia al alza. El voto republicano madrile�o enlaza firmemente con el tradicional republicanismo de los barrios populares, puesto de manifiesto durante el Sexenio Democr�tico y reafirmado a finales del siglo, una vez reinstaurado el sufragio universal en 1890, de hecho en los distritos populares (Hospital, Inclusa y Latina) el predominio republicano se mantendr�, incluso, en las elecciones en que peores resultados cosecharon, en funci�n del alto abstencionismo.

foto 16a.jpg (44553 bytes)La creciente implantaci�n del Partido Socialista entre las clases trabajadoras se encuadra plenamente en la doble realidad socioecon�mica madrile�a: comparte el mundo de los oficios con las opciones republicanas y comienza a dominar el mundo de la f�brica, surgido con el primer despegue industrial. En este hecho reside la segunda de las tendencias apuntadas. El Partido Socialista inaugura el siglo con una clientela electoral que apenas supera los 2.000 votantes, es decir con una incidencia marginal, y desemboca en 1923 como el partido m�s votado del arco pol�tico, con 20.291 votos, equivalentes al 28,3%. �Qu� ha ocurrido en el interregno entre esos dos a�os? Es visible a lo largo del per�odo una correlaci�n m�s perfecta entre el n�mero de afiliados a la UGT y el voto socialista, situaci�n que no se daba en el primer decenio del siglo. En esta mayor adecuaci�n influy� tanto la adaptaci�n del mensaje pol�tico socialista al mundo de los oficios, como la plataforma que adquirieron con su incorporaci�n al Ayuntamiento, que les permiti� conectar con los grandes temas de preocupaci�n popular, sobre todo el problema de la vivienda y la cuesti�n de las subsistencias.

frentepopular1a.JPG (43476 bytes)De esta forma, durante la II Rep�blica la hegemon�a de los socialistas se hace indiscutible. En 1931 son el principal sost�n de la conjunci�n republicano-socialista. En las elecciones de noviembre de 1933 son el partido m�s votado con el 28,6 por ciento, y en 1936 fueron la espina dorsal del Frente Popular. En los a�os treinta, Madrid es una ciudad basculada hacia la izquierda. Ya en abril de 1931, en todos los distritos electorales, la opci�n republicana tuvo mayor�a, en las elecciones de junio de 1931 la conjunci�n republicano-socialista logr� una resonante victoria. En noviembre de 1933, aunque a escala nacional triunfase la derecha, en el contexto madrile�o el centro-izquierda aza�ista, los socialistas y los comunistas obtuvieron el 54 por ciento de los votos, cifra similar a la alcanzada por el Frente Popular en febrero de 1936.

Ello no quiere decir ni mucho menos que el an�lisis pol�tico del Madrid republicano pueda encuadrarse en la confrontaci�n de dos bloques opuestos claramente delimitados. Ni las burgues�as formaban un todo compacto, ni la clase obrera se articulaba en una �nica soluci�n pol�tica. Por arriba y por abajo, exist�an alternativas de diferente cu�o, eso s� con evidentes convergencias. En lo que respecta a la clase obrera esta situaci�n se pondr� de manifiesto durante la guerra civil, en ese Madrid que amalgama tensiones, m�s o menos latentes y soterradas, que sino llegaron a aflorar con la misma intensidad que en el caso de Barcelona, no por ello dejaron de existir, culminando, en un clima de derrota, que ya no ten�a que ver nada con las triunfales jornadas de noviembre de 1936 -el No pasar�n-, con la sublevaci�n del coronel Casado, en los d�as inmediatos a la entrada en la capital de las tropas de Franco, el 28 de marzo de 1939.

DE LA POSGUERRA AL PLAN DE ESTABILIZACION, 1939-1959 bombardeos1a.JPG (37412 bytes)Despu�s de tres a�os de guerra civil, el territorio madrile�o inicio un lento proceso de reconstrucci�n econ�mica, que se extiende a lo largo del decenio de los a�os cuarenta. Tengamos en cuenta que una parte sustancial de la provincia hab�a sufrido gravemente las consecuencias del conflicto b�lico. Entre 1936 y 1937 el territorio madrile�o fue el principal teatro de operaciones b�licas de la guerra civil. Tres de las cuatro fases de lo que se denomina la batalla de Madrid se desarrollaron en las cercan�as de la capital. Desde la ribera del Manzanares hasta la cuenca del r�o Jarama la destrucci�n se ense�ore� de campos y villas. En 1939 era preciso reconstruir una parte importante del caser�o urbano de la capital, al igual que municipios enteros como Sese�a, los Carabancheles, Rivas... En suma, la provincia de Madrid fue una de las de mayor �ndice de destrucci�n per capita.

La reconstrucci�n, pues, marc� la t�nica de los primeros a�os cuarenta en Madrid, en un ambiente de penuria y de escasez, en el que las colas, las cartillas de racionamiento y el estraperlo son las figuras dominantes. El profesor Jim�nez D�az, a la altura de 1942, pon�a de manifiesto la desnutrici�n generalizada de la poblaci�n de Vallecas. No era una excepci�n, sino la norma que afectaba a multitud de madrile�os de las clases menos pudientes. La lucha por la vida, el sobrevivir llen� su horizonte cotidiano, sin que ello supusiera, por razones obvias, la menor alteraci�n de la paz social, por lo menos hasta 1951. Hecho comprensible si tenemos en cuenta el desmantelamiento del movimiento obrero, el miedo y la propia sensaci�n de derrota. Otro conjunto de madrile�os, sin embargo, hizo suya la victoria. Era aquel 44% de votantes de derechas cuando las elecciones de febrero de 1936. Hab�an recobrado sus valores tradicionales, sus pautas de comportamiento, y eran capaces de soportar con mayor �nimo las penalidades de la posguerra. De entre ellos, una peque�a porci�n ascendi� en el escalaf�n social aprovechando su vinculaci�n con los vencedores. Fueron los protagonistas del negocio f�cil y de la r�pida acumulaci�n.

En junio de 1951 un hecho conmovi� a la jerarqu�a del nuevo Estado: la huelga de tranv�as, que inapropiadamente fue denominada como huelga blanca. A escala nacional era la culminaci�n del lento despertar de la contestaci�n social, que hab�a empezado a tomar cuerpo desde 1947 en el norte de Espa�a y en Catalu�a. En Madrid result� m�s bien la novedad, despu�s de un decenio de orden social a rajatabla. M�s que en el �mbito cuantitativo la huelga puso de manifiesto la insostenible continuaci�n de la pol�tica econ�mica aut�rquica. De todas formas, hemos tenido ocasi�n de comprobar a trav�s de los archivos de la EMT, que la huelga fue ampliamente seguida en la capital, como indica el descenso de las recaudaciones, situado entre un 30 y un 40% por debajo de los d�as normales, seg�n qu� l�neas.

El 18 de julio de 1951 una significativa remodelaci�n gubernamental, con Arbur�a al frente del Ministerio de Comercio, sent� las primeras bases del nuevo rumbo econ�mico espa�ol, que se concretar�a a partir del Plan de Estabilizaci�n de 1959: el viraje hacia una pol�tica industrializadora, en el marco de una apertura econ�mica al mercado mundial. En esa nueva orientaci�n el territorio madrile�o iba a cambiar radicalmente su estructura econ�mica y social, a lo largo de un per�odo de veinte a�os, en el que las transformaciones comenzadas a principios de siglo llegan a su culminaci�n. Ya en los a�os cuarenta el nacimiento del INI hab�a desempe�ado un papel de primer orden, sobre todo en el terreno infraestructural y de equipamiento. Se instalaron o revitalizaron en la provincia varias empresas del Instituto: ADARO, E.N. Elcano, E.N. Calvo Sotelo, Construcciones Aeron�uticas S.A. (CASA), PEGASO... As� al amparo y protecci�n del Estado, y siguiendo los cauces abiertos por el INI, diversas empresas de los sectores de maquinaria, automoci�n, electrodom�sticos y de transformados met�licos, empezaron a radicarse en un Madrid donde no escaseaba la mano de obra barata y con un amplio mercado local. Conjunto empresarial sobre el que se edificara el posterior crecimiento industrial de los sesenta.

