EUNUCOS POR EL REINO DE LOS CIELOS(Cap.19),UTA RANKE-HEINEMANN - Biblioteca Gonzalo de Berceo
La importancia de Tom�s de Aquino para la �tica sexual no radica en que �l introdujera un cambio en este terreno, sino, por el contrario, en que �l fue el gran adaptado que fij� por escrito la doctrina de su tiempo -sobre todo, la de orientaci�n conservadora- y la defendi� contra todo intento de liberalizaci�n. Su error m�s grave, que, dada su autoridad, terminar�a por tener consecuencias funestas, fue el de arremeter contra los que dudaban -tales dubitativos razonables existieron, pues, tambi�n en el siglo XIII, tan entregado a la creencia en los demonios� que los diablos desplegaran una actividad especial en el terreno de lo sexual, que obraran, por ejemplo, la impotencia mediante encantamiento. Tal duda contradice -seg�n Tom�s de Aquino- la fe cat�lica. �La fe cat�lica nos ense�a�, dice �l, �que los demonios tienen importancia, da�an al hombre y pueden poner obst�culos a la relaci�n sexual�. Con esto, Tom�s va contra �algunos que han dicho que no existe tal embrujamiento y que �ste no es sino un producto de la incredulidad. Seg�n la opini�n de esta gente, los demonios son s�lo una fantas�a de los hombres; es decir, los demonios son fruto de la imaginaci�n humana, y el horror de esa imaginaci�n les reporta da�os� (Quaestiones quodlibetales X q. 9 a. 10).
Tom�s tampoco inventa en este campo. Por el contrario, fue el m�s influyente conservador de la superstici�n. La idea de la impotencia producida mediante el encantamiento se encuentra ya en el a�o 860 en una carta del arzobispo Hincmaro de Reims. Seg�n Burchardo de Worms (� 1025), el confesor deb�a preguntar as� en la confesi�n: ��Has hecho lo que suelen hacer algunas mujeres lascivas? Cuando ellas observan que su amante quiere contraer un matrimonio v�lido, ahogan la concupiscencia de �l mediante artes m�gicas, a fin de que no pueda mantener relaciones sexuales con su esposa. En el caso de que t� hayas practicado esas artes, debes hacer penitencia durante cuarenta d�as a pan y agua�. Luego, recogieron esta superstici�n Ivo de Chartres (siglo XI) y Graciano (siglo en sus respectivas compilaciones legales, as� como Pedro Lombardo (siglo XII) en su manual.
Pero s�lo en el siglo de Tom�s de Aquino, �Edad de Oro de la teolog�a�, en el siglo XIII, alcanz� una fuerza inimaginable esta creencia. Sin embargo, tambi�n se levantaron otras voces en ese siglo. El jesuita Peter Browe, conocedor del medievo eclesial, escribe: �Parece, sin embargo que este poder del diablo sobre el instinto procreador masculino fue negado por unos pocos te�logos y seglares; al menos, se repite en much�simos manuales la objeci�n de que la creencia en el poder del diablo era un intento de explicar efectos cuyas causas se desconoc�an y que, en consecuencia, se atribu�an a los demonios y a sus instrumentos; pero tal objeci�n fue refutada, por ejemplo, por Tom�s de Aquino y rechazada como incr�dula y acat�lica� (Beitr�ge zur Sexualethik des Mittelalters, p. 124. Ya Alberto Magno, el maestro de Tom�s, espet� a los acat�licos incr�dulos respecto a la impotencia causada por encantamiento: �Nadie tiene derecho a dudar de que hay muchos (!) que han sido embrujados mediante el poder de los demonios� (Super IV Sent. d. 34 a. 8).
Sobre la pregunta de por qu� el diablo obstaculiza a los hombres, especialmente, en la relaci�n conyugal, pero no en la comida y bebida, san Buenaventura (t 1274), el gran te�logo de los franciscanos, opina: �Porque el acto sexual se ha corrompido (mediante el pecado original) y es mal oliente en cierta medida, y porque los hombres son casi siempre demasiado lascivos en �l, por eso el demonio tiene tanto poder y permiso sobre �l. Se puede demostrar esto con un ejemplo y con la autoridad de la Escritura, pues se dice que un demonio llamado Asmoneo mat� a siete maridos en la cama, pero no mientras com�an� (In IV Sent. d. 34 a. 2 q. 2).
Buenaventura alude aqu� al veterotestamentario libro de Tob�as, que, mediante inclusiones y supresiones de texto practicadas por su traductor, san Jer�nimo, fue falseado y convertido en una obra hostil al placer, y que es considerada hasta la hoy en la teolog�a cat�lica como la prueba b�blica en favor de que la finalidad exclusiva fijada por Dios al acto conyugal es la procreaci�n (por ejemplo, tambi�n para Bernhard H�ring, Das Gesetz Christi III p. 371 s.) y que, hasta el siglo XVIII, se utiliz� adem�s como demostraci�n de que el demonio, aunque no puede causar la muerte en el lecho matrimonial, al menos es capaz de provocar la impotencia. En el libro de Tob�as se habla de la boda del joven Tob�as con su pariente Sara, que hab�a sido confiada ya a siete esposos, a los que el diablo Asmodeo hab�a asesinado en la noche de la boda. El arc�ngel Rafael dio al joven Tob�as el consejo (de Jer�nimo): �El demonio tiene poder sobre aquellos esposos que excluyen a Dios y se entregan a su lascivia como los caballos o los mulos, que carecen de raz�n. Pero t� contente durante tres d�as de ella y ora durante ese tiempo juntamente con ella ... Cuando la tercera noche haya quedado atr�s, toma a la virgen, en el temor del Se�or, m�s por amor a la prole que por placer�. Despu�s de tres d�as y noches, dice Tob�as: �Ahora, �oh Se�or!, sabes que tomo a mi hermana como esposa no por lascivia, sino s�lo por amor a la descendencia� (Tob 6,14-22; 8,9). Seg�n el texto original del libro de Tob�as (siglo II a.C.), Tob�as tuvo relaciones conyugales ya en la primera noche; es decir, que el serm�n conyugal del arc�ngel y las palabras de Tob�as son del asceta Jer�nimo.
