Jaime Siles - Web oficial
- ️Tue Jul 23 2024
Los poemas nos ocurren: no se nos ocurren. Son, pues, voces, hechos, actos, a los que no sabemos ni podemos renunciar, aunque sí aplazar algunas veces. Pero esos aplazamientos, cuando se producen, no los imponemos nosotros sino ellos, que dilatan en el tiempo la manifestación articulada de su voz. En ningún caso proceden de nosotros sino de una persona poemática, que es desde la que hablan y que sería erróneo confundir con el yo del autor.
Alguna vez he definido la poesía como una cuarta persona gramatical, como una máscara elocutiva que se apodera durante un cierto tiempo de nosotros y con la que, durante ese tiempo, podemos —mediante un pacto poético— establecer algo así como una identificación.
Ahora bien, esa identificación es sólo momentánea: dura lo que dura su elocución o la escritura del poema, y termina cuando se le pone punto final. Su realidad, por tanto, es otra porque el poema es esa voz elocutiva en la que el yo de quien la dice no se anula, pero sí se suspende, mientras la escribe, como se suspende también el yo del lector mientras la lee.
Escribir y leer no son operaciones diferentes: se suceden la una a la otra, si es que no se producen juntas y a la vez. Un acto siempre es traducción de otro. La escritura no lo deja de ser: traduce instancias de discurso pronunciadas por una máscara elocutiva que no es —o no ese sólo— la del propio yo sino una cuarta persona gramatical, permeable y cambiante