El cambio de modelo econ�mico iniciado en 1951 estuvo acompa�ado de un nuevo empuje migratorio hacia la capital, ya entrevisto en el decenio anterior. La poblaci�n de hecho de la provincia pas� de 1.579.800 habitantes en 1940 a 1.926.300 hab. en 1950 y 2.606.300 en 1960. Incremento demogr�fico que tuvo r�pidas repercusiones en el espacio urbano, e hizo necesario desempolvar las concepciones urban�sticas elaboradas en el plan Zuazo-Jansen y en el Plan Regional de Besteiro. Estas fueron las l�neas te�ricas que sigui� Pedro Bigador para la elaboraci�n del Plan General de Ordenaci�n de Madrid, realizado en 1941 y definitivamente aprobado en 1946. En el se contemplaban la cuesti�n del gran eje norte-sur, los anillos verdes, los Nuevos Ministerios o la anexi�n de los municipios perif�ricos. En suma, la idea del Gran Madrid, que empez� a tomar cuerpo en 1950 cuando fueron agregados a la ciudad los municipios de Aravaca, Barajas, Canillas, Canillejas, los Carabancheles, Chamart�n de la Rosa, Fuencarral, Hortaleza, El Pardo, Vallecas y Vic�lvaro. Quedaba planteado el modelo de segregaci�n espacial de Madrid consolidado en a�os posteriores, y que ven�a a ser la continuaci�n de una realidad ya en curso desde el primer tercio del siglo. Entre 1946 y 1960 se perfila con toda nitidez una falla estructural que divide el norte y el sur de la ciudad, que despu�s encontrara su proyecci�n en el �rea metropolitana.

Pronto se demostr� la imposibilidad de que el Plan Bigador llegar� a regular el crecimiento urbano de Madrid, m�s que por razones t�cnicas, por la actuaci�n de una resultante en la que conflu�an varios vectores, de los que sobresal�an tres: la especulaci�n del suelo, el dejar hacer de la autoridad municipal y las carencias infraestructurales. As� comenzaba un crecimiento urbano que desbord� las previsiones iniciales, y que result� ca�tico en todos los �rdenes, pero productor de extraordinarias plusval�as. En 1956 exist�an en Madrid y su entorno pr�ximo m�s de 50.000 chabolas, sin contar los problemas de infravivienda, hacinamiento y realquiler, que defin�an bolsas de deterioro urbano de dif�cil soluci�n. Los poblados dirigidos y de absorci�n creados en 1954: Ca�o Roto, Entrev�as, Fuencarral A y Orcasitas..., no lograron paliar la situaci�n. Tampoco alter� el panorama el Decreto contra asentamientos clandestinos de 23 de agosto de 1957, ya que si posibilit� la puesta en marcha del Plan de Urgencia Social de Madrid, destinado a construir 60.000 viviendas en dos a�os, bajo la direcci�n del Ministerio de la Vivienda, a la hora de la verdad no consigui� erradicar el chabolismo.

LA CREACION DEL AREA METROPOLITANA DE MADRID; LA SUBURBANIZACION DE LA PROVINCIA. 1960-1975

gente2a.jpg (54022 bytes)La ampliaci�n urbana registrada por Madrid en el decenio de los a�os cincuenta, a impulsos del crecimiento demogr�fico, los planteamientos del Plan Bigador y la gigantesca elevaci�n de los precios del suelo fruto de la especulaci�n desatada, a pesar de la Ley del Suelo de 1956, dej� en manos de la iniciativa privada el desarrollo urbano de Madrid, cuya actividad urban�stica y constructora estuvo guiada exclusivamente por motivos lucrativos. Se consolidan de esta forma varios Madrid, uno de car�cter residencial situado al Norte, de viviendas de lujo; otro de calidad constructora y urban�stica aceptable dirigido a las clases medias, como la Concepci�n y su ampliaci�n promovidas por Ban�s,...; finalmente, junto a estas zonas surgi� una nueva periferia en la que las barriadas estatales, las edificaciones privadas destinadas a las clases trabajadoras, las unidades de absorci�n o simples aglomeraciones de chabolas se daban la mano, en un contexto de alarmante deficiencia infraestructural, como son los casos del Pozo del T�o Raimundo, Palomeras, la Alegr�a, la Celsa, la China,... Situaci�n �sta que sentar� las bases del posterior auge de las Asociaciones de Vecinos, que tan importante papel cumplieron en los a�os setenta, manifestaci�n de la lucha de clases fuera del espacio tradicional del conflicto clasista: la f�brica. Conflicto que se articular� en torno a la reivindicaci�n de unas mejores condiciones de habitabilidad, centradas en la calidad de vida mediante la reapropiaci�n del territorio, del espacio urbano, como lugar en el que se vive, pero tambi�n escenario de la creaci�n de plusval�a.

moratalat1a.JPG (39493 bytes)El Plan General de Ordenaci�n del Area Metropolitana redactado en 1961, en aplicaci�n del art�culo 37 de la Ley del Suelo, y aprobado finalmente en 1963 trataba de adecuarse a la nueva realidad surgida del crecimiento ca�tico provocado por la especulaci�n, partiendo del reconocimiento de que Madrid, debido al desarrollo industrial y demogr�fico, exced�a ya los l�mites del propio municipio recientemente ampliado, extendiendo su influencia a lo que ya comienza a ser una gran regi�n industrial. Se crea as� por el decreto del 28 de septiembre de 1964 el Area Metropolitana de Madrid que abarca a 23 municipios: Madrid, Alcobendas, Alcorc�n, Boadilla del Monte, Brunete, Colmenar Viejo, Coslada, Getafe, Legan�s, Las Rozas, Majadahonda, Mejorada del Campo, Paracuellos del Jarama, Pinto, Pozuelo de Alarc�n, Rivas-Vaciamadrid, San Fernando de Henares, San Sebasti�n de los Reyes, Torrej�n de Ardoz, Velilla de San Antonio, Villanueva de la Ca�ada, Villanueva del Pardillo y Villaviciosa de Od�n. En el Plan se prev�n dos grandes �reas, una de descentralizaci�n industrial situada en el Sur y Este (que se extiende hasta Talavera, Toledo, Aranjuez, Alcal� de Henares y Guadalajara), y otra residencial y de esparcimiento localizada en el Noroeste. Toma carta oficial de naturaleza, pues, la segregaci�n territorial Norte-Sur que se�al�bamos anteriormente, para ser m�s exactos habr�a que decir NW-SE, y que se remonta al primer tercio del siglo.