Innumerables son los s�nodos que, desde principios del siglo XIII, arremeten contra las hechiceras �que encantan a los c�nyuges para que no puedan llevar a cabo la relaci�n conyugal�. As�, el s�nodo de Salisbury celebrado en el a�o 1217; el de Rouen, hacia el 1235; el de Fritzlar, en 1243; el de Valencia, en 1255; el de Clermont, en 1268; el de Grado, en 1296; el de Bayeux, en 1300; el de Luca, en 1308; el de Maguncia, en 1310; el de Utrecht, en 1310; el de W�rzburg, en 1329; el de Ferrara, en 1332; el de Basilea, en 1434 (cf. Browe, p. 127).
El papa Inocencio VIII, en su tristemente c�lebre Bula sobre brujas, nombr� inquisidores en 1484 a los dominicos alemanes Jakob Sprenger (profesor de teolog�a en Colonia) y a Heinrich Institoris -futuros autores del Martillo de brujas- porque hab�a o�do que en los obispados de Maguncia, Colonia, Tr�veris y Salzburgo muchas personas de ambos sexos practicaban la magia, con lo que �imped�an a los varones procrear, y a las mujeres concebir, y hac�an imposible el acto conyugaal�. En virtud del ya muchas veces mencionado canon Si aliquis, que calificaba de asesinato la contracepci�n, Institoris y Sprenger exigieron en su Martillo de brujas (I, q. 8) del 1487 la pena de muerte para los que causan mediante la brujer�a el tipo de esterilidad e impotencia mencionado en la Bula sobre brujas del papa. Digamos a modo de inciso que, seg�n ellos, Dios mismo procura directamente la pena de muerte por otro tipo de contracepci�n y lleva a cabo un proceso sumar�simo: �Ning�n otro pecado ha vengado Dios en tantos tan frecuentemente, mediante la muerte s�bita� como los vicios que van �contra la naturaleza de la procreaci�n�, por ejemplo, el �coito fuera del recipiente mandado� (I, q. 4). Para los autores del Martillo de brujas, la contracepci�n es merecedora de la muerte incluso cuando no interviene la brujer�a.
La creencia en la impotencia causada por encantamiento, la creencia en las brujas como obcecaci�n colectiva, fue dirigida con eficacia desde arriba. Como Tom�s de Aquino hab�a arremetido contra los incr�dulos y les hab�a declarado carentes de la fe cat�lica si negaban la impotencia como resultado de encantamiento y el papel b�sico del demonio en el acto sexual, as� tambi�n la pontificia Bula sobre brujas va ante todo contra los muchos que -�independientemente de las dignidades, cargos, honores, preeminencias, t�tulos de nobleza, fueros o privilegios que pudieren poseer�, los cuales, �cl�rigos o seglares, pretenden saber m�s de lo que les corresponde�- �obstaculizan� los procesos contra brujas incoados por los inquisidores comisionados por el papa (a los que �ste llama �mis queridos hijos�), �les ofrecen resistencia o se rebelan contra ellos�. Deb�a �agravarse� el castigo contra estos sabihondos, de los que, al parecer, hab�a a�n muchos en Alemania por aquellas fechas.
Tambi�n el Martillo de brujas se dirige en primer lugar contra los esc�pticos. Comienza preguntando �si la afirmaci�n de que hay brujas es tan perfectamente cat�lica como para que la obstinada defensa de lo contrario deba ser tenida por absolutamente her�tica�. Naturalmente, la respuesta es: S�. Principal garante de tal doctrina cat�lica es Tom�s de Aquino. �Aunque este error (el de afirmar que no hay brujas que "pueden obstaculizar la fuerza procreadora o el disfrute del placer") sea rechazado por todos los dem�s eruditos dada su evidente falsedad, sin embargo ha sido combatido de forma a�n m�s aguerrida por santo Tom�s, dado que �l lo condena al mismo tiempo como una herej�a al decir que este error brota de las ra�ces de la incredulidad, y puesto que la carencia de fe en un cristiano se llama herej�a, por eso hay motivo para considerar a esos sospechosos de herej�a� (I, q. 8).