gente2b.jpg (39000 bytes)El crecimiento demogr�fico de Madrid en estos a�os continua el nuevo despegue de los a�os 40-50, en una tendencia que es secular para la capital, as� se pasa de unas tasas de crecimiento del 203,8 en 1940 (sobre base 100 en 1900) a 248,5 en 1950, 336.3 en 1960 y 489,4 en 1970. La poblaci�n de hecho de la provincia cifrada en 1.926.300 habitantes en 1950, 2.606.300 habitantes en 1960 y 3.792.600 en 1970. Las razones de este crecimiento de poblaci�n -determinadas por el movimiento migratorio interior- se encuentran en el cambio de modelo econ�mico iniciado en 1951 con la remodelaci�n del gobierno, por el que la agricultura va a ocupar un lugar subordinado en favor del desarrollo industrial, al que ser�n trasvasados los excedentes agrarios a trav�s de la pol�tica de precios. La crisis de la agricultura tradicional y la creciente mecanizaci�n del campo har�n el resto, generando un importante movimiento de poblaci�n del campo hacia los n�cleos urbanos y hacia el extranjero. La emigraci�n a la capital en 1970 ejemplifica esta afirmaci�n. En primer lugar, destaca la propia provincia de Madrid con 10.990 personas (el 25,55% del total), reflejo de su tradicional posici�n subordinada. A continuaci�n le siguen Toledo con 3.344 personas (el 7,78%), Badajoz con 2.927 (6,81%), C�ceres con 2.532 (5,89%), Ciudad Real con 2.244 (5,22%), C�rdoba con 1.421 (3,30%), Ja�n con 1.407 (3,27%), Guadalajara con 1.313 (3,05%), Avila con 1.284 (2,99%) y Segovia con 1.150 (2,67%). Madrid se constituye en un polo atractivo, que absorbe recursos humanos de un amplio contorno que se extiende a las dos Castillas, Extremadura y Andaluc�a, siendo el principal n�cleo afectado la poblaci�n rural de la propia provincia. La llegada masiva de personas hacia Madrid se canalizar� en una doble direcci�n: ser�n los pobladores de los cada vez m�s importantes n�cleos de chabolas, situadas en los arrabales y el extrarradio de la ciudad, como Vallecas, Orcasitas, San Blas, Villaverde, Chamart�n...; a la vez que surtir�n de mano de obra barata y descualificada al sector de la construcci�n, que aprovechar� las condiciones de sobreexplotaci�n mediante los bajos salarios, el destajo y el pistolerismo para realizar importantes plusval�as, ligadas a los procesos especulativos puestos en marcha con la ejecuci�n del Plan Bigador aprobado en 1946 y del Plan General de Ordenaci�n del Area Metropolitana aprobado en 1963.

Antes de entrar en los a�os sesenta conviene que nos detengamos, aunque sea brevemente en la provincia. Por lo que respecta a la poblaci�n los 307.876 habitantes de 1950 s�lo son 346.400 en 1960, pero que en 1970 se transforman en 646.500 habitantes. De tales datos se colige el mantenimiento del estancamiento de la provincia respecto de la capital hasta los a�os sesenta, fecha del despegue demogr�fico y econ�mico de la primera, merced a los impulsos recibidos desde la capital. Este despegue provincial es dependiente del gran desarrollo demogr�fico e industrial que experimenta Madrid en los a�os del desarrollismo, la propia especulaci�n del suelo desatada en la capital y la atracci�n que ejerce sobre la industria actuaron de motor del despegue provincial: la mano de obra reci�n llegada buscar� alojamiento en las zonas perif�ricas y en los municipios suburbanizados en raz�n del menor coste de la vivienda, aparejado a un cr�nico d�ficit de infraestructuras de todo tipo (urban�sticas, de transporte, servicios, ...); por otra parte, la industria tender� a localizarse conforme avancen los a�os sesenta fuera del per�metro urbano madrile�o, consecuencia de los precios del suelo y, a pesar de ello, por su cercan�a a la capital, de tal manera se disocia la sede social -ubicada en la capital- del espacio productivo -la f�brica, localizada en los municipios lim�trofes-.

Sin embargo, como era l�gico esperar, este despegue provincial no afect� uniformemente al conjunto provincial. Ser�n los municipios situados en los ejes radiales constituidos por la red de carreteras nacionales los que experimenten el grueso del crecimiento, mientras que otras �reas mantienen su declive, sumidas en una profunda depresi�n secular, a pesar de su cercan�a a la capital.

A modo de ejemplo se�alar�amos para el primero de los casos los municipios de Alcal�, Coslada, San Fernando de Henares, Torrej�n de Ardoz todos ellos situados en el eje de la carretera Madrid-Barcelona. En cambio, otros municipios de la misma zona como Algete, Camarma, Rivas-Vaciamadrid permanecen estancados por su posici�n descentrada respecto de la Nacional II.

Un esquema similar se perfila en el eje configurado por la carretera de Andaluc�a y de Toledo. Frente al crecimiento demogr�fico acelerado de Getafe, Pinto, Valdemoro, Legan�s, Fuenlabrada, M�stoles y Parla, otros municipios contin�an estancados o incluso muestran s�ntomas inequ�vocos de retroceso; m�s all� de este entorno pr�ximo, en el Sureste provincial contrastan el estancamiento de Chinch�n y su �rea de influencia con el crecimiento de Arganda. Situaci�n hom�loga se produce en el �rea delimitada por el partido judicial de Colmenar Viejo, donde el incremento registrado de 44.336 personas entre 1950 y 1970 se concentra a lo largo de la carretera de Burgos, en los municipios de Alcobendas y San Sebasti�n de los Reyes, a lo que se a�ade el propio Colmenar Viejo, mientras que el resto del norte provincial s�lo experimenta un aumento poblacional de 2.889 personas en estos veinte a�os. Sin caer en una casu�stica excesiva indiquemos que similares procesos se reproducen en los partidos judiciales de San Lorenzo de El Escorial, Navalcarnero y San Mart�n de Valdeiglesias.

En suma, la provincia registra en los veinte a�os que median entre 1950 y 1970 un proceso diferenciado de segregaci�n del territorio, que encuentra traducci�n en el desigual comportamiento demogr�fico y econ�mico que va a mantenerse hasta el presente, condicionando el futuro de nuestra regi�n. Por una parte, se localizan dos grandes ejes de crecimiento industrial y poblacional, constituidos en torno al espacio delimitado por las carreteras de Andaluc�a y Toledo en el Sur y por la Nacional II en direcci�n a Barcelona en el Este provincial. La instalaci�n masiva de industrias en los a�os sesenta y primera mitad de los setenta va a actuar como el elemento definitorio. Aparejado al mismo se producir� el espectacular crecimiento demogr�fico de los municipios colindantes, transformados en grandes ciudades-dormitorios. De esta forma, en el corto espacio de veinte a�os municipios rurales que arrastraban una l�nguida vida son transformados en colmenas humanas. Su casco antiguo, de tipolog�a claramente rural, con casas de una planta, queda sumergido entre los bloques de viviendas baratas, dando lugar a la deformaci�n del espacio urbano y a la despersonalizaci�n del municipio y sus habitantes. De otra parte, una amplia franja de municipios situados en el Noreste y Sureste provincial alejados de las grandes v�as de comunicaci�n ver�n acentuarse las tendencias de declive y depauperaci�n que arrastraban desde hace m�s de un siglo, son los n�cleos rurales aquejados de una permanente sangr�a poblacional, que viven de una agricultura en franco retroceso debido a su imposibilidad de competir con los productos agrarios nacionales e internacionales, con una permanente p�rdida de peso espec�fico en el abastecimiento de los grandes n�cleos urbanos de Madrid y sometidas sus tierras, sobre todo en el SE, a un creciente deterioro por la progresiva contaminaci�n de las aguas de los r�os Henares, Jarama y Manzanares, que les lleva a la muerte trofica por los vertidos industriales y humanos. Finalmente el NW provincial comienza a dibujarse como el espacio natural de la vivienda residencial de lujo y de la segunda residencia, debido a sus buenas comunicaciones y a la cercan�a de la sierra madrile�a. En suma, la aprobaci�n en 1963 del Plan General de Ordenaci�n del Area Metropolitana marca un hito en la historia de Madrid. Las transformaciones que se suceden entre esa fecha y los veinticinco a�os siguientes suponen la radical alteraci�n del territorio madrile�o como hasta entonces no hab�a sufrido, ni siquiera comparable con los cambios acaecidos en el per�odo que media entre la instauraci�n de la capital y el fin de la guerra civil. Es en estos a�os cuando Madrid sienta las bases definitivas que la configuran como una regi�n metropolitana, articulada en torno a la capital.

DE LA PROSPERIDAD A LA CRISIS. LA EVOLUCION ECONOMICA DE MADRID ENTRE 1960 Y 1975

Con el crecimiento de los a�os sesenta, Madrid se convertir� en una de las principales zonas industriales del pa�s. Sentadas las bases del desarrollismo industrial madrile�o en los a�os cincuenta �ste se va a consolidar en los dos decenios siguientes, ostentando un papel privilegiado en la econom�a espa�ola, merced a la acentuaci�n hasta l�mites exorbitados del centralismo. Madrid incrementa su papel de centro pol�tico-econ�mico, articulado por el dirigismo de los Planes de Desarrollo. En estos a�os, Madrid aumenta sustancialmente su actividad en el sector servicios, hasta el punto de convertirse en el mayor centro productor y exportador de servicios, concentrando las funciones administrativas, financieras, de control de la informaci�n y de toma de decisiones. El desarrollo industrial viene configurado por la instalaci�n de una industria limpia y relativamente moderna, en la que dominan los sectores punta con fuerte peso de tecnolog�a y capitales extranjeros (Madrid absorbe el 25% del total de la inversi�n extranjera), donde junto al metal van adquiriendo un mayor peso las qu�micas y la electr�nica. De esta manera Madrid gozar� de unos niveles de renta por encima de la media nacional.

Varios son los indicadores que dan fe del colosal crecimiento de Madrid entre 1960 y 1975. En el caso del consumo de energ�a primaria en la provincia de Madrid se pasa de los 2,3 millones de toneladas equivalentes de carb�n (MTEC) en 1960 a los 8,2 en 1975 (es decir, se multiplica por 3,5), mientras la poblaci�n pas� de 2,6 millones de habitantes a 4,2 millones (s�lo se multiplica por 1,6). El consumo de cemento, que es un indicador de gran fiabilidad para registrar la actividad constructora en general, �ste crece exponencialmente entre 1960 y 1975, as� en el primer a�o el consumo aparente era de 651.000 toneladas y en 1975 pasa a 2.643.000 toneladas (se multiplica por 4). Por lo que respecta al parque de veh�culos crece a un ritmo vertiginoso, pasando de los 144.800 veh�culos de 1960 a los 1.113.882 de 1975.

El an�lisis sectorial nos muestra que en el crecimiento econ�mico de Madrid entre 1960 y 1975, el peso del sector servicios es decisorio (el 66,5% del PIB provincial en 1960 y el 66,6% en 1975), mientras que la industria en las mismas fechas evoluciona del 23,4% al 25,6%. La construcci�n mantiene unas tasas similares para el per�odo, situadas en torno al 7% del PIB, y, finalmente, la agricultura que en 1960 representaba el 2,5% del PIB en 1975 s�lo alcanza el 0,89% del mismo. De estos datos se concluye que si bien la sociedad madrile�a se ha transformado radicalmente en estos quince a�os, la estructura econ�mica no ha variado en lo cualitativo significativamente. Es decir, a pesar del fort�simo desarrollo industrial registrado, �ste no ha ganado posiciones significativas en el PIB (s�lo ha ganado 2,2 puntos en el per�odo), mientras que el sector servicios ha mantenido, e incluso incrementado liger�simamente su participaci�n en el PIB provincial (+ 0,1 puntos). El incremento de la industria se ha hecho a costa de la agricultura, que ve a�n m�s relegada su posici�n en la econom�a madrile�a, ocupando un lugar casi despreciable, lo que confirma nuestras apreciaciones sobre la evoluci�n del territorio en la provincia realizadas anteriormente.

El crecimiento econ�mico de Madrid en estos quince a�os se pone en evidencia si lo comparamos con el registrado por la econom�a espa�ola en el mismo per�odo. En 1960 Madrid ten�a el 8,4% de la poblaci�n espa�ola y produc�a el 11,7% del valor a�adido bruto nacional; en cambio a la altura de 1975 Madrid representaba el 12,1% de la poblaci�n y el 15,8% de la producci�n. As� mientras su participaci�n en la poblaci�n total se incrementaba en 3,7 puntos, la producci�n lo hac�a en 4,1 puntos, reflejo de la mayor productividad de la econom�a provincial respecto de la nacional. La renta per c�pita madrile�a pasa de las 52.939 ptas. de 1960 a las 113.089 ptas. de 1975 (en ptas. constantes de 1970), siendo superior a la renta per c�pita espa�ola, aunque para el per�odo las distancias se acorten pasando el diferencial de los 48 puntos de 1960 a los 36 puntos de 1975.

Por lo que respecta al empleo, entre 1960 y 1975 se crean seg�n estimaciones del Banco de Bilbao 669.571 empleos netos en la provincia. Ser� el sector servicios quien se sit�e a la cabeza, al crearse entre 1955 y 1975 502.011 nuevos empleos, seguido de la industria con 172.172 nuevos empleos y la construcci�n con 90.000, mientras que la agricultura pierde en el mismo per�odo 38.178 puestos de trabajo.

Territorialmente hablando, a lo largo de estos a�os se observa una tendencia hacia la especializaci�n industrial de determinadas �reas de la provincia, explicable por la fecha de su instalaci�n. As� el sur metropolitano, que comprende el distrito de Villaverde recientemente anexionado a la capital y el �rea delimitada por las carreteras de Andaluc�a y Toledo, con los municipios de Getafe, Pinto, Legan�s, ser� la que concentre la industria de mayor antig�edad, siguiendo las pautas ya marcadas en el primer tercio del siglo de expansi�n industrial hacia el Sur a partir del distrito de Arganzuela. En este �rea, que ha sido denominada acertadamente como La Gran F�brica del Sur, tiende a ubicarse la gran industria del metal, que actuar� como polo de atracci�n de la peque�a y mediana industria auxiliar, generando aut�nticas econom�as de escala. Conforme avancen los a�os sesenta, y a medida que el Sur industrial vaya colmat�ndose, las nuevas empresas buscar�n como �rea de localizaci�n el gran eje del Este, articulado en torno a la Carretera de Barcelona, bien comunicado y menos deteriorado su tejido industrial. Ser� el lugar por excelencia de radicaci�n de la empresa electr�nica, as� como de la industria qu�mica, farmac�utica y cosm�tica. En ambas zonas se localizaran las grandes f�bricas de electrodom�sticos. Finalmente en el noroeste los polos industriales de Alcobendas y San Sebasti�n de los Reyes ser�n lugares de instalaci�n de peque�as y medianas industrias.

concepcion1a.JPG (50396 bytes)La construcci�n es, junto a la industria y los servicios, un sector que presenta un gran dinamismo en este per�odo, actuando de motor que arrastra en su crecimiento a otros sectores productivos. Las razones se encuentran, am�n de su tradicional efecto multiplicador sobre la industria del cemento, la madera, la siderurgia y los bienes de consumo duradero, por el peso espec�fico que el sector ostenta en la econom�a madrile�a entre los a�os 1960 y 1975, etapa del boom inmobiliario en Madrid, y de la consecuente importancia de la poblaci�n ocupada, que en los a�os sesenta representaba alrededor de un tercio del empleo industrial. El parque de viviendas registr� pues un crecimiento espectacular en estos a�os, pasando de las 670.000 viviendas de 1960 a las 1.712.000 de 1981. Las caracter�sticas del boom inmobiliario, fundamentado en la construcci�n de promoci�n privada, origin� fuertes desequilibrios, dando lugar a un profundo desajuste entre la oferta y la demanda, debido a los altos costes del precio de la vivienda situados muy por encima del poder adquisitivo de la demanda. Ello dio como resultado una situaci�n contradictoria, ejemplificada en el amplio parque de viviendas vac�as (63.000 en 1960, 135.000 en 1970 y 242.000 en 1981) a la par que se aceleraba la ruina y deterioro de la vivienda en los barrios antiguos de la ciudad.