Alemania se convirti� en el pa�s con el mayor n�mero de procesos contra brujas. La resistencia de Alemania contra los procesos de brujas se quebr� mediante la Bula sobre brujas de Inocencio VIII (1484) y el Martillo de brujas (1487) de los dominicos alemanes Institoris y Sprenger. Antes de la Bula sobre brujas hubo s�lo procesos espor�dicos en Alemania. En cambio, el n�mero de procesos de brujas tuvo un crecimiento tan espectacular despu�s de la publicaci�n de la bula, que el jesuita Friedrich von Spee, a pesar del peligro de ser quemado, arremete contra esos procesos y dice en su Cautio criminalis (�Advertencia contra los procesos�), 150 a�os m�s tarde, en el 1630, �que, sobre todo en Alemania, humean hogueras por doquier� (q. 2). Para Friedrich von Spee, la causa de que los procesos de brujas fueran mucho m�s frecuentes y numerosos en Alemania que en los restantes pa�ses del mundo fueron �Jakob Sprenger y Heinrich Institoris, a los que la Sede Apost�lica envi� como inquisidores a Alemania� (con la ayuda de la Bula sobre brujas). Spee prosigue: �Comienzo a temer o, por mejor decir, desde antiguo me viene con frecuencia a la mente la inquietante idea de que aquellos inquisidores introdujeron en Alemania aquel n�mero incalculable de brujas mediante las torturas peri�dicas que ellos idearon con sutileza y repartieron con astucia� (q. 23). Spee alude aqu� a la espantosa disposici�n del Martillo de brujas, a la introducci�n de las torturas peri�dicas, es decir, repetidas sin fin, con cuya ayuda se estaba en condiciones de chantajear todas las confesiones y denuncias.
El Martillo de brujas trata profundamente la cuesti�n de �por qu� Dios ha dado al demonio mayor poder embrujador sobre la c�pula que sobre otras actividades humanas�. Los dos criminales y psic�patas sexuales responden a esta pregunta, a la que vuelven constantemente en su Martillo de brujas (I, q. 3,6,8,9,10; II, q. 1; q. 1, c. 6), haciendo una referencia a Tom�s de Aquino: �Pues �l dice que, al haber entrado en nosotros por el acto de procreaci�n la primera perdici�n del pecado por el que el hombre se ha hecho esclavo del demonio, por ese motivo Dios ha dado al diablo m�s poder hechicero en ese acto que en todos los dem�s� (I, q. 6). De hecho, est� justificada la referencia de los autores del Martillo de brujas a Tom�s. El jesuita Josef Fuchs escribi� en 1949: �Teniendo en cuenta el servicio del impulso sexual en la transmisi�n del pecado original, Tom�s declara tambi�n el �mbito de lo sexual como un campo especial del diablo� (Fuchs, p. 60). Por su parte, Tom�s se basa en el papa Gregorio I (De malo 15,2 0.6) para pensar que el diablo tienta m�s al hombre en el �mbito de lo sexual que en otros campos. Esta constante pregunta de �por qu� se ha consentido al diablo ejercer la magia precisamente en el acto sexual y no en otras actividades del hombre� y la respuesta: �por la monstruosidad del acto procreador y porque el pecado original se transmite a trav�s de �l a todos los hombres� (I, q. 3; q. 10) constituyen el hilo conductor del Martillo de brujas.
Otra pregunta que preocupa de modo especial a ambos autores es la de por qu� -entre las mujeres- �las comadronas brujas superan en infamias a todas las brujas restantes� (III q. 34). Ambos informan sobre su experiencia como inquisidores: �Como brujas arrepentidas han confesado con frecuencia a nosotros y a otros cuando dec�an: nadie hace m�s da�o a la fe cat�lica que las comadronas� (I, q. 11). Entre 1627 y 1630 fueron eliminadas casi por completo las comadronas de Colonia. De cada tres mujeres ejecutadas, una era comadrona. Bajo la impresi�n de estos procesos de Colonia escribi� algunos cap�tulos de su Cautio criminalis Spee, que acompa�� a muchas brujas a la hoguera.
Se�alemos de paso que resulta incomprensible que Heinsohn y Steiger hayan podido afirmar en su libro Die Vernichtung der Weisen Frauen (1985, p. 131) que Spee �vio verdaderas brujas ... que actuaban en gran n�mero�. La frase de Spee a la que ellos aluden es una pregunta ret�rica: ��Qu� podr�a parecer hoy m�s insensato que creer que el n�mero de las verdaderas brujas es escaso y tiende a desaparecer? Sin embargo ... , el enemigo mayor de la verdad es el prejuicio� (q. 9). Es insensato presentar como opini�n de Spee lo que �l se�ala como prejuicio. Spee prosigue en p�ginas posteriores: �Debo confesar que he acompa�ado a la muerte, en diversos lugares, a bastantes brujas de cuya inocencia dudo a�n tan poco como de que no me he ahorrado fatiga ni diligencia grand�sima para descubrir la verdad ... , pero no he podido hallar otra cosa que inocencia por doquier� (q. 11).
El reproche principal de Institoris y Sprenger a las �comadronas hechiceras� es el de que ellas matan a los ni�os no bautizados (II, q. 1, c. 2). �Pues el diablo sabe que tales ni�os est�n excluidos de entrar en el reino de los cielos por el castigo de la condena o del pecado original� (II, q. 1, c. 13). La idea de que existe una relaci�n entre los reci�n nacidos muertos y el diablo es consecuencia de la insensata ense�anza de Agust�n, padre de la Iglesia, seg�n la cual Dios condena al infierno a los ni�os no bautizados. Nada justifica que el Martillo de brujas impute a las comadronas la culpa de la muerte de reci�n nacidos. El segundo reproche es el de que las comadronas hechiceras �impiden de diversas maneras la concepci�n en el �tero materno� (II, q. 1, c. 5). Era natural que las comadronas suministraran nociones de contracepci�n o de lo que se ten�a por tal. Pero es igualmente evidente que no se les pod�a responsabilizar de toda esterilidad. La insensata afirmaci�n teol�gica tradicional de que contracepci�n es sin�nimo de asesinato, afirmaci�n que tambi�n Institoris y Sprenger hicieron suya ampar�ndose en el canon Si aliquis, es la segunda raz�n decisiva para �incinerar� a las comadronas, como dice el t�rmino espantoso que ellos utilizan constantemente en su campa�a para exterminar a comadronas y mujeres.
La alta Edad Media conoce de cincuenta a sesenta maneras en que los demonios obstaculizan el acto conyugal. El Martillo de brujas enumera toda una serie de esas maneras, por ejemplo, �una moment�nea relajaci�n de la fuerza del miembro que sirve para la fecundaci�n� (I, q. 8). Para demostrar que la castidad entendida en el sentido de frigidez protege de que los diablos �embrujen a uno los miembros masculinos� (II, q. 1, c. 7), ambos autores citan con diligencia el libro b�blico de Tob�as manipulado por Jer�nimo: �El diablo ha adquirido poder sobre aquellos que est�n entregados al placer� (I, q. 8; q. 9; q. 15; II, q. 1, c. 7; q. 1, c. 11; q. 2, c. 2; q. 2, c. 5).
Particularmente temida era la llamada �ligadura�, lo que los franceses llamaban nouer l'aiguillette. Consiste en que el brujo o la bruja hacen un nudo durante la ceremonia de la boda o realizar que se cierre de golpe una cerraja. Seg�n la clase de f�rmula recitada al realizar esa acci�n, dura m�s o menos tiempo el efecto. Para que la relaci�n conyugal sea posible, antes hay que romper el embrujo. Francisco Bacon de Verulam (� 1626), lord guardi�n del gran sello y canciller ingl�s, dijo que la ligadura era un fen�meno muy difundido en Saintes y en la Gascu�a (Silva sylvarum seu historia naturalis, n.� 888).
Pero tambi�n hubo voces razonables. Montaigne (� 1592) trata con detalle el fen�meno de la ligadura (le nouement d'aiguillette) en el cap�tulo �El poder de la imaginaci�n� de sus Ensayos, �pues no se habla de otra cosa�. Y cuenta c�mo ayud� a su amigo, el duque de Gurson -con motivo de la boda de �ste- a superar el temor a la impotencia por encantamiento. La receta perspicaz que Montaigne recomend� a los reci�n casados para superar la fijaci�n en la impotencia consiste en la indulgencia y en la paciencia con la fuerza de la propia imaginaci�n. �l consideraba esto m�s eficaz que la obstinaci�n de los que se obsesionan con la idea de vencerse a s� mismos.
Siguiendo un procedimiento diverso al de este esc�ptico humanista, la Iglesia, supersticiosa, conden� a hechiceros y brujas. Un s�nodo provincial convocado por san Carlos Borromeo en 1579 para Lombard�a blande amenazas de castigo contra la magia que impide el acto conyugal; igualmente los s�nodos de Ermland de 1610 y de Lieja en 1618; y el s�nodo de Namur actualiza en 1639 una vieja disposici�n contra el embrujamiento �porque sabemos que diariamente se trae a mal andar a matrimonios mediante el embrujamiento� (Browe, p. 128 s.). Tambi�n el s�nodo celebrado en 1662 en Colonia se ocup� de la impotencia por encantamiento. El jesuita b�varo Kaspar Schott (t 1667), que fue durante largo tiempo profesor de f�sica en Palermo, declaraba: �Ninguna otra magia est� m�s difundida hoy ni es m�s temida; en algunos lugares, los novios ya no se atreven a presentarse p�blicamente en la iglesia para contraer matrimonio ante el p�rroco y los testigos, sino que lo hacen el d�a anterior en su casa y luego van al d�a siguiente a la iglesia� (Browe, p. 129). Muchos se casaban a puerta cerrada o durante la noche y consumaban el matrimonio antes de que despuntara el d�a, a fin de no ser vistos por los magos y las brujas (Browe, p. 129). Algunos s�nodos provinciales franceses e italianos, como los de Napoles (1576), de Reims (1583) y de Bourges (1584) proh�ben tales casamientos supersticiosos. El sinodo de Reims aconseja a los reci�n casados como ant�doto lo que el libro de Tob�as, alias Jer�nimo, aconsejaba como ayuda frente a los demonios: �consumar el matrimonio no por placer, sino por amor a la descendencia�. La creencia en la impotencia por encantamiento estaba viva a�n en el siglo XVIII -todav�a Alfonso de Ligorio (� 1787) se ocup� detenidamente de ella y estaba firmemente convencido de ella-, lo que era causa de una psicosis angustiosa para innumerables casados.