TRANSFORMACIONES SOCIALES Y CONTESTACION A LA DICTADURA DEL GENERAL FRANCO

foto24aa.jpg (32316 bytes)En los quince a�os que median entre 1960 y 1975 el poder adquisitivo de la poblaci�n madrile�a se duplica. Irrumpe en Espa�a la sociedad de consumo, que revoluciona comportamientos, h�bitos y mentalidades transformando profundamente la estructura social espa�ola. Los crecientes niveles de ingresos de la poblaci�n madrile�a permitir�n su acceso al mercado de bienes de consumo. Es la revoluci�n del seiscientos (de los 67.414 turismos de 1960 se pasa a los 885.794, un crecimiento del 1.313,96%), de la llegada al hogar familiar de los electrodom�sticos, de la adquisici�n de la vivienda en propiedad, y para las clases medias de la compra de la segunda vivienda en el campo o el apartamento en la costa. La revoluci�n en las costumbres que se desprende del crecimiento econ�mico provoc� la laicizaci�n de lo cotidiano y la mayor oposici�n a la dictadura. El encorsetamiento cultural y la cerraz�n pol�tica chocaran cada vez m�s frontalmente con las aspiraciones de la sociedad, puesto de manifiesto en la incorporaci�n de sectores de las clases medias a los postulados de la oposici�n democr�tica, particularmente activa en los hijos de las mismas cuyo ingreso masivo a las aulas universitarias har� germinar las semillas de la permanente revuelta estudiantil a partir de 1956. En efecto, conforme avancen los a�os sesenta la oposici�n al r�gimen franquista no har� sino incrementarse, particularmente en los grandes centros urbanos e industriales del pa�s. Madrid no fue la excepci�n, si bien las movilizaciones universitarias de 1956 se encontraron circunscritas a un n�mero todav�a reducido de la poblaci�n estudiantil, �stas no har�n sino crecer con el tiempo. Las contestaciones de 1965 con la incorporaci�n de un sector del profesorado, revelan la importancia que la oposici�n democr�tica iba adquiriendo. La fundaci�n del SDEUM y el desmantelamiento del SEU en los a�os finales del decenio de los sesenta indican ya la protesta masiva de la Universidad, que mantendr� a la misma en continua agitaci�n hasta la muerte de Franco. Las manifestaciones, huelgas y cierres de las facultades se suceden, extendi�ndose a la Ense�anza Media.

foto 65a.jpg (34610 bytes)La protesta social no se limit� al movimiento universitario. El crecimiento urbano madrile�o, ca�tico y regido la especulaci�n del suelo, actu� de caldo de cultivo para el desarrollo de un fuerte movimiento reivindicativo, organizado a trav�s de las asociaciones de vecinos, que cobrar�n un creciente protagonismo en la lucha ciudadana por la mejora de la calidad de vida y de la vivienda, asociada al cambio del sistema pol�tico y la demanda de las libertades p�blicas. Los antecedentes de este movimiento se sit�an en la Asociaci�n de Propietarios, Comerciantes y Vecinos afectados por la Gran V�a Diagonal, que trat� de impedir la apertura de una Avenida Diagonal desde la Plaza de Espa�a a Col�n. Las asambleas impulsadas principalmente por los peque�os comerciantes de la zona en la C�mara de la Propiedad, consiguieron detener el proyecto. En la primera mitad de los a�os sesenta en los barrios comienzan a aglutinarse grupos de vecinos alrededor de las clases para adultos, algunas parroquias, clubs juveniles, etc. Este incipiente movimiento ciudadano se acogi� a la Ley de Asociaciones de 1964, para fundar las modernas asociaciones de vecinos, fuertemente penetradas por los partidos de oposici�n a la dictadura, en especial el PCE, y otras organizaciones de car�cter marxista-leninista, recientemente escindidas del PCE, y algunos sectores cristianos. Ser� en los primeros a�os setenta cuando adquieran una importante influencia en la vida ciudadana. La creaci�n de la Federaci�n de Asociaciones de Vecinos, a semejanza de lo ocurrido en Barcelona, trataba de articular y coordinar la actuaci�n de las distintas asociaciones, incrementando as� su capacidad de movilizaci�n ciudadana, que encontraron traducci�n en la campa�a contra el fraude del pan, y la importante manifestaci�n realizada en Moratalaz en septiembre de 1976. La no legalizaci�n de la Federaci�n desemboc� en la I Semana Ciudadana que culmin� con una de las manifestaciones m�s numerosas de las habidas en el Madrid de la dictadura, el 22 de junio de 1976.

foto 63a.jpg (39254 bytes)En los primeros a�os de la transici�n democr�tica, el movimiento ciudadano abandon� parte de su contenido pol�tico anterior y centr� su actividad reivindicativa en los problemas generados por la especulaci�n del suelo registrados, dos fueron las grandes movilizaciones que tuvieron lugar en esa �poca: la campa�a La Vaguada es nuestra en el barrio del Pilar y la lucha por una vivienda digna de los chabolistas. La primera se sald� con una derrota parcial en los objetivos propuestos, al construirse finalmente el gran centro comercial, en lugar de destinar todo el espacio a zona verde y equipamientos colectivos. La segunda, sin embargo, constituy� un triunfo del movimiento vecinal, al conseguir que el entonces ministro de la vivienda Joaqu�n Garrigues Walker comprometiera los recursos necesarios para la realizaci�n de la Operaci�n de Remodelaci�n de Barrios de Madrid, en marzo de 1979. Un proyecto de enormes proporciones, que ha supuesto la realizaci�n de operaciones de remodelaci�n y realojamiento en 30 barrios de Madrid, con la construcci�n de 39.000 viviendas, en el que se ven implicadas alrededor de 150.000 personas, mediante actuaciones sobre m�s de 800 has. de suelo urbano y con una inversi�n estimada en m�s de doscientos mil millones de pesetas de 1986. El asentamiento de la democracia y las primeras elecciones democr�ticas a los ayuntamientos, marcan el inicio del declive de la influencia de las Asociaciones de Vecinos en Madrid, la incorporaci�n de muchos de sus dirigentes a los Ayuntamientos y cargos p�blicos ligados a la Administraci�n Local y a los partidos, as� como la p�rdida del referente pol�tico sobre el que se hab�a sustentado su existencia: la conquista de las libertades p�blicas, junto con las pr�cticas de desmovilizaci�n social impulsadas por la izquierda, tanto el PSOE como el PCE, provocaron una importante p�rdida de objetivos que ha generado la crisis del movimiento ciudadano hasta el d�a de hoy, arrastrando las Asociaciones de Vecinos una l�nguida vida de la que no han conseguido todav�a recuperarse.

Por lo que respecta al movimiento obrero despu�s de los primeros lustros de dur�sima represi�n de todo intento de oposici�n al r�gimen dictatorial, en los que el potente movimiento obrero de los a�os treinta fue totalmente desarticulado, se iniciaron desde la m�s absoluta clandestinidad los primeros intentos de reorganizaci�n. Dentro de la configuraci�n del nuevo Estado, y siguiendo los par�metros del fascismo italiano y la experiencia de la dictadura de Primo de Rivera, se crearon los Sindicatos Verticales (la CNS), de afiliaci�n obligatoria, tanto para empresarios como para los trabajadores. La legislaci�n laboral estipulaba la fijaci�n de los salarios por decreto, por lo que se hac�a de todo punto imposible la negociaci�n colectiva, a la vez que se eliminaba uno de los instrumentos tradicionales de la actuaci�n sindical. La represi�n y el estrecho marco de actuaci�n que dejaba la dictadura consigui� desarticular a los sindicatos tradicionales, UGT y CNT. La contestaci�n sindical termin� vehiculiz�ndose a trav�s de las propias estructuras del sindicato vertical, sobre todo desde la elecci�n de enlaces sindicales a partir de 1950, que con el paso del tiempo llegar�an a ser, por la elecci�n de miembros de los partidos de oposici�n, especialmente el PCE, claves en la reorganizaci�n del movimiento obrero. Paralelamente a ello, en los primeros sesenta comenzaron a organizarse comisiones y comit�s de f�brica clandestinos, que agrupaban a los miembros m�s activos del movimiento obrero; organizados de manera aislada, terminar�an por ser el embri�n directo de las Comisiones Obreras. Por esas fechas tambi�n nac�a la USO y algunas organizaciones de ideolog�a cat�lica, impregnadas por los nuevos aires renovadores del Concilio Vaticano II, como la JOC, HOAC, Vanguardia Obrera... La aprobaci�n en 1958 de la Ley de Negociaci�n Colectiva abri� algunos cauces para la reorganizaci�n del movimiento obrero, que fueron aprovechadas fundamentalmente por el PCE para articular la contestaci�n obrera.