La impotencia sexual ocasionada por el diablo mediante encantamiento, cre�da por los te�logos y defendida contra los esc�pticos, ten�a consecuencias legales. Ya Hincmaro de Reims dice que, en el caso de que -por causa de encantamiento- no se haya consumado el matrimonio ni se pueda consumar, los esposos deben separarse y pueden contraer nuevas nupcias. En un principio, Roma no reconoci� tales separaciones, sino que mandaba que los esposos siguieran conviviendo, pero como hermano y hermana. Sin embargo, desde que la opini�n de Hincmaro entr� en la colecci�n legal de Graciano y en el manual de Pedro Lombardo en el siglo XII, casi todos los te�logos decidieron que la impotencia por encantamiento era un impedimento matrimonial. El papa Inocencio III decidi� en 1207 que el matrimonio de Felipe II Augusto de Francia con Ingeborg deb�a ser disuelto por este motivo si fracasaba un nuevo intento que el rey deb�a emprender empleando medidas concomitantes como la limosna, la oraci�n y la misa. Tambi�n por raz�n de encantamiento fue disuelto en 1349 el matrimonio de Juan de Tirol con Margarita de Carintia. A�n hoy sigue siendo impedimento matrimonial dirimente la llamada impotencia relativa (s�lo frente al c�nyuge) si ella es duradera e incurable. El matrimonio puede ser declarado nulo (canon 1084/CIC 1983), y ambos pueden volver a casarse. Hoy no se relacionan ya con el diablo ni con el embrujamiento los temas de impotencia, sino que se les considera como algo que cae dentro de la medicina o de la psicolog�a.
Al comienzo de la Bula sobre brujas afirma el papa que los brujos de ambos sexos practican, junto a la impotencia por encantamiento, otra monstruosidad, concretamente la fornicaci�n con el diablo: �No sin gran preocupaci�n ha llegado recientemente a nuestros o�dos que en algunas partes de la Alemania septentrional, as� como en provincias, ciudades, comarcas, localidades y di�cesis de Maguncia, Colonia, Tr�veris y Salzburgo un gran n�mero de personas de ambos sexos, descuidando su propia salvaci�n y alej�ndose de la fe cat�lica, tienen relaciones carnales con el diablo en figura de var�n (incubus) o de mujer (succubus) ... �. Subyace en esta afirmaci�n la concepci�n teol�gica de la posici�n est�ndar en el acto sexual, a la que tambi�n los diablos parecen atenerse: los diablos-var�n yacen encima; los diablos-mujer, debajo. De ah� que tambi�n el papa d� una denominaci�n distinta a los demonios con los que practican la fornicaci�n los brujos o brujas y los llame �Suprayacentes� y �Subyacentes�. Fuente principal para la Bula sobre brujas y para el Martillo de brujas, que quiso ser un comentario de la Bula sobre brujas, es la idea que tiene Tom�s de Aquino acerca de la copulaci�n sat�nica con los diablos �suprayacentes� y �subyacentes�. El desdichado Martillo de brujas (1487) en nadie se apoya tan abundantemente como en Tom�s de Aquino, pues �ste dice lisa y llanamente c�mo funcionan la relaci�n sexual con el diablo y la procreaci�n de hijos del demonio, habiendo llegado a desarrollar toda una teor�a sobre la transmisi�n del semen: un �nico y mismo demonio puede procurarse semen masculino copulando en forma de mujer (como succubus, es decir, subyacente) con un var�n, y luego, a continuaci�n, en figura de hombre (como incubus, es decir, suprayacente) trasladar a la mujer ese semen en el acto sexual. Los hijos del diablo procreados de esa manera -�stos se caracterizan frecuentemente por una talla especial- son, en realidad, hijos de hombre, pues se trata de semen humano (S. Th. I, q. 51 a. 3 ad 6). Tom�s no llega a tratar detalladamente c�mo este semen que el diablo se ha procurado de un var�n mantiene su frescura y actividad procreadora hasta que tiene lugar la copulaci�n con la bruja. El Martillo de brujas llenar� esa laguna: para la transferencia del semen, los demonios disponen de un termo especial que mantiene activo y fresco el semen (I, q. 3).
Tambi�n Sigmund von Riezler -que ha investigado la Historia de los procesos de brujas en Baviera- escribe que Tom�s de Aquino, el mayor te�logo cat�lico, fue el sistematizador de la copulaci�n con el diablo: �En su (de Tom�s) autoridad se basan los sucesores; siempre que uno examina los pasajes probatorios citados en favor de esta opini�n, constata que s�lo lo de Tom�s tiene el car�cter de una tesis concluyente. Por eso, hay que decir que el "Doctor Ang�lico", el celebrado santo y sabio de la orden dominicana, fue el que m�s contribuy� a consolidar este desvar�o. Por eso, como cuentan los autores del Martillo de brujas, su colega, el inquisidor de Como, en el condado de Bormio o en Wormserbad, hizo quemar 41 mujeres en un solo a�o (1485), mientras que otras muchas escaparon a igual destino refugi�ndose en el Tirol tras haber franqueado la frontera� (1896, p. 42 s.).
A ambos autores del Martillo de brujas preocupa la cuesti�n de por qu� los hombres tienen menos relaciones sexuales con los succubi (diablos subyacentes con figura de mujer) que las mujeres con los incubi (diablos suprayacentes con figura de var�n) (II, q. 2, c. 1), por qu�, pues, hay m�s brujas que brujos. Esta cuesti�n ofrece a ambos la oportunidad para desarrollar con todo lujo de detalles su visi�n de la mujer, uni�ndose as� al coro teol�gico eclesial de los difamadores de la mujer, abundant�simos en la tradici�n cat�lica. No falta aqu� el aristot�lico mayor contenido de agua de las mujeres, que -seg�n Alberto y Tom�s-las hace inconstantes y nada fiables, una opini�n que hab�a llegado a afianzarse de tal modo en la tradici�n teol�gica sobre las mujeres que los autores del Martillo de brujas consideran superflua una cita concreta al respecto (I, q. 6). Citan a Cris�stomo (� 407) sobre Mateo 19: �No tiene cuenta casarse. �Qu� otra cosa es la f�mina sino la enemiga de la amistad, un castigo inevitable, un mal necesario, una tentaci�n natural, una desdicha deseable, un peligro dom�stico, un da�o que divierte, un defecto de la naturaleza pintado con bellos colores?� (I, q. 6). Los autores del Martillo de brujas recurren a �la experiencia� para afirmar que se da �mayor perversidad entre las mujeres que en los varones�. En cualquier caso, las mujeres son �defectuosas en todas las fuerzas, del alma y del cuerpo ... , pues, en lo tocante a la raz�n o a la captaci�n de lo espiritual, ellas parecen ser de otra especie que los varones, a lo que aluden autoridades, un motivo y diversos ejemplos en la Escritura�.
Se encuentran autoridades para todo. Los autores del Martillo de brujas encontraron a Terencio y Lactancio con sus proverbios antifeministas. Tambi�n en la Biblia encontraron materiales abundantes; sobre todo en los Proverbios de Salom�n: �Una mujer bella e indisciplinada es como un anillo de oro en la nariz de un cerdo�. Permanece el �motivo�: �El motivo es uno sacado de la naturaleza: porque ella (la mujer) es m�s sensual que el hombre, como se desprende de las muchas obscenidades carnales�.
Estos dos autores citan tambi�n dichos infames sobre las l�grimas de la mujer: �Dice Cat�n: "Si llora una mujer, es que est� tramando alguna perfidia". Se dice tambi�n: "Si una mujer llora, es que piensa enga�ar al marido"� (I, q. 6). Por otra parte, la ausencia de llanto es se�al de culpa y de brujer�a. El hecho fisiol�gico de que un ser humano sometido a torturas sea incapaz de derramar una l�grima fue interpretado por ambos inquisidores en contra de las brujas y procur� a las mujeres torturas a�adidas: �La experiencia ha demostrado�, escriben ellos, �que cuanto m�s brujas eran, menos pod�an llorar ... ; es posible que, m�s tarde, en ausencia del juez y fuera del lugar y del tiempo de la tortura, fueran capaces de llorar delante de los guardianes. Si uno pregunta por qu� no pueden llorar las brujas, cabe decir: porque la gracia de las l�grimas en los arrepentidos es uno de los dones m�s sobresalientes�. Pero estos dos s�dicos saben tambi�n qu� pensar si una bruja llora. ��Pero qu� pensar si -mediante la astucia del diablo y con el permiso de Dios- sucede que tambi�n una bruja llora, pues, al fin y al cabo, el llorar y el enga�ar debe formar parte de la peculiaridad de las f�minas? Se puede responder que los designios de Dios est�n ocultos ... , etc., etc.� (III, q. 15).
La inferioridad de la mujer (femina, en lat�n) se pone de manifiesto ya en ese t�rmino latino. �En efecto, el nombre femina proviene de fides (fe) y minus (menos), luego femina significa: la que tiene menos fe; puesto que ella tiene y conserva siempre una fe menor por su natural constituci�n proclive a la credulidad, tambi�n fue posible, como consecuencia de la gracia y de la naturaleza, que la fe nunca se tambaleara en la sant�sima Virgen, mientras que s� vacil� en todos los varones durante la pasi�n de Cristo� (I, q. 6). Como casi todos los grandes difamadores de la mujer que se han dado en el cristianismo, tambi�n los autores del Martillo de brujas -sobre todo Sprenger, que hab�a contra�do m�ritos especiales en la difusi�n del rezo del rosario- fueron grandes devotos de Mar�a.
Los autores del Martillo de brujas tienen otras muchas cosas en contra de las mujeres: �Si proseguimos nuestras investigaciones, comprobaremos que casi todos los imperios de la tierra fueron destruidos por medio de las mujeres. En efecto, el primer reino dichoso fue el de Troya ... �. Opinan ellos que �si no existieran las maldades de las f�minas, por no hablar de las brujas, el mundo permanecer�a libre a�n de innumerables peligros�. Tambi�n se les ocurre lo siguiente a prop�sito de las mujeres: �Mencionemos a�n otra propiedad, la voz. Como la mujer es mentirosa por naturaleza, tambi�n lo es al hablar, pues ella pincha y deleita a la vez. De ah� que se compare su voz con el canto de las sirenas, que atraen con su dulce melod�a a los transe�ntes y luego los matan. Las mujeres matan porque vac�an la bolsa del dinero, roban las fuerzas y obligan a despreciar a Dios ... Proverbios 5: "Su paladar (su forma de hablar) es m�s suave que el aceite; pero al fin es amargo como el ajenjo"� (I, q. 6).
Pero no s�lo la voz de la mujer, tambi�n su cabello la predestina a copular con el diablo: �Tambi�n Guillermo observa que los incubi (demonios en figura de var�n) parecen intranquilizar m�s a tales mujeres y chicas que tienen bonito cabello ... porque ellas tienen el deseo o la costumbre de excitar a los hombres mediante el cabello. O porque presumen vanidosamente de �l; o porque la bondad celestial lo permite para que las f�minas escarmienten y dejen de excitar a los hombres con aquello con lo que tambi�n los demonios quieren que los hombres se exciten� (II, q. 2, c. 1). En cualquier caso, un fastuoso cabello femenino tiene algo que ver con la proximidad del diablo.