foto10a.jpg (38042 bytes)Las huelgas de los a�os 1960-62 significaron un salto adelante en la lucha sindical, las Comisiones Obreras se van generalizando en los centros de trabajo a la vez que sus miembros van ocupando posiciones en la estructura del sindicato vertical, a trav�s de las elecciones a enlaces sindicales. En 1964 se produce la primera coordinaci�n estatal de las Comisiones Obreras, con Madrid, Barcelona, Asturias y el Pa�s Vasco como principales centros. En Madrid se constituy� la Comisi�n Obrera del Metal. Las elecciones de 1966 supusieron un triunfo resonante de las Comisiones Obreras; a partir de este momento el sindicato vertical ser�a un instrumento clave en la organizaci�n del movimiento obrero; dominado en sus estructuras de empresa y en algunas provinciales por la oposici�n, fue utilizado para impulsar la lucha sindical. En 1967 se reuni� en Madrid la Primera Asamblea Estatal de las Comisiones Obreras; las huelgas de 1967, con las marchas de enero de los metal�rgicos en Madrid y de los mineros en Asturias, provocaron un movimiento represivo que se sald� con numerosas detenciones y la declaraci�n del estado de excepci�n en Vizcaya. Las movilizaciones continuaron en octubre de ese a�o en Madrid, Catalu�a, Bilbao, Asturias, Pamplona, Sevilla, Galicia y Zaragoza, lo que llev� al Tribunal Supremo a declarar a las Comisiones ilegales y subversivas en noviembre de 1967. A partir de esta fecha las huelgas se suceden. La detenci�n de los dirigentes de Comisiones Obreras el 24 de junio de 1972, en una residencia de los padres oblatos de Pozuelo de Alarc�n, que posteriormente ser�a conocido como el proceso 1.001, se�ala el intento, fallido por otra parte, de descabezar al movimiento obrero; en esa �poca la pujanza e implantaci�n de las Comisiones Obreras son un hecho incontestable. En enero de 1976, un mes despu�s de muerto el dictador, tuvo lugar en Madrid el m�s importante movimiento huelgu�stico habido despu�s de la guerra civil: decenas de miles de trabajadores se pusieron en huelga, siendo �sta general en Getafe y en los centros industriales del sur de la provincia. La huelga de Madrid termin� por dar al traste con la pol�tica de topes salariales de Villar Mir, poniendo en cuesti�n la t�mida pol�tica aperturista del gobierno Arias Navarro. A partir de este momento las organizaciones sindicales inician una nueva etapa, Comisiones se transforma en un sindicato de afiliaci�n, dando por terminada su fase asamblearia; el 22 de julio de 1976 se forma la Coordinadora de Organizaciones Sindicales, integrada por Comisiones, UGT y la USO, dentro de la pol�tica de uni�n de la oposici�n, manifestada en la constituci�n de Coordinaci�n Democr�tica, que uni� en una sola mesa a la Junta Democr�tica y a la Plataforma Democr�tica. El 12 de noviembre de 1976, la Coordinadora de Organizaciones Sindicales convoc� una jornada de lucha en el �mbito de todo el Estado, seguida por decenas de miles de trabajadores. Es la culminaci�n del proceso de movilizaciones, que desembocar�an en el reconocimiento de las libertades sindicales y, en general, de las libertades p�blicas, ratificados por la convocatoria de elecciones en junio de 1977, cuyas Cortes tuvieron car�cter Constituyente, sancionado por la aprobaci�n de la Constituci�n en diciembre de 1978.

EL IMPACTO DE LA CRISIS SOBRE EL TERRITORIO: 1975-1988

La crisis econ�mica mundial, que tom� carta de naturaleza ante la opini�n p�blica internacional con la crisis del petr�leo de 1973, ha tenido en nuestro pa�s un fuerte impacto, agravado por las peculiaridades del crecimiento econ�mico espa�ol durante los a�os sesenta y por la coincidencia con la crisis del r�gimen franquista y los primeros a�os de la transici�n democr�tica, que llevaron a retrasar algunos de sus efectos m�s negativos, por la intervenci�n del Estado con el fin de atemperar las tensiones sociales en un momento de fuerte incertidumbre pol�tica, agravando algunos de los problemas estructurales de la econom�a espa�ola, por la no adopci�n de las pol�ticas de ajuste que esta demandaba en el momento adecuado. La crisis econ�mica en Madrid ha tenido unas caracter�sticas diferenciales respecto del resto de Espa�a debido a su particular posici�n en el contexto nacional, por el hecho de ser capital del Estado y centro financiero y de los servicios a escala nacional.

La crisis en Madrid ha tenido una fuerte incidencia, puesta de manifiesto en la destrucci�n de 200.000 empleos entre 1975 y 1984, aunque el peso de los servicios y de la Administraci�n P�blica han actuado como factores amortiguadores. La crisis viene determinada por un doble panel de fen�menos. De una parte, la ca�da de la demanda y de la producci�n, y de otra la sustituci�n de trabajo por capital y el incremento de la producci�n por persona ocupada. Por sectores es la construcci�n la que experimenta un mayor impacto relativo, con la destrucci�n de 75.000 puestos de trabajo, y con importantes consecuencias sobre otros sectores, fruto de los efectos multiplicadores que �sta tiene en otras ramas productivas. Como era l�gico esperar, ha afectado a buena parte de los sectores industriales, aunque de manera desigual. El sector servicios, sin embargo, ha actuado, como hemos dicho, de colch�n amortiguador en la destrucci�n de empleo regional; lo que ha provocado una mayor terciarizaci�n de la econom�a madrile�a, as� la poblaci�n ocupada en el mismo, ha pasado del 63,3% del total provincial al 65,3% en 1984. El impacto de la crisis sobre la econom�a madrile�a queda reflejada en la existencia de 350.000 parados en el tercer trimestre de 1984 (seg�n los datos de la Encuesta de Poblaci�n Activa, EPA), el 20,25% de la poblaci�n activa. No obstante, la comparaci�n con otras regiones espa�olas evidencia una mayor capacidad de respuesta de Madrid respecto de otras regiones de fuerte raigambre industrial como Catalu�a, Pa�s Vasco o Asturias, debido al peso de los servicios y a la ausencia de industria de primera transformaci�n, como la siderurgia, particularmente afectadas.

Si bien es cierto que relativamente la regi�n madrile�a ha sufrido menos los efectos de la crisis que otras zonas industriales del pa�s, no es menos cierto que sobre el territorio madrile�o ha tenido un desigual impacto, como queda manifiesto por las enormes diferencias de renta entre unos municipios y otros. Seg�n las estimaciones de BANESTO, la renta madrile�a oscila entre las 170.000 pesetas por habitante y a�o y las 750.000 pesetas de cinco municipios en 1981. En efecto, como ya hemos tenido ocasi�n de se�alar, el crecimiento econ�mico madrile�o registrado en los a�os sesenta se realiz� de manera diferenciada en el territorio provincial. El sur industrializado, lugar por excelencia de localizaci�n de los sectores industriales de mayor antig�edad y de car�cter m�s tradicional, en el que predomina la gran f�brica del sector metal�rgico, es el que sufre los embates m�s negativos de la crisis. El Sur madrile�o ser� una de las zonas industriales m�s castigadas por la crisis en el contexto nacional, con elevadas tasas de desempleo, cierres de f�bricas, reducciones dr�sticas de plantilla y desinversi�n industrial, en contraste con el norte provincial, incluido aqu� el norte del municipio madrile�o, centro de los servicios y del sector cuaternario, con elevados niveles de renta y con un impacto m�s difuso de las consecuencias de la crisis.