La respuesta a la pregunta de por qu� hay m�s brujas que brujos culmina, finalmente, en la siguiente constataci�n de ambos autores: �Concluimos: todo sucede por concupiscencia carnal, que es insaciable en ellas. Proverbios en el pen�ltimo cap�tulo: "Hay tres cosas insaciables, y lo cuarto, que nunca dice: ya es suficiente, concretamente, la apertura del �tero materno". Por eso tienen que ver ellas tambi�n con los demonios para saciar su propia concupiscencia. Podr�an traerse aqu� m�s citas, pero queda suficientemente claro para los inteligentes ... Por eso, es tambi�n l�gico llamar herej�a no la de los brujos, sino la de las brujas ... ; loado sea el Alt�simo que tan bien ha protegido hasta hoy el sexo masculino frente a tal desgracia: porque en �l quiso �l nacer y sufrir por nosotros, por eso lo prefiri� tambi�n de ese modo� (I, q. 6).
Despu�s de esta presentaci�n detallada de la naturaleza de la mujer, se entiende que ambos autores tuvieran una sinton�a conceptual tan especial con Tom�s de Aquino, del que ellos cuentan lo siguiente: �Tambi�n leemos que le fue concedida tal gracia a santo Tom�s, el Doctor de nuestra orden, el cual, encarcelado por sus parientes a causa de su ingreso en la mencionada orden, fue tentado carnalmente, instigado por una prostituta vestida con suma elegancia y con joyas enviada por sus parientes. En cuanto la vio el Doctor, corri� al fuego de verdad, cogi� un le�o en llamas y ech� fuera de la c�rcel a la que quer�a despertar en �l el fuego del placer. Inmediatamente despu�s, cay� de rodillas para pedir el don de la castidad y se qued� dormido. Entonces se le aparecieron dos �ngeles que le dijeron: "Mira, por voluntad de Dios te ce�iremos con el cintur�n de la castidad, que no podr� ser desatado por ninguna tentaci�n posterior; y lo que no ha sido conseguido por la virtud humana, por el m�rito, es dado por Dios como don". �l sinti�, pues, el cintur�n, es decir, el tacto mediante el cintur�n, y despert� dando un grito. Entonces se sinti� dotado con el don de tal castidad, de modo que, a partir de ese mismo instante, retrocedi� espantado ante toda lozan�a, hasta el punto de que ni una sola vez pudo hablar con las mujeres sin tener que hacerse violencia, pues posey� la castidad perfecta�. En opini�n de los autores del Martillo de brujas, de ese modo consigui� Tom�s la dicha de pertenecer a las �tres clases de hombres� fuera de los cuales nadie �est� a salvo de las brujas, de no ser embrujado seg�n las dieciocho maneras descritas abajo o tentado a la brujer�a o descarriado, acerca de lo cual hay que tratar siguiendo un orden� (II, q. 1).
Todav�a Alfonso de Ligorio (� 1787) se ocupa detenidamente de la copulaci�n demon�aca en el cap�tulo �De c�mo el confesor tiene que tratar a los molestados por el diablo�. Apoy�ndose en Tom�s, Alfonso esboza c�mo nacen los hijos del diablo: de la copulaci�n del demonio con una mujer; y dice que tal ni�o no es propiamente un hijo del diablo, sino de aquel var�n del que el demonio se hab�a procurado previamente el semen.
Alfonso se dirige a los confesores: �Si, pues, viene alguien que ha sido atacado por el enemigo malo, el confesor deber� sentir profunda preocupaci�n y pertrechar al penitente con armas en su terrible lucha ... Exh�rtele encarecidamente a que se distancie lo m�s posible del placer sensual... Adem�s, pregunte al penitente si no ha invocado jam�s al enemigo malo y si jam�s ha hecho un pacto con �l... Preg�ntele bajo qu� figura se le presenta el diablo, si en la masculina, en la femenina o en la de un animal, porque entonces, si tuvo lugar la copulaci�n con el diablo, adem�s del pecado contra la castidad y contra la religi�n se dio tambi�n el pecado de la lujuria o de la sodom�a (= homosexualidad) o del incesto o de adulterio o de sacrilegio ... Pregunte tambi�n en qu� sitio y en qu� tiempo tuvo lugar esa relaci�n sexual... Trate de mover al confesando a una confesi�n completa, pues tales hombres perdidos omiten f�cilmente en la confesi�n algunos pecados� (Praxis confesarii VII, 110-113). Incluso en el a�o 1906, el moralista G�pfert imparte a los confesores indicaciones sobre c�mo deben proceder con los penitentes que confiesan copulaci�n con el diablo (cf. �Teolog�a moral del siglo XX�, en este libro, pp. 297-311).
La idea de la copulaci�n con el diablo tuvo terribles consecuencias no s�lo para las brujas, sino tambi�n para muchos ni�os (hijos del diablo). Walter Bachmann pinta en su libro Das unselige Erbe des Christentums: Die Wechselb�lge - Zur Geschichte der Heilp�dagogik (1985) las consecuencias que -hasta el siglo XIX- derivaron de la teor�a de la copulaci�n con el diablo para muchos ni�os minusv�lidos. El Martillo de brujas informa en 1487 sobre estos ni�os �suplantados�: �Existe a�n otra terrible permisi�n de Dios respecto de los hombres, pues a veces se quitan a las mujeres sus propios hijos y los demonios los sustituyen con otros. Y esos ni�os suelen ser llamados generalmente "campsores", es decir, ni�os suplantados ... Algunos son siempre magros y berrean� (II, q. 2, c. 8). Lutero recomend� ahogar a estos ni�os cambiados, pues, en su opini�n, �tales ni�os suplantados no son m�s que un pedazo de carne, pues no hay alma dentro� (Bachmann, pp. 183, 191, 195).
El primer alem�n que arremeti� contra la obsesi�n por las brujas y contra el trato inhumano dado a los enfermos mentales y a los minusv�lidos fue el m�dico calvinista Johann Weyer (� 1588). Su libro Sobre las tantaciones del demonio, encantamiento y brujer�a, publicado en 1563, fue incluido inmediatamente por la Iglesia en el �ndice de libros prohibidos. Weyer fue m�dico personal del duque Juan Guillermo de J�lich y Cleve. Termin� por ser inculpado de haber provocado la psicopat�a del duque mediante hechicer�a, y tuvo que huir de D�sseldorf. Su voz no fue atendida.
En la obra Investigaci�n cient�fica sobre los ni�os suplantados, de M. G. Voigt (Wittenberg, 1667), se dice, por ejemplo, que �la finalidad de estos ni�os es la gloria del diablo�, que los �ni�os suplantados carecen de alma racional�, que los �ni�os suplantados no son seres humanos� (Bachmann, pp. 38,45).
Un cap�tulo triste es el que se refiere a los sordomudos, aunque no se les comput� entre los suplantados. Para afirmar que �stos estaban excluidos de la fe y que incluso iban al infierno, toda una serie de te�logos se ampar� en Agust�n, que hab�a dicho: �Este defecto (la condici�n de sordomudo) impide (impedit) tambi�n la fe misma, como atestigua el Ap�stol con las palabras: la fe viene de lo escuchado (Romanos 10, 17�) (Contra Julianum 3,4). Por consiguiente, el destino de los sordomudos era malo, "pues su curaci�n y educaci�n no s�lo era tenida por imposible, sino incluso por una intromisi�n indebida en la providencia divina, como el famoso pastor Goeze de Hamburgo, inmortalizado por Lessing, que pronunci� atronadores sermones contra la irreligiosa osad�a de pretender hacer hablar a los sordomudos� (Georgens y Deinhardt en su primer volumen de la Heilp�dagogik mit besonderer Ber�cksichtigung der Idiotie und der Idiotenanstalten, Leipzig, 1861, cf. Bachmann, p. 230 s.). Dietfried Gewalt, protestante hamburgu�s dedicado a la pastoral de los sordos, indica que no fue el p�rroco Goeze, sino el p�rroco Granau de Eppendorf, en la periferia de Hamburgo, el que emiti� un veredicto tan negativo sobre los sordomudos (Samuel Heinicke y Johann Melchior Goeze, en H�rgesch�digtenp�dagogik, 1989, cuaderno 1, p. 48 ss.). Pero es innegable que los sordomudos tuvieron que padecer una consecuencia sombr�a y extremada de la teolog�a agustiniana. �As� se dice todav�a en el Brockhaus (edici�n jubilar de 1903, vol. 15, p. 635): "Tampoco la Iglesia se ocup� de ellos (de los sordomudos), puesto que san Agust�n hab�a acu�ado la frase: Los sordomudos de nacimiento jam�s pueden recibir la fe, pues �sta viene de la predicaci�n, de lo que uno oye"� (Bachmann, p. 291 ss.).
Por �Salvador de los sordomudos� es tenido el sacerdote franc�s de l'Ep�e (� 1789), sobre el que escriben Georgens y Deinhardt: �El abate, un hombre piadoso, compasivo, de esp�ritu independiente -independencia de la que hab�a dado sobradas pruebas- conoci� a dos hermanas sordomudas de buenas costumbres y de esmerada formaci�n, en las que un eclesi�stico hab�a puesto en pr�ctica el m�todo de impartirles conocimientos a trav�s de im�genes, pero el intento no se repiti� en otros sordomudos. Pues bien, el conocimiento de aquellos dos seres impact� de tal forma al abate l'Ep�e, que �ste tom� la decisi�n de ayudar a esa clase de desdichados. En los primeros tiempos de su entrega a ese tipo de personas tuvo que luchar contra las resistencias m�s violentas, contra mofas y persecuciones, pero, siguiendo imperturbable su camino, supo en el atardecer de su vida que contaba con un reconocimiento y veneraci�n generales, y, lo que era para �l mucho m�s valioso que la fama, vio que hab�a asegurado la suerte de sus hijos, de los sordomudos de su instituto� (Bachmann, p. 233).
Bachmann hace el siguiente resumen amargo: �Sin duda, en ning�n otro c�rculo cultural de la historia de la humanidad podr�a jam�s haber tocado en suerte a los disminuidos un da�o mayor, un desprecio, intolerancia y una falta de humanidad tan grandes como en el cristianismo� (p. 442).
Cap. 16 :
TOM�S DE AQUINO
LUZ DE LA
IGLESIA