En el tercer trimestre de 1984 hab�a en Madrid 349.500 parados; estos datos se incrementar�an sensiblemente si tuvi�ramos en cuenta la poblaci�n desanimada, es decir, aquellas personas que cansadas de demandar infructuosamente trabajo han renunciado a seguir busc�ndolo desapareciendo de las encuestas oficiales, el n�mero de parados se situar�a entonces en 450.000 personas, si consideramos las tasas de actividad de 1975, bastante bajas en comparaci�n con otros pa�ses europeos y, por tanto, razonablemente estimativas. Claro est�, que una parte no despreciable de los mismos han pasado a engrosar las filas del trabajo negro, vinculado a la econom�a sumergida. La precariedad y la total ausencia de derechos y cobertura social de estos trabajadores hacen que sea dif�cil considerarles dentro de la poblaci�n ocupada. Por grupos de edad, m�s de la mitad de los parados son j�venes menores de 24 a�os (194.200), 138.500 se sit�an entre veinticinco y cincuenta y cuatro a�os, y 16.800 ten�an m�s de cincuenta y cuatro a�os. Esta gran bolsa de desempleo juvenil ha alterado las pautas de comportamiento social en la poblaci�n madrile�a. Se ha generalizado la familia extensa y ha aumentado significativamente el nivel de dependencia de los j�venes, abocados a permanecer en el domicilio familiar hasta bien entrado en la edad adulta (entre los veinticinco y los treinta a�os), con el consiguiente desajuste de las relaciones de convivencia. Los j�venes de las poblaciones y barrios trabajadores ante un futuro sin expectativas son arrastrados a una creciente situaci�n de marginaci�n, donde la droga y la calle se les ofrecen como �nicas v�as de escape, ante una realidad que les ha convertido en una aut�ntica generaci�n p�rdida. Esta situaci�n, �ntimamente ligada a la desarticulaci�n del mercado de trabajo, con la extensi�n del trabajo negro y la precarizaci�n del empleo, est� transformando profundamente las relaciones sociales, generalizando las aptitudes ap�ticas, lo que ha sido denominado como el desencanto y el pasotismo, mediante el retraimiento de amplios sectores de la poblaci�n madrile�a a la participaci�n activa en la vida social (ca�da de la afiliaci�n sindical, crisis de todo tipo de organizaciones sociales), dando lugar a un marcado desmantelamiento de la sociedad civil.

Por ramos productivos la construcci�n es el sector, junto a la industria, m�s afectado por la crisis. En este caso, es resultado de una important�sima ca�da de la demanda, debida a la moderaci�n del crecimiento demogr�fico, a la reducci�n de los ingresos familiares reales y a los efectos del retraso de la independencia de los j�venes. En 1981 hab�a en Madrid 242.000 viviendas vac�as (el 14% del parque provincial frente el 9% de 1970). El importante stock en manos de los promotores inmobiliarios, la ca�da del poder adquisitivo de la demanda potencial, las altas tasas de inter�s del cr�dito hipotecario y la falta de perspectivas se encuentran en la base de la crisis de la construcci�n madrile�a. El empleo en el sector ha disminuido sensiblemente en esta etapa, los 175.000 trabajadores de 1977 se redujeron a s�lo 96.000 personas en 1984. A ello hay que a�adirle la importante precarizaci�n del empleo en el sector, a trav�s de la generalizaci�n de la subcontrataci�n y del pistolerismo, con el consiguiente trabajo a destajo y la disminuci�n de la seguridad y de la cobertura social de los trabajadores. La reducci�n de plantillas en las grandes empresas del sector como Dragados y Construcciones, que pas� de los 27.729 trabajadores de 1977 a los 14.901 de 1982, hablan por s� mismas de este proceso de precarizaci�n del empleo.

Pero lo que mejor define la crisis econ�mica de los setenta-ochenta en Madrid, al igual que en otras regiones, es la crisis industrial, que encuentra especial incidencia en los pol�gonos industriales del municipio madrile�o, en la zona sur del �rea metropolitana y en el corredor Madrid-Guadalajara. Los efectos de la crisis se pueden seguir por la evoluci�n de la ocupaci�n del suelo industrial. As� en el municipio madrile�o ha disminuido en 212 ha. entre 1973 y 1980, concentr�ndose las mayores p�rdidas en los distritos centrales (41 ha.) y en la zona Sur del municipio (143 ha.). En el �rea metropolitana Sur (Alarc�n, Legan�s, Getafe, Pinto) el suelo industrial se increment� entre 1973 y 1983 en 16 ha., pero s�lo entre 1980 y 1983 perdi� 18 ha.; mientras que en el este del �rea metropolitana permanec�a estancada, y en el corredor del Henares se perd�an 30 ha. de suelo industrial. Por sectores todas las ramas de la industria salvo el energ�tico, la industria militar (CASA, ENOSA, Cetme, Pegaso, ...) y la electr�nica han registrado importantes retrocesos. El impacto desigual de la crisis por sectores productivos ha contribuido a reforzar la especializaci�n industrial de la provincia; as� la mayor natalidad y menor mortalidad relativas de las empresas dedicadas a las qu�micas, electr�nica, maquinaria, artes gr�ficas o material de transporte, con crecientes tasas de productividad (fruto de la reducci�n de plantillas y la innovaci�n tecnol�gica) y de beneficio, junto con la p�rdida de posiciones de las empresas dedicadas al textil, la confecci�n, la manufactura del cuero, la madera y el mueble o la metalurgia de base, reflejan el proceso de reestructuraci�n productiva que la crisis ha dibujado en la industria madrile�a. Este proceso no ha hecho sino acentuar las tendencias apuntadas en los a�os finales del boom industrial. Si las qu�micas hab�an desplazado de la primera posici�n al sector del metal a finales de los a�os sesenta en Madrid, ahora ser�n, en cuanto a la estructura del valor a�adido generado, las industrias el�ctricas y electr�nicas las que ocupen el primer lugar, seguidas por la industria qu�mica (con predominio de la farmac�utica), y la alimentaci�n, bebidas, tabacos el cuarto lugar es ocupado por las artes gr�ficas y edici�n, y s�lo en quinto lugar aparece la fabricaci�n de productos met�licos. Especial importancia han tenido las reducciones de plantillas en el sector de la automoci�n, de electr�nica y electrodom�sticos.

Hemos se�alado que una de las caracter�sticas de la crisis en Madrid es la acentuaci�n de la terciarizaci�n de la actividad econ�mica regional. Seg�n la EPA del tercer trimestre de 1984, la poblaci�n ocupada en el sector servicios se situaba en 898.900 personas, frente a las 945.200 personas empleadas en 1975, es decir en los a�os de mayor impacto de la crisis se han perdido 46.300 puestos de trabajo en el sector. Ahora bien, estas cifras absolutas convienen ser matizadas para poder apreciar en toda su extensi�n el proceso de terciarizaci�n de la econom�a madrile�a durante la crisis; pues mientras la poblaci�n ocupada entre el cuarto trimestre de 1976 y el tercer trimestre de 1984 en el comercio, restaurantes, hosteler�a y reparaciones disminuye en 7.800 personas, en los transportes y comunicaciones lo hace en 27.200 personas y las instituciones financieras, seguros y servicios a las empresas pierden 4.400 empleos, el t�rmino otros servicios registra, sin embargo, un incremento de 30.200 empleos. Quiere esto decir, que el impacto de la crisis ha actuado de manera diferenciada en el sector. Son las peque�as empresas de car�cter en muchos casos familiar, como el peque�o comercio, o las empresas de transportes de estructura obsoleta, las que han sufrido m�s directamente el impacto de la crisis. Paralelamente los nuevos servicios a las empresas como las agencias de publicidad, las empresas de servicios inform�ticos, consultoras, estudios de ingenier�a, estudios de mercado, mensajer�as, ... en estos a�os han registrado un proceso de expansi�n que no se ha detenido hasta hoy; mientras en el sector financiero y los seguros el empleo ha permanecido estancado aunque no as� su actividad. Junto a ello, el empleo en el sector p�blico, Administraci�n Central, Auton�mica y Local no ha hecho sino incrementarse, pasando de las 108.000 personas ocupadas en 1979 a las 130.400 en 1984. Otro tanto ocurre en educaci�n e investigaci�n en donde se crean en el mismo per�odo 15.700 nuevos empleos, o la sanidad y la asistencia social. En general, el sector p�blico, tanto las diferentes administraciones p�blicas como el INI, han creado en Madrid alrededor de 50.000 nuevos puestos de trabajo entre 1977 y 1984, actuando, por tanto, como un importante elemento amortiguador de la crisis en Madrid. A pesar de ello, la extremada concentraci�n del sector servicios en la capital, y m�s concretamente en los distritos centrales y del norte del municipio, no han hecho sino acentuar las desigualdades existentes entre las distintas zonas de la provincia. El centro y el norte de la ciudad han registrado un aumento de la tendencia a su terciarizaci�n en los a�os de crisis, que se ha acelerado con la recuperaci�n econ�mica.

Recuperaci�n econ�mica que encuentra su punto de arranque en 1986, en la que todav�a nos encontramos inmersos, y que no afecta por igual a todo el tejido econ�mico y social. Las nuevas inversiones industriales tienden a radicarse preferentemente en las zonas norte y nordeste, sobre todo aquellos sectores que presentan una mayor capacidad de innovaci�n tecnol�gica y constituyen las ramas punta de la industria a finales de siglo: electr�nica, inform�tica, y qu�mico-farmac�utica; mientras el sur no consigue despegar, debido a la obsolescencia de su entramado industrial y al deterioro infraestructural que arrastra. La recuperaci�n est� profundizando la segregaci�n del territorio en la regi�n madrile�a, entre un norte rico y un sur cada vez m�s deteriorado. La terciarizaci�n del Municipio de Madrid, las nuevas tendencias de localizaci�n industrial, la diferenciaci�n social, econ�mica, medioambiental y urban�stica entre el norte y el sur, corroboran la existencia de una sociedad dual en nuestra regi�n. El boom inmobiliario registrado en coincidencia con la recuperaci�n est� actuando de manera radical en la segregaci�n econ�mica y social del territorio madrile�o.

LA CREACION DE LA COMUNIDAD AUTONOMA DE MADRID

La aprobaci�n en 1978 de la Constituci�n Espa�ola abr�a una nueva etapa hist�rica en la configuraci�n del Estado, coet�nea del restablecimiento de las libertades p�blicas en la forma de un Estado social de derecho, que no viene al caso comentar. La Constituci�n de 1978 da lugar a una nueva articulaci�n pol�tico-administrativa, nos referimos al Estado de las Autonom�as, que generaliz� los procesos hist�ricos de autonom�a iniciados durante la II Rep�blica en Catalu�a, Pa�s Vasco y Galicia interrumpidos por la guerra civil y su posterior desenlace. En esta nueva articulaci�n pol�tico-administrativa, Madrid planteaba serios problemas de ubicaci�n. Era evidente que la realidad econ�mico-social de la provincia de Madrid distaba a�os luz de la realidad castellano-manchega. Los d�biles lazos hist�ricos que se pod�an arg�ir en defensa de su integraci�n en Castilla-La Mancha se remontaban al proceso de Reconquista en la Baja Edad Media. La capitalidad instaurada por Felipe II en 1561 hab�a supuesto una ruptura radical con el devenir hist�rico castellano-manchego. La incorporaci�n de Madrid a Castilla-La Mancha planteaba m�s dificultades que resolv�a problemas. La propia Castilla-La Mancha hubiese corrido el peligro, de haber triunfado esta opci�n, de diluir su personalidad frente a la potencia econ�mica y pol�tica de Madrid. Se habr�a reinstaurado la situaci�n vigente en el siglo XVIII, en el que la pujanza de Madrid hubiera actuado de gran n�cleo absorbedor de recursos, acentuando hasta niveles extremos su posici�n dependiente y subordinada en el contexto nacional.

As� pues, una pregunta quedaba en el aire �Qu� hacer con Madrid?, para cerrar completamente el mapa auton�mico. En el interregno que medi� entre la aprobaci�n de la Constituci�n y la configuraci�n de Madrid como Comunidad Aut�noma, varias fueron las opciones barajadas, la mayor�a de ellas faltas de rigor y en alg�n caso de dif�cil encaje constitucional, nos referimos a la propuesta de transformar Madrid en distrito federal, a imagen y semejanza de Washington. Finalmente, la propuesta de convertir la provincia en una Comunidad Aut�noma m�s, se abri� camino como la soluci�n m�s adecuada. As� en junio de 1981 la Asamblea de Parlamentarios madrile�os aprob� el inicio del proceso de constituci�n de la Comunidad Aut�noma, se creaba la comisi�n redactora del Estatuto de Autonom�a, que finaliz� sus trabajos en 1983. Nac�a, pues, la Comunidad Aut�noma de Madrid. En el per�odo de tiempo que transcurri� hasta la celebraci�n de las primeras elecciones auton�micas, el 8 de mayo de 1983, en las que el Partido Socialista se hizo con la mayor�a absoluta, la Diputaci�n Provincial ejerci� las funciones transitorias hasta la constituci�n de los organismos auton�micos: Asamblea de Parlamentarios y Consejo de Gobierno, siendo elegido Presidente de la Comunidad Aut�noma Joaqu�n Leguina en representaci�n del PSOE, el partido m�s votado en las segundas elecciones auton�micas celebradas en junio de 1987, aunque perdiera la mayor�a absoluta.

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Cabr�a preguntarse, pues, si la Comunidad Aut�noma de Madrid responde exclusivamente a un mero acto administrativo. La respuesta en nuestra opini�n no ofrece lugar a dudas, y por lo escrito hasta aqu� creemos suficientemente contrastado desde el punto de vista hist�rico. En efecto, Madrid es una regi�n con una personalidad espec�fica propia, diferenciada del resto de las Comunidades Aut�nomas por su car�cter urbano, que encuentra sus ra�ces en el hecho de la capitalidad pero que no se resuelve exclusivamente en ella. Madrid es una regi�n metropolitana que enlaza directamente con las grandes urbes metropolitanas del planeta en cuanto a sus caracter�sticas y problem�ticas, salvando naturalmente las necesarias distancias de las diferentes realidades en las que esas se encuentran inmersas. En nuestro pa�s s�lo Barcelona disfruta o sufre, depende desde el prisma por el que se mire, del car�cter de regi�n metropolitana. Es evidente que esta realidad conformadora de la personalidad de la regi�n madrile�a no hinca sus ra�ces en ancestrales se�as de identidad, que permitan reivindicar una personalidad cultural diferenciada, como pueden ser los casos de Catalu�a o el Pa�s Vasco por poner dos ejemplos significativos.

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Ya hemos dicho que lo que es hoy la actual regi�n madrile�a no qued� definitivamente configurada hasta la divisi�n provincial de Javier de Burgos, en fecha tan cercana como 1833. La propia din�mica de la capitalidad ha hecho hist�ricamente de Madrid crisol de las Espa�as, en frase afortunada de un insigne escritor. De ah� la ausencia de una cultura espec�fica propia, cuyos antecedentes se remontar�an a la noche de los tiempos. Si algo es patrimonio de la regi�n madrile�a es su car�cter abierto, forjado durante siglos por las continuadas oleadas de inmigrantes, que han hecho de ella en la actualidad una regi�n abiertamente cosmopolita.

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